Trump, los aranceles y el destino del dólar
PROVIDENCE – Con la imposición de aranceles “demenciales” al resto del mundo por parte de la administración Trump, a muchos analistas les preocupa el problema del “lavado cuerdo”: imputar razones convincentes a políticas que no las tienen. Argumentan que este análisis ingenuo distrae la atención de la estafa que se está desarrollando ante nuestros ojos. Los movimientos de la familia Trump en la esfera de las criptomonedas —donde sus meme coins sirven como una invitación abierta a los sobornos— ciertamente respaldan esta interpretación. ¿Pero es ésta la única conclusión a la que se puede llegar, o podría estar pasando algo más?
Consideremos una explicación alternativa.
El proyecto estadounidense de promover el libre comercio global ya había sido abandonado en el momento de las elecciones de 2016, cuando tanto Donald Trump como Hillary Clinton hicieron campaña en contra de la Asociación Transpacífica. Trump luego impuso aranceles a productos procedentes de China y otros países, y muchos de ellos se mantuvieron o ampliaron bajo la presidencia de Joe Biden. Una de las políticas emblemáticas de Biden, la Ley de Reducción de la Inflación, fue un intento por promover la reindustrialización de Estados Unidos en sectores ecológicos que, además de estar protegidos por los aranceles de Trump, pasarían a estar subsidiados. Se supone que la última oleada de aranceles de Trump también impulsará la reindustrialización, aunque de una variedad más intensiva en carbono. En consecuencia, el libre comercio parece estar fuera del menú tanto para republicanos como para demócratas.
La razón de este apoyo bipartidista a las políticas proteccionistas tiene que ver con el papel global del dólar a la hora de promover desequilibrios comerciales estructurales. Como reconoció John Maynard Keynes en 1944, todos los países, si se los deja abandonados a su suerte, preferirán ser exportadores netos que importadores netos. Hoy, los exportadores netos de la Unión Europea, Asia y el Golfo ganan dólares que sus propias economías no pueden absorber, porque eso haría subir los salarios y los precios internos, socavando su competitividad. Los dólares ganados son pasivos para los bancos locales, y la forma más fácil de convertirlos en activos es comprando deuda pública estadounidense, devolviendo de hecho el efectivo a Estados Unidos para que pueda seguir comprando exportaciones.
Así, durante los últimos 40 años, Estados Unidos ha importado prácticamente todo lo que ha querido emitiendo pagarés IOU digitales que pagan un 2% de interés sin ser reembolsados nunca, porque las letras del Tesoro son el vehículo de ahorro de los mismos exportadores. Esto significa, entre otras cosas, que Estados Unidos no tiene restricciones de cuenta corriente.
¿Por qué querría Estados Unidos acabar con esta situación aparentemente mágica? Porque, como argumentan Matthew Klein y Michael Pettis, desafiar las restricciones de cuenta corriente conlleva costos a largo plazo. Los países que son exportadores netos acumulan enormes superávits a costa de socavar la inversión nacional y los salarios locales, lo que deprime sus economías, mientras que Estados Unidos se “beneficia” de productos extranjeros baratos sin límite, pero a costa de vaciar su propia capacidad industrial. En 1975, los tres mayores empleadores de Estados Unidos eran la corporación Exxon, General Motors y Ford; en 2025, los mayores empleadores son Walmart, Amazon y Home Depot. El primer grupo fabricaba bienes comercializables, mientras que las últimas empresas venden en su mayoría importaciones a nivel nacional.
Dados estos efectos a largo plazo, figuras destacadas de ambos partidos estadounidenses han llegado a considerar el “privilegio exorbitante” del dólar como una carga exorbitante. Ambos partidos quieren “reequilibrar” la economía estadounidense promoviendo la producción nacional, lo que implica un ajuste forzoso de los exportadores extranjeros para reducir su demanda de dólares.
¿Por qué no salen a decir esto? Probablemente porque hablar de “ser estafados” por otros países es más convincente para la base que los argumentos sobre los puntos más finos de la política comercial. Asimismo, el hecho de que la administración Trump carezca de un plan integral para reequilibrar el orden global no significa que ese reordenamiento ya no esté ocurriendo.
Al fin y al cabo, el motor de las exportaciones de Alemania venía fallando incluso antes de la pandemia. Su reciente distensión del “freno de la deuda” (un límite constitucional a los déficits estructurales) y su apuesta por la inversión sugieren que ya se está produciendo un reequilibrio hacia el consumo interno. El aumento del gasto en defensa de la UE impulsado por Trump dará más impulso a esta tendencia, y la perspectiva de una zona del euro más impulsada por el consumo ofrecerá a los inversores mundiales una alternativa viable al dólar.
En cuanto a China, parece haberse dado cuenta de que inundar al resto del mundo con exportaciones ecológicas (vehículos eléctricos, paneles solares, etc.) tiene sus límites. Ya se ha diversificado, alejándose del mercado estadounidense, lo que ha aumentado la necesidad de un mayor consumo interno. Mientras tanto, el resto de Asia impulsada por las exportaciones parece dispuesta a establecerse en Estados Unidos para conservar el acceso al mercado.
Un mundo reequilibrado necesitaría menos dólares. No cabe duda de que acabar con el sistema actual será enormemente disruptivo, y la perspectiva de una reindustrialización de Estados Unidos puede resultar ilusoria. Pero es importante recordar que ambos partidos lo consideran necesario. El reequilibrio comenzó antes de que Trump irrumpiera en escena, y está siendo impulsado por fuerzas que podrían sobrevivirlo.
El autor
Mark Blyth, profesor de Economía Internacional y director del Centro Rhodes de Economía y Finanzas Internacionales del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown, es coautor (junto con Nicolò Fraccaroli) del libro Inflation: A Guide for Users and Losers (W. W. Norton & Company, 2025) y autor de Austerity: The History of a Dangerous Idea (Oxford University Press, 2015).
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