Réquiem por el T-MEC, el nuevo camino de la integración comercial

<![CDATA[

El destino es claro, se construirá una nueva relación comercial. Aunque se suscribiera un nuevo instrumento revisado por las tres naciones, claramente éste tendrá un corte o tinte bilateral, dado que las condiciones de intercambio son radicalmente distintas a las que originaron una zona de libre comercio en Norteamérica a finales del siglo pasado. Será un documento que mira por un lado al sur, y por otro, hacia el norte, pero en términos completamente diferenciados.

Hay quienes piensan que aquellos que participaron recientemente en el último estertor de lo que fuera el TLC, son “expertos” en negociación internacional, cuando es claro que, coyunturalmente, sólo se sentaron a la mesa a escuchar las imposiciones de Donald Trump, quien, al no entender con claridad la forma en que dicho tratado operaba, se concretó a cambiarle el nombre, desconociendo que México fuera parte de Norteamérica, esto, tal y como ahora refuta que el golfo que nos une deba llevar el nombre de éste. Esa caterva de improvisados pretende ahora impulsar una nueva ronda en la que, al final, lo más que podrían lograr sería repetir, arrogantemente, frases grandilocuentes que sus asesores hayan establecido como la narrativa oficial. El proceso en ciernes nada tiene de integracionismo, ni se refiere al libre comercio, se trata de un documento que rediseñará la convivencia económica en un contexto de inevitable resurgimiento del proteccionismo. Esos personajes son tan útiles como un peón, en un juego de póker. El secretario de economía piensa que es su oportunidad de brillar, pero sin duda, será todo lo contrario. La suerte está echada, y si bien es cierto a punta de sacrificios y habilidad comercial, los empresarios mexicanos han sabido sortear lo que ha venido ocurriendo desde el mes de enero, lo real, es que se ha podido mantener el dinamismo de las ventas sacrificando utilidades. Cada mes, el cierre apunta a uno peor por venir. Se vive el amago de la inviabilidad inminente. El comercio exterior está mal, y el vano festejo que hacen los burócratas se recarga en resultados empresariales cada día más difíciles de mantener. El gobierno se autocomplace asumiendo que ha tenido algún merito en evitar el colapso, pero, en realidad, la estrategia ha sido no tener estrategia. La inmovilidad fue ingenuamente considerada templanza, ahora, mecánicamente, repetirán la receta, pero se llevarán una sorpresa, al ver cómo les pasan encima, por muy callados que se queden y por más cara dura que muestren. La pétrea inacción es clara evidencia de no tienen la más remota idea de qué hacer ante los aranceles. Retroactivamente, se concluirá que la forma en que venían actuando no era serenidad, sino ignorancia. Claro, el inmovilismo no fue ningún acierto a destacar, ni mucho menos a repetir. Cabeceará y cabeceará el galo titular de la dependencia, pero no logrará dar buena cuenta. Entenderá por qué le dieron esa cartera, que es de cuetero, y no otra, a sabiendas de que no es economista, y que de esos menesteres entiende nada. Se desaprovechó la oportunidad de convocar al empresariado mexicano a armar un equipo profesional que pudiera ofrecer un frente sólido en la negociación comercial, superando las deficiencias e insuficiencias de los parlanchines burócratas que hicieran su aparición al final del sexenio de Peña. Se necesitaban esos personajes que han hecho del comercio exterior, del mundo aduanero y de la operación de los organismos internacionales su vida. Hoy, ya todo es expectación, pronto se tornará en ansiedad. En un par de semanas vendrán los lamentos. El precio de la arrogancia, la impreparación y la ineptitud será muy alto. Pasaremos del nulo crecimiento a una contracción del aparato productivo, en el que las exportaciones no sólo no caerán, sino que aumentarán, pero el ingreso nacional se verá mermado por una política que entraba el comercio a través de costos, y no de barreras. El intercambio continuará, pero no nos engañemos, el valor de las exportaciones no necesariamente mantendrá la renta comercial para nuestro país. El esfuerzo se mantendrá, pero el ingreso efectivo irá cayendo. El comercio exterior, que fiscalmente sostenía al país, paliando la debacle de la petrolera oficial, se derrumbará en números netos. La pregunta entonces es ¿qué sigue? La respuesta está lejos del alcance de los políticos, y de los cada vez más grotescos procesos parlamentarios, la solución está en el sector privado, el cual, tendrá que rebasar por la derecha a la impresentable clase política nacional. La integración comercial tendrá que darse mediante acuerdos comerciales privados, en diferentes niveles, sectores y segmentos. Los empresarios de ambos lados de la frontera tendrán que encontrarse, ante el fracaso de funcionalismo burocrático, creando dinámicas que restituyan el ganar ganar. Allá está el gran consumo, y aquí, los rentables insumos. Serán los empresarios los que reconstruyan los puentes y doten nuevamente al proyecto nacional de viabilidad, haciendo a un lado el mal armado Plan México, incluyendo a su pésima e insufrible campaña publicitaria. El problema es, y seguirán siendo, los aranceles. La pregunta es si encontraremos algún mecanismo para que el empresariado binacional pueda sortear tales barreras, planteando, ante el congreso de las barras y estrellas, un nuevo modelo, uno que identifique con claridad, y sin ideología, alianzas que dejen de presentarnos como los rivales ganadores. Se había logrado construir un aparato productivo regional, el cual, cada día funcionaba mejor, a pesar de prácticas delincuenciales desplegadas por venales politiquillos con puesto grande, hasta que los candidatos pensaron que la relación comercial sería rentable rehén de las campañas. El nuevo tratado comercial no puede ser planteado a partir de una visión en la que las ganancias se dan allá o acá, sino que, en algún momento, ponen unos, pero que los otros lo harán después, y que, al final todos ganan. Se requiere de una visión global, de miras técnicamente formadas e informadas, que sepan armar, escribir y exponer, un modelo equilibrado, ponderable y medible, en el que hay costos, pero también ventajas para todos los que forman parte del esquema. Para ello se requiere preparación, y no ser exitoso en esa baja pasión que se llama política. Los que hoy están a bordo son parte del problema, no de la solución. El planteamiento hecho el siglo pasado se basó en un displicente discurso asistencialista, una gracia o conjunto de concesiones al tercermundismo, sí, Canadá incluida. Pieza tronante del arrogante discurso colonialista, el cual, Salinas de Gortari supo aprovechar. Fue parte del mensaje condescendiente de un imperio en su cenit. Por eso, fue posible construirlo sobre conceptos vagos y dispersos, sostenidos en cifras apuradamente armadas sobre las rodillas. Hoy, eso ya no es posible, la negociación debe arrancar con un buen diagnóstico, que permita hacer un profesional y técnico balanceo financiero, esto es, debemos ser capaces de mostrar de manera puntual cómo interactúan los procesos binacionales en la preservación de la eficiencia y competitividad. Sí, como algo que sirve a todos y que todos necesitamos. Esto es, el vecino verá con buenos ojos proyectos de integración, en los que la ventaja aduanera se concede a cambio de un provecho concreto, y no, como hoy se ha explicado, esto es, como un mecanismo de injustificada exportación de ganancias. En 1994, las cosas ocurrieron de manera apresurada, precipitada, y con enormes deseos de concretar espectaculares anuncios, y no como producto de un profundo estudio de las sinergias trinacionales. El TLC fue más producto de coyunturas políticas, que de un análisis y valoración de la forma y términos en que operan las economías involucradas. Las autoridades, aún hoy, no han tenido la capacidad de identificar, caso por caso, en dónde y cómo los sectores que integran el aparato productivo ganan. Recordemos cómo, en su tiempo, en la campaña de presentación del TLC Serra señaló destacadamente el aumento en la venta de escobas de mijo. Sí, se solía hablar del trato privilegiado a la exportación de ese modesto producto, como muestra del “logro comercial”. A la distancia, hasta pena da. En el matinal espectáculo, las autoridades mexicanas sólo han podido espetar que no habrá pick ups y refrigeradores, pero el análisis es de una pobreza verdaderamente franciscana. Siendo así, ahora, quedará a cargo del empresariado binacional organizado, el dar cuenta de la forma y términos en que cada ventaja comercial conferida en el instrumento se traduce en empleos, utilidades e impuestos.

