¿Quién elige al papa: los cardenales o el Espíritu Santo?

Se ha sostenido a lo largo de la historia que la elección del papa es inspirada por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo Dios, ya que, de acuerdo a la teología católica, Dios existe en tres personas: el Padre, el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo, lo que ellos llaman “Santísima Trinidad”: una sola divinidad que se manifiesta en tres personas; no tres dioses, sino un solo Dios verdadero.

Y aquí es donde uno se pregunta: si supuestamente el Espíritu Santo, o sea el Dios único y verdadero, “inspira” a los cardenales en la elección del papa, ¿por qué ha habido papas tan corruptos y nocivos? Que los ha habido, y en cantidades generosas, reconocido esto por el propio Benedicto XVI, como señalaré más abajo. Pero no hablemos solo de papas corruptos. Juan Pablo I, por ejemplo, no era corrupto, sino un muy buen hombre. ¿Por qué inspiró el Espíritu Santo a los cardenales a elegir un papa que iba a durar solo treinta y tres días en el cargo? Volveré con Juan Pablo I, porque su elección plantea un problema que, al menos para mí, resulta fascinante.

En semana santa publiqué un artículo sobre la Apocatástasis o Restauración final. Sin entrar en pormenores, desde siempre los intelectuales de la iglesia han tratado de explicar el mal, y se ha concluido que Dios no es causa del mal. Si Dios es principio y fin (alfa y omega), ¿cómo explicar el mal? Y aquí es donde entra el libre albedrío: Dios creó en su infinita bondad seres espirituales a su imagen y semejanza dotados de libertad. Y bajo esa libertad, estos seres pueden decir “no” a Dios, alejarse de él, oponerse a sus planes y convertirse en enemigos. De un modo similar –análogamente similar, y no es pleonasmo– no es que el Espíritu Santo elija directamente al papa en turno, de lo contrario el cónclave sería una farsa. No podríamos decir que Dios directamente ha elegido papas malvados y corruptos, porque ese sería atribuir directamente a Dios que ha querido al frente de su iglesia a una persona malvada, alevosa, asesina y traidora, porque así ha habido papas: malvados, alevosos, asesinos y traidores.

Según la teología católica, Dios, a través del Espíritu Santo, “inspira” a los cardenales en el cónclave a elegir al papa, pero no los obliga. He aquí de nuevo el libre albedrío. Si es elegido un papa malvado y diabólico, no pudo haber sido Dios quien lo haya deseado y ordenado; pero sí lo permitió porque respeta irrestrictamente la libertad humana. La culpa de una elección así es de los cardenales, que no de Dios. En vez de dejarse inspirar por la divinidad, visto que los cardenales tienen libre albedrío pueden decir “no” a Dios y votar por razones mundanas y egoístas, como ha sucedido innumerables ocasiones a lo largo de veinte siglos de iglesia.

¿Quién elige al papa? La respuesta es: los cardenales, en el sentido de que Dios no los coarta ni suprime su libertad, aunque Dios tenga, digamos, “su candidato”; que de alguna manera lo tiene, de lo contrario no tendría sentido la “inspiración” del Espíritu Santo. Desde el punto de vista teológico, cuando los cardenales están en cónclave para elegir papa, están en una “gracia especial de estado” que el Espíritu Santo les ha concedido con la finalidad de que cumplan de la mejor manera posible la enorme responsabilidad de elegir al vicario de Cristo, el pastor que habrá de conducir el rebaño. Pero por mucha gracia que Dios conceda, ello no suprime la libertad, de modo que un determinado cardenal, o varios, pueden rechazar, resistirse o abominar de la gracia divina y elegir a un pillo o una persona indigna, como ha sucedido muchas veces. He ahí a los papas Borgia, que practicaron la corrupción y el nepotismo a grados de escándalo; o Esteban IV, que exhumó a su predecesor para juzgarlo y aventarlo al Tíber; o Bonifacio VIII, a quien Dante lo pone en el infierno de la Divina Comedia; o Urbano VI, que provocó el cisma de occidente y no dudó en asesinar a sus enemigos; qué decir de los hasta tres papas que coexistieron en un momento dado asegurando cada uno que era el legítimo, único y verdadero; o León X, que se puso a vender indulgencias y a practicar la simonía, lo que fue una de las causas de la reforma luterana; o Juan XII, que se comportaba como degenerado emperador romano y convirtió a la santa sede en un burdel; o Benedicto IX, que puso en venta el papado. Y ya le paro de contar, para no hacer enojar a los que creen que todos los papas son “Santo Padre”.

Pero también hay que ser justos y señalar que ha habido gente buena entre los papas. Sí, hay que señalar lo malo, pero también lo bueno. De los 266 papas hasta Francisco, 83 han sido canonizados y 9 son beatos. Son buenos números, aún suponiendo que es un reconocimiento que se dan entre ellos. Estamos hablando de una tercera parte de todos los papas, lo que demuestra que tal vez ha habido mayor bien que mal.

