Rompiendo el ciclo de la deuda africana
LAGOS – Estamos entrando en una nueva era marcada por profundos cambios geopolíticos, reducción de ayudas al desarrollo, aumento de barreras comerciales y escalada de conflictos globales. Pero entre tantos desafíos, tenemos una oportunidad histórica para fomentar la creación de asociaciones mundiales innovadoras, basadas en inversiones mutuamente beneficiosas y valores compartidos.
A África le corresponde un lugar central en estos esfuerzos. Alberga algunas de las economías que crecen más rápido y posee abundantes fuentes de energía renovables (entre ellas, eólica, solar, geotérmica e hídrica), así como más de una quinta parte de los minerales críticos esenciales para la transición verde. Pero para convertir el potencial de crecimiento de África en realidad, es esencial un campo de juego parejo. Eso demanda resolver una creciente crisis de deuda que amenaza con destruir décadas de arduos avances en materia de desarrollo.
La magnitud de la crisis es asombrosa. Solo en 2023, los países de ingresos bajos y medios destinaron 1.4 billones de dólares al servicio de la deuda externa (y a menudo los países africanos pagan tipos de interés y multas más altos). Eso los obliga a desviar recursos críticos de prioridades como la educación, la atención médica y la resiliencia climática para devolver préstamos en condiciones exorbitantes.
Hoy más de la mitad de los países africanos asignan más fondos a pagar deudas que a la atención médica. Malaui gasta dos veces más en honrar la deuda que en educación, lo que en la práctica condena a una fracción creciente de sus jóvenes a un futuro de ignorancia, desempleo y pobreza.
Los gobiernos africanos deben comprometerse con la gestión fiscal sólida y la rendición de cuentas, pero el dilema financiero del continente no es mero resultado de mala gestión presupuestaria o endeudamiento imprudente. Tiene también raíces en las desigualdades estructurales del sistema financiero mundial: los deudores soberanos africanos deben pagar en los mercados internacionales de capitales tipos de interés altísimos, incluso más que países con historiales crediticios similares o peores. Esta «prima africana» persiste a pesar del hecho de que las tasas de impago del continente son relativamente bajas.
Además, los países africanos no tienen la opción de no endeudarse, porque muchos están en la primera línea de una crisis climática que no han provocado. Países como Kenia, Malaui y Mozambique han tenido que asumir deudas considerables para recuperarse de desastres naturales que son cada vez más frecuentes y graves. Pequeños Estados insulares en desarrollo como Mauricio se están teniendo que endeudar solo para sobrevivir la subida del nivel del mar. Y fenómenos como la pandemia de COVID-19, la inflación global y el encarecimiento de los alimentos y de la energía no han hecho más que profundizar estas vulnerabilidades.
Ahora Estados Unidos ha anunciado fuertes aranceles a los productos procedentes de países africanos con los que tenga déficit comercial (países que dependen de las exportaciones para financiar el pago de deudas). Aunque luego los suspendió por noventa días, el impacto ya se siente en las frágiles economías del continente. Para colmo de males, los recortes a los programas estadounidenses de ayuda al extranjero generarán presión sobre servicios esenciales, frenarán el avance hacia la recuperación económica y agravarán la inseguridad política y social, y la peor parte se la llevarán las comunidades más vulnerables de África.
Dada la profunda interconexión de la economía mundial, las consecuencias de estas medidas no se quedarán en África. Al trastornar cadenas de suministro, desestabilizar economías y obstaculizar la transición energética, perjudicarán a consumidores y empresas de todo el mundo, limitarán las oportunidades de inversión y asfixiarán el crecimiento económico potencial.
Cualquier solución a la crisis de deuda africana debe tener en cuenta las desigualdades sistémicas de la arquitectura financiera internacional, que obligan a los países a pedir préstamos con tipos de interés punitivos para responder a crisis que no han creado. Por eso me he unido a otros siete exjefes de Estado y de gobierno africanos para formar la Iniciativa de Líderes Africanos para el Alivio de la Deuda, en cuyo marco impulsamos una reforma del sistema financiero internacional que ofrezca un alivio de deudas y mejore las condiciones de endeudamiento para las economías en desarrollo.
En nuestra reciente Declaración de Ciudad del Cabo pedimos una iniciativa de alivio de deuda a gran escala basada en la justicia y la transparencia, que incluya una amplia reestructuración con participación de todos los acreedores (privados, bilaterales y multilaterales) en un proceso previsible e inclusivo. Para aumentar el margen fiscal de los países es imprescindible bajar los tipos de interés y alargar los plazos de devolución de los préstamos.
También pedimos reformas en el sistema financiero internacional que apunten a eliminar la «prima africana», junto con inversiones estratégicas en salud, educación, construcción de paz y resiliencia climática, que permitan promover los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para 2030 y la Agenda 2063 de la Unión Africana.
La próxima cumbre del G20 (que tendrá lugar en Johannesburgo en noviembre) ofrece una oportunidad ideal para avanzar hacia estos objetivos, y ya tiene la sostenibilidad de las deudas en un lugar muy alto de su agenda.
El alivio de deuda para África no es un acto de caridad, sino una cuestión de justicia. Nos merecemos una chance equitativa de ordenar nuestras finanzas, invertir en nuestra gente y contribuir al crecimiento económico, la seguridad y la resiliencia del mundo, en vez de limitarnos a devolver préstamos que perpetúan la dependencia y el padecimiento económico. De las reformas económicas de Nigeria a la respuesta continental a programas de alivio de deuda anteriores (como la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados, PPME), hemos demostrado que tenemos voluntad y capacidad para aprovechar al máximo estas oportunidades.
Aquí no bastan soluciones a medias. El único modo de hacer realidad todo nuestro potencial es romper el círculo vicioso de la deuda, y que los acreedores nos traten con justicia, las instituciones multilaterales amplifiquen nuestras voces y los países de altos ingresos cumplan sus compromisos con la financiación climática. Esto redunda en interés del mundo. Al fin y al cabo, una África fuerte y en veloz crecimiento puede ser un motor fundamental de las cadenas globales de suministro, la innovación y la transición verde.
La Declaración de Ciudad del Cabo es nuestra hoja de ruta. La pregunta es: ¿nos acompañará el mundo en este camino?
El autor
Olusegun Obasanjo, expresidente de Nigeria, preside la Iniciativa de Líderes Africanos para el Alivio de la Deuda.
Traducción: Esteban Flamini
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