Robótica, el talento mexicano que sí gana

Hace unos días, México volvió a demostrar que el talento joven puede competir y ganar en las grandes ligas de la innovación. Nuestro país obtuvo su segundo campeonato mundial en el torneo de robótica FIRST, celebrado esta vez en Nagoya, Japón. No es poca cosa. Se trata de una competencia que exige conocimientos técnicos de alto nivel, trabajo en equipo, disciplina y, sobre todo, visión de futuro.

Más allá del trofeo, este triunfo reafirma algo que algunos ya sabemos, México tiene talento de sobra, lo que nos hace falta es potenciarlo con herramientas, confianza y oportunidades. En esa línea, quiero compartir una experiencia cercana, el trabajo que realizamos en los Planteles Azteca de Fundación Azteca, donde la robótica no es solo una materia o una actividad extraescolar, sino una puerta de entrada al pensamiento creativo, a la resolución de problemas reales y a la autosuperación.

Nuestro programa de robótica busca desarrollar competencias STEAM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemáticas), integrando el conocimiento técnico con la creatividad, la innovación y el pensamiento crítico. Pero más allá del contenido curricular, fortalecemos habilidades esenciales como el liderazgo, el trabajo colaborativo, la comunicación efectiva y la resiliencia. He visto a jóvenes que llegan con dudas sobre su propio potencial, transformarse en verdaderos ingenieros en miniatura capaces de programar, construir y presentar soluciones con una seguridad que conmueve.

Porque al final, educar en robótica es formar ciudadanos libres, capaces de tomar decisiones informadas, de crear valor para su comunidad y de imaginar un futuro distinto al que les tocó. Cuando una niña de secundaria programa un robot que resuelve un problema no solo aprende tecnología, aprende que puede generar impacto, que tiene agencia, que su voz y su talento importan. Y eso es lo que más necesita México, jóvenes con la capacidad y el deseo de construir un mejor país desde el conocimiento.

En un país donde a menudo se habla más de carencias que de capacidades, estos logros, y los de cientos de jóvenes que cada día aprenden a programar su propio destino son una bocanada de esperanza. Porque educar en tecnología no solo es preparar para el futuro; es también una forma ciudadanos con la capacidad de hacerse responsables de su entorno.

Por eso, cuando hablamos de introducir la robótica en las escuelas, no deberíamos hacerlo solo desde el entusiasmo por la tecnología o por la promesa de formar estudiantes listos para el futuro laboral. La verdadera riqueza de un taller de robótica no está únicamente en lo que los alumnos logran construir hacia afuera, sino en lo que logran transformar por dentro. En esos espacios florecen la curiosidad, la perseverancia, el autocontrol, la creatividad, la gratitud y el carácter. Se aprende a fallar con humildad, a levantarse con coraje, a trabajar con otros desde la confianza.

Un buen taller de robótica es mucho más que un espacio para aprender programación, es un laboratorio de humanidad, donde se cultivan no solo habilidades técnicas, sino también las fortalezas internas que nos permiten vivir con propósito, convivir con los demás y construir con sentido, en un país que se ¡imagina más!

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