Un Senado convertido en ring
TIJUANA, AGOSTO 27, 2025. Por Odilón García Díaz.- El Senado de la República volvió a ser escenario de un lamentable espectáculo, cuando los legisladores Gerardo Fernández Noroña y Alejandro “Alito” Moreno se enfrascaron en un enfrentamiento que pasó de lo verbal a lo físico. Lo que debía ser un espacio de deliberación democrática, se degradó hasta convertirse en un ring donde los argumentos cedieron el paso a los insultos y la confrontación personal.
La escena, que circuló rápidamente en medios y redes sociales, no sólo exhibe la falta de respeto entre legisladores, sino que daña la imagen de la institución. En momentos en que el país atraviesa enormes desafíos —violencia criminal, desigualdad social, crisis de servicios públicos y polarización política—, resulta indignante que los senadores, en vez de encabezar un debate serio, opten por un espectáculo soez que abona al descrédito del Congreso.
El costo político de este tipo de episodios es alto. La ciudadanía observa a quienes deberían ser ejemplo de responsabilidad y altura parlamentaria, reducidos a protagonistas de riñas que poco o nada aportan a la discusión de fondo. La consecuencia es evidente: la confianza en las instituciones legislativas se erosiona, y con ella, el prestigio del sistema democrático.
Históricamente, la política mexicana ha sido escenario de debates duros y confrontaciones intensas. Sin embargo, la diferencia entre un debate encendido y un pleito personal es abismal. La democracia se fortalece cuando los representantes populares confrontan ideas con firmeza, pero dentro de los límites del respeto. Se debilita, en cambio, cuando el insulto sustituye a la palabra y los golpes se colocan por encima de la razón.
Tanto Fernández Noroña como Alito Moreno cargan ahora con la responsabilidad de haber rebajado el nivel del Senado. Su conducta exhibe la ausencia de cultura parlamentaria en sectores que priorizan la confrontación mediática por encima de la construcción de consensos. El espectáculo de ayer no es anecdótico: refleja una degradación progresiva de la política mexicana, que cada vez se parece más a un circo que a un espacio de representación nacional.
El país exige otra clase de política. Los ciudadanos necesitan legisladores que trabajen en la creación de leyes efectivas, que dialoguen con respeto y que construyan acuerdos a la altura de los problemas nacionales. No pugilistas de ocasión ni protagonistas de shows mediáticos.
El futuro de la democracia mexicana no puede cimentarse en gritos, insultos y empujones. Se construye con diálogo, acuerdos y responsabilidad. Si los senadores olvidan esta premisa básica, lo único que lograrán es profundizar el desencanto ciudadano y minar, todavía más, la credibilidad de las instituciones.