Somos más Thunderbolts que Avengers
Imagínate un equipo formado por integrantes con traumas no resueltos, desconfianzas mutuas, egos inflados y objetivos que a veces se cruzan más que se alinean. No, no se trata de una junta de trabajo cotidiana de un lunes, es la premisa de Thunderbolts*, el equipo “B” del universo Marvel, antihéroes que colaboran por obligación, no por convicción. ¿Te suena familiar?
Hace poco vi Thunderbolts* y al pasar los días un pensamiento me daba vueltas: en nuestra cotidianeidad nos hemos acostumbrado a que la forma de “hacer equipo” en nuestros trabajos es muy parecida a la premisa de la película, con desconfianza, agendas cruzadas, liderazgos autoritarios y colaboraciones forzadas.
En la jerga del mundo laboral se habla mucho de sinergias y espíritu de colaboración, pero en la práctica, muchos equipos operan como un escuadrón armado fortuitamente, sin una dirección clara ni vínculos sólidos. En estos escenarios, los resultados dependen más de los esfuerzos individuales y el trabajo conjunto es más por accidente que por diseño.
Los Avengers operan de manera diferente, son un equipo de alto desempeño con objetivos claros, donde el resultado se construye con las fortalezas de cada integrante. Y no es que no tengan traumas en su equipaje individual, pero se aprende a reconocerlos, a ponerlos sobre la mesa y a integrarlos como parte de la identidad del grupo.
Sí, Felipe, es ficción, pero la realidad es que uno de los errores más comunes en la gestión de talento es suponer que juntar personas basta para formar un equipo. Pero un equipo no es una suma de habilidades, es una estructura que necesita propósito, reglas de convivencia, confianza y, sobre todo, un liderazgo que inspire y acompañe, no que administre y controle.
Según una encuesta de Gallup, sólo el 18% de las personas a nivel global considera que sus jefes tienen una influencia positiva en su vida. Y la realidad es que a este rol se le asocia más con factores relacionados al estrés y la desmotivación que a la productividad.
Otro dato. De acuerdo con el Wokmonitor 2025 de Ranstad, la falta de sentido de pertenencia se ha convertido en un factor con mayor peso en la decisión de las personas para dejar un empleo, así lo manifiesta el 60% de los trabajadores (frente a un 37% del año pasado). Esto refleja la necesidad de formar parte de una comunidad más que sólo tener un trabajo, así lo considera al menos el 83% de las personas.
La realidad es que operamos más como Thunderbolts, porque todavía imperan –y mucho– los sistemas que premian al que brilla por cuenta propia, culturas que castigan el error y estructuras que aíslan más que conectan.
Lo paradójico es que cuando se logra formar un verdadero equipo, los resultados sí se multiplican. No porque todos piensen igual, sino porque saben hacia dónde van y que pueden contar con quienes caminan a su lado. Sólo así, uno puede aspirar a algo más parecido a los Avengers. Pero eso no ocurre por decreto. Se construye. Se cuida. Se sostiene todos los días.
Por eso, más que hacer talleres de “team building” –como los que abundan últimamente–, vale la pena preguntarse si realmente estamos creando espacios donde las personas puedan colaborar de verdad. No porque lo diga un manual, sino porque saben que lo que hacen tiene sentido, que su voz importa y que su esfuerzo es parte de una causa mayor.
No se trata de disfrazarnos de superhéroes en la siguiente junta —aunque no sería mala idea para romper la rutina; yo prefiero a Hulk o a Red Guardian por obvias razones estéticas—, sino de entender que un buen equipo no es producto del azar ni de una presentación muy bien hecha. Es una construcción intencional, vulnerable y estratégica.
Si seguimos operando como los Thunderbolts, no esperemos resultados épicos. Y mucho menos salvar el universo… o el trimestre.