Springsteen, Scorsese y los niños heridos
La new age y la popularidad del psicoanálisis fácil nos dicen que todos lo que somos viene de nuestras heridas de infancia. Hay que sanar al niño interior para seguir adelante y no vivir ad eternum con una personalidad resquebrajada. Podemos ser adultos felices que superan sus dolores infantiles o fieras destructivas destinadas a hacer daño. Todo depende de cómo curamos a ese niño traumado que llevamos en el pecho. Qué bonito, todo muy fácil de entender. Cómprese esos Hot Wheels que siempre le negaron y sanseacabó.
Estoy siendo deliberadamente obtusa porque en la cultura pop todo nos llega como producto de Temu, o todo roto o todo de pésima calidad. Como sea, lo que los psicólogos llaman la herida puede entenderse como el combustible que nos arroja a ser quienes somos en la vida adulta.
Estaba pensando en eso cuando vi Mr. Scorsese, la serie biográfica de AppleTV sobre Martin Scorsese, y la película Springsteen: música de ninguna parte sobre el mismísimo Jefe, Bruce Springsteen.
Tanto la serie como la película son misiles emocionales. Medio cursis y santurronas, pero grandes retratos de hombres imperfectos que de sus dolores han creado enormes obras de arte.
Empecemos con la serie. ¿Tengo que explicar quién es Martin Scorsese? Digamos que es el gran cineasta vivo, uno de los mejores de la historia. Está en la lista con Hawks, Godard y Eisenstein. Sí, entre los cineastas que han inventado el cine. Qué locura de películas tiene Scorsese en su palmarés. Desde Buenos muchachos hasta El lobo de Wall Street; de Taxi Driver a Cabo de miedo, pasando por Toro salvaje, Mean Streets, Silencio, Kundun y Hugo. No es fácil meter a Mr. Scorsese en una sola casilla. Ha pasado por todos los géneros y todos los ha hecho bien. Hasta en sus malas películas hay el alma de un maestro artesano y la ciencia de un experto. Tras la cámara, un genio.
En Mr. Scorsese seguimos la vida de Marty (como le dicen sus reales, como yo no lo soy, le diré simplemente Mr. Scorsese) desde su infancia hasta su culmen como director. Una conversación entre Scorsese y el escritor Gore Vidal sirve de prólogo:
Scorsese: De donde vengo o eres sacerdote o eres gánster.
Vidal: Entonces tú decidiste ser ambos.
Scorsese creció en el difícil barrio italiano de Nueva York. Chaparro y enfermo con un asma grave que le impedía salir a jugar con los duros de la cuadra, desde la ventana se enteraba de lo que pasaba en la calle. Dice Spike Lee: bendito sea el asma que lo tuvo en la cama pensando y observando.
(En la serie, dirigida por una atinada Rebecca Lee, están muchos de los personajes principales de la vida de Mr. Scorsese: desde sus amigos de infancia a sus colegas cineastas; de sus actores fectiche como Robert De Niro, Daniel Day-Lewis, Jodie Foster y Leonardo Dicaprio hasta sus ex esposas e hijas desatendidas).
En el aire fresco de los cines el niño Scorsese podía respirar mejor, así que su papá lo llevaba sala tras sala viendo todo tipo de películas. Pasar la tarde en el cine fue su verdadera educación. Mr. Scorsese, ese niño que sólo podía respirar plenamente en el cine.
Mr. Scorsese no sólo explica a Scorsese como persona, sino que también examina su cine en sus técnicas fundamentales —por qué acá pone esta cámara aérea, por qué este cuadro en picado, cómo hizo las peleas brutales de Toro Salvaje sin haber visto antes una pelea de box—, el trabajo “en corto” del director. Una masterclass de lenguaje cinematográfico.
Es una serie que todo crítico de cine debería ver, rigurosa y tremendamente divertida. Atinada, es la mejor manera de contar una vida: desde el chisme hasta la confirmación o negación en primer plano del personaje, desde la infancia hasta el adulto que se pasa repitiendo los mismo errores.