Pero volvamos a nuestro asunto. ¿Se puede decir en algún sentido que Dios elige al papa? El Ordo Rituum Conclavis así lo señala. Sí, en el sentido de que es Dios quien confiere al papa la misión de dirigir la iglesia. Según la teología católica, un papa que es elegido válidamente recibe su autoridad de Dios, no de los cardenales. El papa es, pues, representante de Dios en la tierra, no de los cardenales, no del clero, no de los fieles, sino de Dios mismo, porque así Dios lo ha querido.

Cuando Francisco fue elegido, se hizo esta proclamación:

«Oh Dios, Pastor y Rector de todos los fieles, mira propicio a tu siervo Francisco, ‘a quien has querido elegir para pastor de tu Iglesia’: haz, te suplicamos, que aproveche, con la palabra y el ejemplo, a aquellos a quienes preside, para que llegue, junto con la grey a él confiada, a la vida sempiterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amen.»

Ahí se dice que Dios (sí, Dios) quiso elegir a su siervo Francisco (Jorge Mario Bergoglio) como papa. Entonces parece que sí: Dios juega un papel fundamental en la elección del papa, inspirando, a través del Espíritu Santo, a los cardenales del cónclave, y confiriendo directamente la autoridad al pontífice. Si es electo un pillo, no ha sido Dios, sino los cardenales que han rechazado la gracia divina. Dios no se equivoca.

Entrevistado por la televisión bávara en 1997, el entonces cardenal Ratzinger contestó, a pregunta expresa de si el Espíritu Santo elegía al papa:

«No lo diría, en el sentido de que el Espíritu Santo escoge al Papa. Yo diría que el Espíritu no toma exactamente el control del asunto, sino que más bien, como un buen educador, por así decirlo, nos deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos por completo. Por lo tanto, el papel del Espíritu Santo debe entenderse en un sentido mucho más flexible: no es que dicte el candidato por el que hay que votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos totalmente las cosas. ¡Hay demasiados ejemplos contrarios de papas que el Espíritu Santo obviamente no habría elegido!»

Todo lo dicho vale si usted es creyente. En materia de religiones, confieso con cierta tristeza que yo soy como una piedra que no cree en nada. Igual mi situación es digna de conmiseración, y para los creyentes soy un pecador que arderá en el infierno. Pienso que el Vaticano es un Estado más, una monarquía electiva con sus propias reglas, procedimientos y ritos. No veo nada sobrenatural en ello. Como hombres que son, el papa y los cardenales están sujetos a las pasiones, a las emociones, a las cosas del mundo. No son perfectos ni inmaculados, aunque no dudo que haya algunos, quizá muchos, muy buenos, justos y bondadosos. Sé que entre los hombres con sotana puede prevalecer la envidia, el egoísmo, la traición, la blasfemia y la maldad. Es más, muchos de ellos ni siquiera se creen de verdad la palabra del Señor. Yo no los idealizo, y harían muy mal los creyentes en idealizarlos. En las últimas décadas solo los dos últimos papas tuvieron el valor de denunciar y castigar la pederastia de muchos sacerdotes. Si empiezo a hacer una lista de anomalías, escándalos y malos ejemplos de curas de todos los niveles, no acabo. Por eso no me creo el cuento de que los sacerdotes son santos varones. Que ni santos, y a veces ni tan varones. Sí reconozco que dentro de la iglesia hay gente buena y gente mala, como en cualquier otra organización. Francamente dudo que el Espíritu Santo, si es que existe, tenga gran cosa que ver en los asuntos del Vaticano.

Finalmente, la elección de Juan Pablo I, quien ha sido declarado Siervo de Dios, primer paso para alcanzar la santidad. Dije que volvería a ella, y heme aquí. No cabe duda, al menos para mí, que era un hombre muy bueno, bondadoso y justo. Si yo creyera en la inspiración del Espíritu Santo, no dudaría que Albino Luciani fue el candidato de Dios tras la muerte de Pablo VI. Lo que no acabo de comprender es cómo Dios habría querido a una persona que moriría treinta y tres días después. Bueno, que no tuvo tiempo Luciani ni para decir “pío”. ¿No habría sido más fácil elegir a Karol Wojtyla de una vez –de hecho recibió algunos votos–, si de todos modos sería el candidato de Dios en el siguiente cónclave que tendría lugar unas semanas después? Vaya, entre la elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II hay apenas siete semanas y dos días. Los católicos me dirán que Dios actúa de maneras misteriosas que yo no puedo entender. Exacto. No lo puedo entender. Creo que el Espíritu Santo es “el amigo invisible”. Pero no soy más que un simple mortal sin fe, así que no haga caso a mis tonterías.

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