Rosario Castellanos en su centenario. Un legado vivo

Maestra de la palabra, Rosario Castellanos es, junto con Juan Rulfo y Elena Garro, una de las voces más originales e inspiradoras del siglo XX, una escritora original que invita a las nuevas, y no tan nuevas generaciones, a explorar o revisitar mundos literarios que conmueven, impactan y apelan a la inteligencia y la sensibilidad. Gran poeta y narradora, Castellanos fue también dramaturga, ensayista y periodista atenta a los movimientos sociales y culturales de su tiempo. Su mirada crítica y empática, su escritura dramática, irónica o poética dan vida a personajes marginados, a hombres atrapados en el afán de poder y la ceguera del prejuicio, a mujeres, ansiosas de libertad, encorsetadas en rígidas normas sociales.
En la escritura, Castellanos encontró voz, presencia y sentido de sí. Su poesía, que inicia con formas y temas más apegados a la tradición, alcanza cumbres expresivas en poemas como “Lamentación de Dido”, donde la reina, traicionada por Eneas, enuncia el drama de la pasión amorosa (“Lo amé con mi ceguera de raíz”), del abandono (“Rasgué mi corazón y echó a volar una bandada/de palomas negras”), y la lucidez de una heroína trágica que permanece en la memoria más allá de la muerte. En los años 60 y 70, la poeta esgrime el filo de la ironía y la indignación contra los estereotipos machistas que enclaustran y mutilan a las mujeres en falsas visiones de sí mismas; invita a dejarlas atrás y a buscar “Otro modo de ser humano y libre/Otro modo de ser”). Atenta también a las injusticias históricas y políticas, reivindica a la Malinche, denuncia la sombría violencia desatada el 2 de octubre y apela al poder de la memoria contra la indiferencia y el olvido (“Recuerdo, recordemos/ hasta que la justicia se siente entre nosotros”).
En la narrativa de Castellanos, por otra parte, “Balún Canán” y “Oficio de tinieblas” son dos novelas clásicas en cuanto abiertas a nuevas lecturas e interpretaciones. La primera, obra de inspiración autobiográfica que recrea el mundo de su infancia en Comitán, marcado por dolorosas pérdidas (la de su hermano y, en la ficción, su nana), saca a la luz la dinámica destructiva de la injusticia y de la violencia social y cultural en Chiapas, donde el racismo seguía (sigue) imponiendo a las comunidades indígenas un yugo insoportable. En esta novela y, con más agudeza y dramatismo, en “Oficio de tinieblas”, Castellanos se acerca al mundo indígena con empatía y sensibilidad, sin idealizarlo.

Rosario Castellanos.
Con extraordinaria lucidez y maestría literaria, Castellanos expone la dinámica de la explotación que, falsamente legitimada en la tradición, socava la humanidad de los subordinados y los empuja a la rebelión. La violencia, normalizada, de los poderosos, el peso de un orden social que niega toda posibilidad de cambio, provocan el estallido desesperado – incendio o levantamiento – porque el deseo de libertad y autonomía, la aspiración a una vida plena son inherentes al ser humano. La represión, devastadora en “Oficio de tinieblas”, destruye las aspiraciones indígenas pero también expone la crueldad desmedida de un sistema social resquebrajado y contradictorio. La prosa, a menudo poética, de Castellanos nos transmite la densidad de la cosmovisión indígena, la frágil belleza de la naturaleza, el ímpetu del fuego y del viento, el frenesí de la violencia.
Feminista de vanguardia, Castellanos devela también en estas novelas la violencia social y cultural que asfixia a niñas y mujeres en ámbitos cerrados donde campea el machismo cotidiano. Si la muerte del hermano deja una honda herida en la niña de “Balún Canán”, saber que su madre no habría llorado su muerte como la de su hijo varón, intensifica su dolor. En “Oficio de tinieblas”, resentimientos y frustraciones envenenan las relaciones entre madre e hija, el desafío a la doble moral y la hipocresía condenan al fracaso.
Castellanos nos ha legado una literatura viva que, en su centenario, merece celebrarse.