Salvadores de islas
Hace varios millones de años, la Isla Guadalupe estuvo pegada al continente, a la altura de San Francisco, California.
Lo que hoy vemos frente a las costas de Baja California, a casi 250 km adentro del océano Pacífico, es solo una de las puntas del cráter de un volcán hundido.
En la isla de 30 km de largo por 10 de ancho, se ven distintos tipos de vegetación, desde la que puede vivir al nivel del mar, hasta los bosques de pino y encino que crecen —ahora en recuperación— a los 1,200 metros de altura.
En la isla, convertida en uno de los sitios de trabajo del Grupo de Conservación de Islas (GECI), hace pocos años, solo se veían cabras. Llegaron hace unos 200 años, traídas por cazadores de mamíferos marinos de Estados Unidos y Rusia. Supongo que interesados en no solo comer pescado y mariscos.
Para alimentarlas, crecieron avena. Y cabras y avena se convirtieron, con los años, en prácticamente las únicas especies de la isla.
Avanzaron y conquistaron cada rincón, arrasaron con las plantas originales que, para fortuna de todos, aguardaron silenciosas y pacientes a que alguien les volviera a abrir paso en su hábitat.
Con la llegada de cazadores y pescadores a la isla, llegaron también ratones, y luego, para controlar a los ratones, llevaron gatos. Y ambos, gatos y ratones, sin que ni uno ni otro tuvieran interés entre ellos, crecieron y crecieron, para quedar en la isla solo: cabras, avena, gatos y ratones.
Y esto es porque las cabras, que se volvieron silvestres, además de la avena abundante que colonizó y desplazó a las otras plantas, comieron todos los retoños de la vegetación original; los gatos estuvieron más interesados en comer huevos y polluelos de las aves marinas que en comer ratones; y los ratones también engordaron felices con la avena.
Las islas son ecosistemas muy vulnerables a este tipo de invasiones, son lugares que resguardan especies y condiciones únicas. Si se cuidan, pueden ser las arcas de Noé de la modernidad, donde podemos mantener protegida la biodiversidad.
En Isla Guadalupe, este grupo de especialistas en ciencias del mar y de la tierra, enamorados de su trabajo, temerarios y aguerridos en su afán por recuperar la biodiversidad de la isla, están dando un ejemplo al mundo.
Han logrado el regreso de los pinos, cipreses, palmas y encinos que solo existen en la isla.
También, bajo su protección, los albatros de Laysan, el ave marina más grande del mundo, ahora tiene una población cada vez más grande y sana, e incluso está empollando y abriéndole vida al albatros patas negras, que está perdiendo su sitio de vida en Hawái, por las mismas huellas que la humanidad está dejando en el planeta: contaminación, sobrepesca y elevación del nivel del mar por el cambio climático.
Luciana, Julio, Sergio, Federico y Alfonso son estos salvadores de islas que pasan meses en el sitio, cuidando huevos y pollos de las aves originarias, recogiendo semillas, plantando retoños y soñando seguros que sí pueden cambiar el futuro del mundo.