La presentación de una oferta política contraria a la apertura comercial es fácil de hacer, cuando se dice que ésta es la causa de la pérdida de empleos. Hasta hoy, el votante en ambos lados de la frontera no puede asociarle como parte de la estabilidad y del crecimiento económico. El mensaje de la dependencia mexicana es débil, poco concreto y sin contundencia técnica. Hoy, los consumidores sólo saben que los anaqueles se están vaciando y que algunas empresas no pueden mantener los precios y la provisión de mercancías como antes lo hacían. Si los negociadores de Peña eran groseramente básicos, los que tiene el actual gobierno, simple y sencillamente, no pueden ser llamados negociadores, sino primitivos propaladores de una ideología artificial y electorera que no sólo será incapaz de mantener a los vecinos en la mesa, sino que carecerá de planteamientos que puedan granjear, en el corto y mediano plazo, resultados benéficos a los mexicanos. Fue penoso ver a Ebrard presentar lo malo de los aranceles, haciendo número gruesos de cómo caería la producción de vehículos y enseres domésticos, siendo incapaz de mostrar la conveniencia de mantener un instrumento gubernamental que ordene, organice y articule la integración comercial. Quiso ser simple, pero acabo siendo ramplón. Debemos dejar de apuntar a lo que se pierde al suspenderse o concluir el tratado, y comenzar a identificar la forma y términos, puntuales, en que las partes ganan. Cuánto, cómo y cuándo, pero teniendo en mente una visión bilateral, y no trilateral, no al menos durante algún tiempo, las condiciones y circunstancias actuales no la hacen viable. _____ Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

]]>

admin