Trump, un presidente comestible en pantallas (I)
Nueva York. La batalla por la popularidad ocurre en el cerebro de los votantes o de miembros de alguna de las sectas ultras que políticos propagan en decenas de países.
Donald Trump no es la excepción. Su sueño rompe fronteras al aspirar a convertirse en una especie de presidente global. Ser centro de atención, su obsesión; el revolucionario de las redes sociales que no deja de aportar estrés como manda el librito de cualquier gobierno oclocrático acaba de rebasar los primeros 100 días de su segundo gobierno.
La batalla de Trump es contra Trump. Mañana será más narcisista que hoy, y hoy menos que ayer.
En un pequeño hotel del barrio de Chelsea en Nueva York a quien Leonard Cohen dedicó una pieza musical y en el que vivió el escritor Thomas Wolfe, ocurre una pequeña reunión sobre diplomacia y comunicación.
Uno de los participantes es un funcionario que conoce la nueva estrategia de comunicación de la Casa Blanca.
1. Kilmar Armando Ábrego García, salvadoreño, nunca se imaginó que se convertiría en la cabeza de turco de la estrategia anti migratoria del Gobierno del presidente Trump. No es delincuente, pero el peso de la publicidad gubernamental lo convirtió en un “peligroso delincuente”.
Su trágica historia generó el reconocimiento de un error por parte de la Casa Blanca. Primero se le expulsó a la cárcel del presidente Bukele. El presidente salvadoreño, actor de reparto, dijo que no podía hacer nada para regresarlo a Estados Unidos. Washington comenzó a cambiar el discurso: “sí, fue un error expulsarlo, pero es un peligroso delincuente por haber pertenecido a la banda Barrio 18”. Fin de la historia.
El manejo del lenguaje es estratégico. Hay que seleccionar la palabra que ingrese lo más rápido a la mente de los sectarios; de posible delincuente, Ábrego García fue convertido en terrorista.
Objetivo estratégico: desincentivar a potenciales migrantes que viajen a Estados Unidos. Ni el reconocimiento de un error los puede salvar de la cárcel de Bukele.
No se requiere de la IA para manipular la realidad, solo se requiere graduar la red Truth social para imponer la narrativa del Despacho Oval; la IA es un lenguaje publicitario que ayuda a posicionar súbitamente una idea locuaz. Por ejemplo, convertir el infierno de la Franja de Gaza en un espectacular parque temático donde dos gordos, Netanyahu y Trump, vacacionan frente al mar.
2. Uno de los participantes habla sobre México. Sobre Octavio Paz. México es un país donde se suele reinterpretar y reinterpretar y reinterpretar la realidad. El mexicano expuesto a las pantallas suele vivir en una ficción recargada, vecina posiblemente de su entelequia favorita.
Who is Wally? ¿En dónde está la realidad? ¿Cuántos kilómetros cuadrados del país son impenetrables para el peatón promedio? ¿En cuántos otros tiene que ir caminando junto a varios guardespaldas? Las mañaneras son sesiones de realidades alternativas: wishful thinking. Hay momentos en los que la realidad ya no es necesaria, o así lo parece.
En México, la política exterior no es de consumo doméstico, de lo contrario, millones de personas estarían alarmadas por las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La excepción ocurre en pequeñísimos nichos de la sociedad. Así lo pensó AMLO y así lo cree la presidenta.
La realidad no importa.
Los medios mexicanos se mimetizan. ¿Qué medios de comunicación le dieron cobertura al anuncio que hizo el Departamento de Estado hace dos meses sobre el retiro de visas a quienes hayan contratado a doctores cubanos tratados como esclavos por la dictadura? Misterios sin resolver.
Toca escuchar Chelsea Hotel, de Leonard Cohen.