Reflexiones sobre el privilegio y la ambición

Siempre me ha gustado el dinero. Por eso escribo sobre él. Desde pequeño me gustaba guardar una parte del dinero que tenía en una alcancía. Cuando era adolescente tuve la oportunidad de trabajar por él durante dos veranos en el lugar donde trabajaba mi padre (no con él, sino con sus compañeros). Eso me enseñó mucho. Cada quincena, como todos los empleados, yo recibía mi “sobre de nómina” (en esos tiempos así se pagaba, en efectivo) y parte de lo que ganaba lo guardaba en una cartera que tenía en el cajón de mis calcetines. Casi no gastaba nada: no tenía necesidad.

Cuando cumplí 18 años, mi abuela me regaló una cuenta bancaria con 2,000 pesos. Recuerdo haber ido al banco con ella a abrirla y me dijo: “ahora eres adulto, espero que manejes tu dinero con responsabilidad, como siempre lo hizo tu abuelo”.

Aunque sí llegué a gastar algo de ese dinero, siempre fue de manera consciente y cuidadosa. Pero también ahorré. Cuando me casé a los 21 años, ya tenía cerca de 6,000 pesos ahí.

Había algo que tenía muy claro: en cuestiones financieras quería parecerme mucho más a mi abuelo, que a mi padre. Él ya vivía en su retiro y tenía un patrimonio, que si bien no era grande, sí era suficiente para mantener su nivel de vida (y el de mi abuela, quien le sobrevivió más de 10 años) sin tener que depender de nadie. Todo gracias a un manejo muy cuidadoso del dinero.

En cambio en casa, cada vez que llegaba el estado de cuenta de las tarjetas de crédito era un drama. Mi padre vivía en constante estrés, hacía “malabares” para pagar y en ocasiones daba cheques sin fondos porque no se sabía administrar.

Siempre me ha gustado el dinero, he trabajado como todos por dinero, pero nunca he hecho nada sólo por dinero. El dinero nunca ha sido mi ambición, ni mi objetivo. Poder viajar, tener estabilidad y una buena calidad de vida sí. Que a mi familia no le falte nada también. Tener la posibilidad de hacer cosas que me hacen feliz y que requieren dinero, como comer rico (no necesariamente fuera sino en casa, con buenos ingredientes) lo mismo.

Pero hay una diferencia muy importante. Siempre encontré pasión en mi trabajo, siempre quise crecer hasta posiciones ejecutivas, de toma de decisión. Pero no por dinero sino porque era la persona que yo quería ser. Hay una gran diferencia. Sí se le puede llamar ambición, pero no financiera, sino de ser mejor, de crecer, de poder ser agente de cambio, de transformación. De poder servir y poner un granito de arena hacia un mundo mejor.

Por esa misma razón busqué la oportunidad y empecé a escribir esta columna hace ya más de 25 años: para dar algo. Para ayudar a otros a tener una perspectiva distinta sobre el dinero. Un camino en el que yo también me he ido educando, he aprendido muchísimo de otros lectores, he evolucionado y he construido una voz propia.

Estoy convencido que esta actitud, esta manera de ver la vida, de buscar hacer una diferencia, de inspirar a los demás, es lo que me hizo crecer personal y profesionalmente. El mayor ingreso fue simplemente una consecuencia, pero el dinero, por el dinero, nunca fue mi ambición. Es algo de lo que me siento muy orgulloso.

En cambio, hay muchas personas que sí están movidas por el dinero. Esa es su principal ambición. Que son capaces de hacer muchas cosas sólo por dinero y que así también han logrado un gran éxito profesional. Las felicito, no las critico.

Alguna vez un directivo amigo me enseñó que cada persona tiene distintas motivaciones en la vida. Saber qué es lo que mueve a alguien puede hacer toda la diferencia dependiendo el contexto (por ejemplo, en una negociación o para motivar a un empleado que necesita mejorar).

Además, sé perfectamente, porque está muy estudiado y probado, lo potente que son los estímulos económicos en distintos entornos.

De todas maneras, sigo pensando que el dinero no debe ser el gran objetivo o el fin, sino lo que puedes lograr y la diferencia que ese dinero puede hacer en tu vida. ¿Qué es, de verdad, lo más importante para ti?

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