Vigilar, controlar y expulsar: el espectáculo fronterizo de Donald Trump
Dominante, autoritario, provocador y narcisista, Donald Trump ha demostrado una habilidad singular: llevar hacia la lógica del espectáculo los desafíos más complejos de la política contemporánea; y es que, al parecer, no está diseñado para resolver problemas, sino para narrarlos de manera emocionalmente atractiva.
En este sentido, el mandatario ha hecho de la política migratoria uno de los ejes más visibles de su gestión, al convertir la frontera México-Estados Unidos en una poderosa herramienta de control y disuasión que sirve para lanzar un mensaje claro: ¡Aquí manda el miedo!
Desde su narrativa, un fenómeno tan complejo como la migración de personas, queda reducido a las amenazas constantes y las promesas de victoria inminente a través de soluciones drásticas que rara vez se cumplen, pero que sirven para alimentar la sensación de crisis constante y peligro inminente.
En el teatro del poder, Trump asume el papel de salvador de una nación que se percibe amenazada por invasores imaginarios: las personas migrantes, convertidas en los antagonistas ideales, los “enemigos necesarios” que permiten sostener la trama del miedo.
Sin embargo, este mecanismo no sólo es retórico, ya que ha tenido consecuencias concretas para las poblaciones migrantes, aun cuando muchas de las medidas más extremas todavía no se han implementado. Sus pilares pueden resumirse en tres acciones: vigilar, controlar y expulsar.
Más allá de la presencia militarizada, Donald Trump ha impulsado una de las mayores expansiones tecnológicas de vigilancia fronteriza a través del uso de drones, sensores de movimiento, técnicas biométricas y plataformas de inteligencia artificial. Bajo el ojo del Estado que todo lo ve, cada cuerpo migrante se convierte en objeto de sospecha que necesita ser disciplinado.
Sin embargo, la vigilancia no solo detecta cuerpos, también clasifica vidas. Para esta administración, controlar no solo implica detener el flujo migratorio sino moldearlo a través de criterios de selectividad que operan como filtro moral y económico, descartando a quienes “amenazan” la soberanía e identidad nacional.
Y luego, el clímax del espectáculo: la expulsión. Desde la era Obama se ha consolidado una maquinaria de deportación altamente eficiente: más jueces migratorios, procesos exprés, redadas, detenciones masivas y acuerdos bilaterales para frenar el éxodo desde los países de origen. No obstante, Trump ha elevado esa estructura a un show mediático que refuerza la narrativa de un Estado recuperando su poder simbólico. Bajo su mandato, la deportación no solo se ejecuta, se exhibe.
En resumen, el enfoque migratorio de Trump se ha convertido en un espectáculo punitivo que instrumentaliza el miedo y el racismo como capital político. En tiempos marcados por la polarización, los cuerpos migrantes encarnan la amenaza, justifican la violencia y movilizan al electorado, naturalizando el debilitamiento de sus derechos y legitimando su exclusión como forma de gobernar.
La autora es internacionalista especializada en temas sobre migración, es doctora en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y profesora-investigadora de tiempo completo en la Universidad del Caribe (México). Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores de la SECIHTI, es miembro experto de la Red sobre Migración de Naciones Unidas y asociada del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales. Ha sido conferencista en foros nacionales e internacionales y participado en estancias académicas de alto nivel en instituciones como la CEPAL y El Colegio de México. Su trayectoria combina investigación, docencia y asesoría en movilidad humana desde un enfoque multidisciplinario, de derechos humanos y con perspectiva psicosocial. Contacto: ccervantes@ucaribe.edu.mx, X: @cervantesbello_
*Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de la autora.