The Bear no miente, pero falta algo: las voces de los chefs mexicanos

The Bear no miente, pero falta algo: las voces de los chefs mexicanos

¿Hasta dónde vale la pena entregarse por completo a un “plato perfecto”? The Bear no edulcora la cocina profesional: retrata turnos interminables, choques de carácter y un chef obsesionado con redimir un negocio familiar a punto de quebrar. Pero fuera de la pantalla, las cocinas mexicanas viven su propia versión de esa tensión, marcada por sueldos bajos, jornadas extenuantes y silencios incómodos sobre la salud mental.

Para entenderla mejor, hablamos con tres chefs que han vivido esas exigencias en primera persona: Irak Roaro, al frente de Con Vista al Mar; Josefina González, de Zeru San Ángel; y Javier Cerrillo, de Mesa Criolla en Xalapa. Cocineros que han sostenido brigadas, enfrentado sus quiebres y aprendido —a veces a la mala— que el talento no basta si se pierde el rumbo.

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Los chefs Irak Roaro, Josefina González y Javier Cerrillo. Especial

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La presión como norma: el fuego que no se apaga

En la serie, las órdenes se gritan, los platos se rompen y los ánimos se desbordan en medio de servicios imposibles. Esa sensación de estar siempre al borde del colapso no es exclusiva de la ficción.

El chef Irak Roaro reconoce que la presión existe en todas partes: “Desde una cafetería hasta un fine dining. Solo que se escala y se monetiza diferente”. Aquí, en México el contraste es aún más áspero: “Un cocinero gana tres veces menos que en Estados Unidos, por ejemplo”.

Él mismo sintió cómo la exigencia se volvía insostenible: “Tuve momentos que fueron una montaña rusa emocional. En la búsqueda de una validación exterior en lugar de interior llegué a tener problemas de adicciones (alcohol y drogas) y cuando estás abajo, levantarte es muy difícil, no imposible, pero sí muy difícil”. Reconoce que su aprendizaje incluso sigue evolucionando: “A mis 41 años apenas me siento listo para liderar. Esa evolución tiene que permear en todo: en lo profesional, lo familiar, tu círculo social”.

Para la chef Josefina González, el momento de quiebre fue tan ineludible como el encierro en un congelador que asfixia: “La cocina me consumió y nunca pensé en mi salud mental”. La pandemia fue su freno obligado. “Los ataques de pánico me hicieron detenerme. Aprendí que cuidarla es la base para manejar el estrés y mantener la estabilidad”.

Por su parte, el chef Javier Cerrillo recuerda otro tiempo donde esa tensión se aceptaba sin cuestionarse: “Yo a veces extraño ese estrés, esa ansiedad. Antes era cotidiano”. Pero abrir su propio restaurante le enseñó algo más duro: “Pensé que sería más sencillo lograr la aceptación del público, es duro darte cuenta de que has perdido el foco sobre que cocinas para alguien más”.

Jeremy Allen White como Carmen 'Carmy' Berzatto.–><!–>Enlace imagen

Jeremy Allen White como Carmen ‘Carmy’ Berzatto.Especial

Salud mental: lo que se muestra pero no se resuelve

The Bear es incómoda cuando enseña la fragilidad emocional de la cocina profesional: ataques de pánico, frustración contenida, traumas que se arrastran. Aunque la serie lo expone, no ofrece soluciones.

Roaro cree que el sector debería tomar cartas en el asunto de forma estructural: “¿por qué no abrir un departamento de salud mental?”. Para él, el liderazgo también consiste en acompañar, no solo en exigir: “La gente recurre a ti porque eres su líder. No tienes que resolverles la vida, pero sí mostrarles interés”.

Josefina resalta que cuidar la mente no debería ser un lujo ni una reacción tardía: “La cocina no es sencilla, pero puede llenarte el alma si aprendes a cuidarte”. Porque la creatividad y el oficio solo florecen cuando se reconoce el costo emocional.

Cerrillo advierte del problema de vender sueños a medias: “Se les ha vendido a las nuevas generaciones demasiado humo. Llegan queriendo ser famosos más que cocineros. Y ahí se genera mucha frustración”. En un entorno donde la presión es norma, nadie enseña a manejar el desgaste.

Liderazgo real: más difícil que un “oído chef”

Si algo deja claro The Bear es que el liderazgo en cocina no se trata solo de jerarquías. Hay tensión entre generaciones, estilos de mando que se rompen, discusiones sobre respeto y límites. Es una lección dolorosa para cualquiera que crea que bastan las órdenes para construir un equipo.

Ayo Edebiri como Sydney Adamu, Liza Colon-Zayas como Tina.–><!–>Enlace imagen

Ayo Edebiri como Sydney Adamu, Liza Colon-Zayas como Tina.Especial

Para el chef Roaro lo tiene claro: “Tu equipo es tu pilar más fuerte. Hay que preocuparse genuinamente por ellos. Si no, te estancas”. Reconoce que el crecimiento también está en abrirse a otras ideas: “A veces ya no tienes más elementos para enseñar, así que jalas a alguien con otro estilo, otra inspiración”.

La chef Josefina pone el acento en la comunicación, ese puente que tantas veces se quiebra en una cocina exigente: “Hay que crear espacios donde los cocineros se sientan escuchados y valorados. Darles sentido de pertenencia”.

Para Cerrillo, la clave está en ser ejemplo constante: “Hay que motivar con el ejemplo. Mostrarles que lo que hacen importa. Porque la cocina puede ser jerarquía, pero también es comunidad“.

El brillo y la trampa de los premios

The Bear muestra cómo la meta de conseguir una estrella Michelin se convierte en un reloj de cuenta regresiva: todo el equipo vive bajo la presión de demostrar que merece un lugar entre los mejores, aunque el costo sea demasiado alto.

Roaro no demoniza la meta, pero pide claridad sobre su precio: “Sin competencia no hay desarrollo. Las guías como Michelin o 50 Best te obligan a decidir: ¿quieres dinero, nombre, hacer una labor social o transformar la cocina mexicana?”, reconoce que medir es necesario, pero no lo es todo.

Josefina ve el lado positivo de esa ambición: “Motivan a innovar y a subir la vara. Ayudan a dar ese salto hacia la excelencia”. Porque a veces, el reto obliga a crear algo verdaderamente propio.

Cerrillo, en cambio, advierte contra convertir el reconocimiento en objetivo final: “El reconocimiento es increíble, pero no debe ser el eje central. La esencia de un restaurante es restaurar, generar momentos, conectar con la gente. Si los premios llegan como consecuencia, maravilloso. Pero no debería ser la razón”.

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¿Y todo para qué?

La serie tiene el mérito de exponer el lado más duro del oficio: las cuentas que no cierran, los egos que chocan, el cansancio que no se cura con un día libre. Pero también deja claro que el objetivo nunca debería ser solo sobrevivir al siguiente servicio, sino recordar para quién se cocina.

Las cocinas mexicanas comparten ese reto. Se trabaja por mantener vivo el sentido de hospitalidad mientras se paga el precio del cansancio y la incertidumbre. Pero al final, como dice Josefina, “no hay nada más maravilloso que ver un platillo en la mesa del cliente y que lo disfrute de manera genuina”.

The Bear logra mostrar el caos que se vive en una cocina profesional, pero la historia no termina cuando se baja la voz al final del servicio. En México, la verdadera tarea es construir espacios donde el talento y la pasión no cobren como precio la salud mental ni el sentido de comunidad. Al final, la pregunta no es solo cómo cocinar mejor, sino cómo hacerlo sin perderse uno mismo en el intento.

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