Siete años de transformación sin autocrítica

El pasado sábado, el Zócalo vivió una fiesta política que fue, al mismo tiempo, aniversario, misa solemne, asamblea revolucionaria y kermés popular. Ante 600,000 asistentes —cifra oficial— que corearon al unísono: “Es un honor estar con Claudia hoy”, “Presidenta, Presidenta” y “No estás sola”. La doctora Sheinbaum pronunció una especie de rendición de cuentas, discurso conmemorativo y declaración de principios de su gobierno, el segundo de los siete años de transformación propiciados por el Movimiento de Renovación Nacional: Morena.

Sin vallas de acero, granaderos y sin que hiciera su aparición el ominoso bloque negro, ante la presencia de legisladores, gobernadores y dirigentes de la facción guinda que, seguramente, desayunaron en los restaurantes cercanos, mientras los contingentes de partidarios de a pie, que está vez llegaron en autobuses especiales, camiones y microbuses, de todo el país, lo mismo desde Nogales, Sonora tras 30 horas de camino, que de la Montaña de Guerrero, Milpa Alta y Xochimilco, sentados en la banqueta degustaban ricas tortas de tamal, atole y tacos de canasta.

Todo en orden, todo terso como lo dispusieron para mostrar músculo político, aquellos que llevaron los mayores contingentes a la celebración, los líderes Alfonso Cepeda del SNTE —con un tufo a neoliberalismo— y el de CATEM, Pedro Haces. (¿Cuál será la equivalencia de “líder charro” en la 4T, “líder taurino”, “líder beisbolero”, “líder prosionista”?).

La presidenta respondió a la expectativa de la gente que llenó la plancha del Zócalo y las calles aledañas, con un discurso en el que informó las obras que en su administración se construyen o se concluyen. Discurso que se torno aguerrido cuando afirmó que el gobierno “ya no es patrimonio de unos cuantos (…) No creemos en el poder del dinero y no nos arrodillamos frente a los poderosos; creemos en un país de libertades, soberano de justicia verdadera, donde el que manda es el pueblo” —una orden de tacos de canasta más para los que aplaudieron.

También se expresó contra la oposición: “una de las mentiras más socorridas y recientes es que México es cada vez menos democrático. Se olvidan que en el período neoliberal vivimos el fraude electoral de 1988 contra el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, el desafuero de López Obrador, el fraude electoral del 2006 y la compra masiva de votos del 2012”. También afirmó que en México no hay censura, hay libertad de expresión y de manifestación.

No podía faltar el elogio para Andrés Manuel López Obrador. “Ahora —expresó la doctora Sheinbaum— toca seguir construyendo el segundo piso de la transformación para hacer realidad el proyecto de nación que vele por el cumplimiento constitucional de garantizar el derecho de las y los mexicanos a un país más justo y menos desigual”.

Claudia, quien, en poco tiempo ha desarrollado tablas oratorias, conmovió a los presentes cuando al referirse a la relación entre nuestro país y Estados Unidos en cuestiones de seguridad, estableció que está basada en el respeto a la soberanía e integración territorial; responsabilidad compartida y diferenciada; y colaboración sin subordinación. La emoción llegó al clímax cuando exclamó: “!México es un país libre, independiente y soberano! ¡No somos colonia ni protectorado de nadie!”

En mi opinión algo faltó para ser un discurso con un matiz de izquierda de verdadero acercamiento popular: una dosis de autocrítica porque mientras las porras, los vivas, y los gritos de “no estás sola” atronaban el espacio, Segalmex flotaba como globo de feria, grande, colorido e imposible de ignorar sin que nadie se atreviera a tocarlo no fuera a reventar en confeti de denuncias, por ejemplo: contra el senador Adán Augusto López y su presunta complicidad con el cártel de “La Barredora”; contra el travieso diputado Cuauhtémoc Blanco; contra la adquisición de ranchos al mayoreo a cargo de José Ramiro López Obrador, cuyas cuentas ni salen ni se aclaran, entre otros casos.

Pero no, el sábado fue fiesta, no reflexión; altar, no tribunal; discurso, no catarsis.

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