Ves al actual Mr. Scorsese con esa pinta de abuelo cariñoso y no te imaginas al loco treintañero que casi se muere por una sobredosis de cocaína. Ese es Scorsese, un tipo roto pero simpático, un presencia querida y también un artista con espíritu de matón. Sacerdote y gánster.
Otra cosa se puede decir de Bruce Springsteen. No diría que El Jefe (no me refiero al Jefe Diego, sino al mero mero Jefe Bruce Springsteen, espero que se entienda) tiene alma de matón ni nada por el estilo. En sus memorias, Springsteen cuenta con sencillez su vida, pero al leerlas me quedé con la sensación de que no se entiende a sí mismo, no entiende lo que causa ni lo que los fans buscan en él. ¿Por qué? Porque es un tipo que sólo quiere tocar música sin herir a nadie en el camino. Y uno le cree.
Pero también duda, ¿de verdad Bruce es este tipo que ignora la euforia que su música causa en todo el mundo? Sus himnos de la “blue-collar America” tienen resonancia en todo tipo de contextos, desde las campañas políticas de republicanos que no escuchan las letras hasta los más cutres antros rock de Copilco, y él con sus ganas de no salir de Nueva Jersey. El concierto más memorable de mi vida ha sido el de Bruce Springsteen y la E Street Band en el Palacio de los deportes en 2012. Rock, soul y un tipo loco de 60 años aventándose al público en el ejemplo más temerario de stage diving que se me puede ocurrir. Lo que en otro rockero parece cursilería, en Bruce Springsteen es tan sincero que resulta conmovedor. Por eso es El Jefe, porque uno haría lo que fuera por tocarlo, darle un abrazo: ser uno de su pandilla.
En Springsteen: música de ninguna parte (escrita y dirigida por Scott Cooper) vemos a un Bruce cansado. Jeremy Allen White —el actor protagónico de la serie The Bear— interpreta a un Springsteen que da conciertos épicos en grandes escenarios pero sigue presentándose en el club en el que debutó en Nueva Jersey porque simplemente no se acomoda lejos de su pueblito. Conocemos al hombre con sus recuerdos de infancia, ese niño lastimado al que su padre alcohólico obligaba a pelear. Ocho años y Bruce Springsteen ya toreaba sentimientos destructivos.
El protagonista de Música de otra parte es un Springsteen rebasado. Abrumado emocionalmente, deja a una mujer con la que podría ser feliz porque se siente tan dañado que su tristeza puede acarrear a otras personas al barranco. La depresión de Springsteen, su hartazgo, dan lugar a su disco más íntimo: Nebraska.
Sólo de ese abismo emocional se podría entender el Nebraska. La película sigue a Bruce en la concepción y grabación del álbum, una producción salvaje en su minimalismo: lo grabó entero en su recámara. El concepto original incluía hits como “Born in the USA” y “I’m on fire”; la disquera ya planeaba otro top ten. Springsteen les pintó cuernos. Nebraska sería mínimo o no sería. En el colmo del control absoluto, Springsteen se negó a hacer gira y ruedas de prensa: dejó que el álbum se defendiera solo. Y el desplante resultó: Nebraska fue exitoso sin necesidad de maromas en el escenario.
Si se acercan por primera vez a Springsteen quizá Nebraska, con su aire desolado y sus canciones sin ganchos pegajosos, no sea la mejor ruta. Pero no me escuchen, igual y sí lo es porque las letras son de las mejores de El Jefe. El Springsteen juglar está presente a todo lo que da pero sin tremendos adornos rock que lo oculten. Nebraska es Bruce, sus letras y su guitarra.
Según los psicoanalistas todos somos hijos de nuestros dolores de infancia. No lo sé de cierto, es un lugar común muy repetido eso de que infancia es destino. No digo que Mr. Scorsese y Música de ninguna parte no adolecen de ese sentimentalismo pero me parecen un buen estudio de personajes. Que digan lo que quieran, a veces los genios también necesitan explicarse.
