Un alto el fuego de quita y pon

La paz era esto. Una rendición sin condiciones. Sin garantías. Una solución al principal problema de Netanyahu: la liberación de los rehenes. Ya no los hay. Quedan cadáveres bajo los escombros, mezclados palestinos e israelíes. Tom Fletcher, director de operaciones humanitarias de las Naciones Unidas, ha declarado que podría tardarse meses en recuperar e identificar a los 13 rehenes israelíes sepultados. En cuanto a los muertos palestinos, estas precisiones ni se contemplan: hace tiempo que expertos como Francesca Albanese, relatora de la ONU para los Territorios Ocupados, alertan de que las cifras oficiales de muertos gazatíes (71.200, la última) podrían multiplicarse por 10 si a las víctimas directas se suman los desaparecidos y los muertos por causas indirectas, como hambre y enfermedades derivadas de la guerra. Pero sus nombres y sus historias apenas asoman, están destinados a ser “víctimas perfectas”, como denunciaba en estas mismas páginas hace unos días el escritor jerosolimitano Mohamed El-Kurd.

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