Un guerrero en la pista: el arte de Juan Manuel Latapí corre con NASCAR

Un guerrero en la pista: el arte de Juan Manuel Latapí corre con NASCAR

El artista mexicano Juan Manuel Latapí diseñó un casco simbólico y profundamente mexicano para el piloto de NASCAR Daniel Suárez. Inspirado en la cosmogonía prehispánica, la pieza fusiona arte, velocidad y orgullo cultural. Con este proyecto, Latapí convierte el automovilismo en un lienzo en movimiento.

Este fin de semana, el arte mexicano se subió a la pista de NASCAR de la mano del piloto Daniel Suárez y el artista plástico Juan Manuel Latapí. A través de un encargo especial gestionado con el apoyo del Museo Soumaya y patrocinadores como Telcel y Claro, Latapí fue seleccionado para diseñar un casco profundamente mexicano, cargado de símbolos identitarios. La carrera representaba un momento crucial para Suárez, quien buscaba portar con orgullo una pieza que hablara de sus raíces. Para Latapí, esta fue su primera incursión en el automovilismo, y el resultado fue una obra visualmente compleja y cargada de simbolismo, concebida no sólo como un accesorio de protección, sino como una armadura ceremonial moderna.

Foto: CortesíaEnlace imagen

Foto: Cortesía

“Desde la concepción de este proyecto lo que buscaba transmitir era que el casco fuera muy mexicano, que se portara con orgullo, que tuviera mucha tradición y folclore, que tuviera referencias históricas y ancestrales, y que fuera un amuleto de la buena suerte”, afirma Latapí. El concepto central era que, al colocárselo, Dani se convirtiera en un guardián y guerrero de la velocidad suprema. Por eso, el diseño integra elementos como Quetzalcóatl, el símbolo maya Ik y el glifo náhuatl Ollin, todos relacionados con el viento, el movimiento, la energía y la renovación.

Cada parte del casco fue dividida intencionadamente en secciones temáticas. En la parte superior, Latapí representó la cosmogonía ancestral y la conexión energética con el sol. Al frente, una máscara de guerrero remite a la fuerza animal del jaguar o el tigre, listo para atacar. A los costados, símbolos de velocidad y engranajes prehispánicos —como una pieza inspirada en obsidiana cerca de la visera— evocan el mundo mecánico desde una raíz cultural. En la parte posterior, aparecen pirámides y figuras de Quetzalcóatl, acompañadas de abstracciones que funden su estilo artístico con referencias al automovilismo, motores, escapes y la estética del autódromo.

Este diseño representa al guardián de la velocidad moderna, una fusión poderosa entre historia y futuro, tradición y velocidad. En la parte superior, un aura solar envuelve la figura, evocando protección y energía vital, con ecos prehispánicos que dialogan con un lenguaje visual libre y contemporáneo. La parte frontal incorpora el símbolo IK, representando el viento y el aire, mientras los colmillos de una máscara prehispánica se presentan como emblemas de protección y ataque. El centro del diseño simula un ojo, eje de conexión directa con el sol, fuente de energía del guerrero/piloto que se lanza a la pista.

La parte inferior alude a un tótem ancestral, una bestia jaguar-máquina-monstruo que, desde una tridimensionalidad evocadora, parece estar despegando del suelo como un ave mística. Esta criatura híbrida integra fuerza animal, geometría sagrada y tecnología tribal, mirando desde atrás como una deidad máquina, protectora y desafiante. El diseño se compone de patrones dinámicos que capturan el movimiento a gran velocidad, y de textiles indígenas o códices que decoran el cráneo, creando una simbiosis entre herencia cultural y potencia visual.

Hay una simetría ritual que coexiste con un caos controlado, simbolizando la precisión emocional del piloto. La parte central se corona con elementos emplumados dispuestos simétricamente, formando alas que representan el potencial del vuelo, protección sagrada y conexión con lo divino. En lo más alto, un sol resplandeciente actúa como símbolo de esperanza, entrelazado con un patrón que emula la llegada triunfal a la meta.

La presencia del símbolo Ollin refuerza el mensaje: movimiento, cambio y evolución constante. Esta pieza refleja la dualidad de su misión: honrar el pasado mientras conquista el futuro. Cada línea, cada forma, está impregnada de historia, pero también de innovación y progreso, integrando motivos visuales que remiten tanto a circuitos tecnológicos como a raíces culturales profundas. Es un homenaje visual al guerrero de la velocidad y a toda la tradición que lo respalda.

Aunque Suárez no participó activamente en el proceso creativo, fue quien marcó la pauta emocional del proyecto. Compartió con Latapí su entusiasmo por competir en su país y la necesidad de portar un casco que honrara su identidad. Con libertad total para crear, Latapí desarrolló primero el arte digital, que luego fue ejecutado físicamente por pintores especializados en cascos avalados por NASCAR. No existieron restricciones técnicas, ya que se trabajó sobre un casco previamente homologado, lo que permitió al artista dar rienda suelta a su imaginación sin comprometer seguridad o funcionalidad.

“Es como si yo compitiera sin competir”, expresa Latapí sobre la experiencia de ver su arte recorrer la pista a más de 300 km/h. El casco fue recibido con entusiasmo tanto por Suárez como por el público. “Dani me dijo que entendí perfecto lo que él buscaba, sobre todo por impregnar el orgullo mexicano”, cuenta el artista, cuya trayectoria incluye colaboraciones con marcas como Sharpie, Samsung y Tetra Pak. Aunque esta fue su primera vez trabajando en el ámbito deportivo, su distintivo lenguaje visual —conocido como Trazos Infinitos— logró establecer un puente entre arte, velocidad y simbología.

Latapí ya se prepara para su participación en el próximo CowParade y anuncia colaboraciones con marcas que buscan explorar nuevos lenguajes para conectar con públicos jóvenes. Su obra, que combina tinta, acrílico, laca y técnicas mixtas, ha llegado a colecciones en Miami, Los Ángeles, Madrid y distintas ciudades de México. Su estilo se caracteriza por figuras oníricas, escenarios simbólicos, gestos expresivos y frases abstractas que construyen una narrativa emocional en constante expansión.

Presenciar cómo una obra de arte habita un espacio inesperado como una pista de carreras me recuerda que el arte no tiene límites físicos ni temáticos. Con este casco, Juan Manuel Latapí no solo decoró un objeto: invistió a un piloto con historia, fuerza y memoria. En un solo trazo, logró entrelazar tradición y tecnología, velocidad y misticismo, cuerpo y símbolo. El resultado no es solo visual: es visceral. Es México en movimiento.

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