¿Quién cuida al trabajador cuando el jefe es un algoritmo?
Las instrucciones de trabajo no llegan de una voz humana. No hay miradas ni gestos para interpretar ni pausas para respirar. Cada tarea, cada ajuste en el ritmo de trabajo, cada evaluación de desempeño es dictada por un algoritmo que nunca duerme.
En esta nueva frontera del empleo digital, cada vez hay más jefes que son algoritmos, es decir, líneas de código que alguien definió con anterioridad y que están enfocadas en trabajar, trabajar y trabajar. Y con ello, emergen preguntas para las que todavía no tenemos respuesta: ¿Quién protege a los trabajadores de la sobrecarga? ¿Quién escucha cuando el cansancio o la ansiedad los alcanzan?
En el marco del “Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo”, que se celebra cada 28 de abril, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) presentó su informe Revolución de la seguridad y salud: Papel de la IA y la digitalización en el trabajo. En él advierte que, si bien la tecnología ofrece oportunidades para entornos laborales más seguros, también impulsa nuevos riesgos: intensificación del trabajo, vigilancia continua, fatiga digital, pérdida de autonomía y estrés derivado de la presión algorítmica.
Esta gestión algorítmica, ya presente en millones de empleos —desde repartidores de plataformas hasta operadores en fábricas automatizadas—, promete eficiencia, pero amenaza con borrar la empatía y la dignidad en el trabajo.
En México, sólo en el caso de las plataformas de reparto y de viajes, un poco más de 650,000 personas trabajan a través de aplicaciones digitales, según cifras de la Secretaría del Trabajo. Muchos dependen de algoritmos que asignan tareas, controlan tiempos, ajustan ingresos y castigan desconexiones sin previo aviso. Pero hay muchos miles más de los que no hablamos y que laboran en un empleo formal y que sus tareas cotidianas también ya son gestionadas por algoritmos —atención al cliente, transporte, logística y banca, por citar algunas industrias en ascenso—.
Sin embargo, lo que parece eficiencia algorítmica muchas veces esconde costos humanos invisibles. Mientras los algoritmos maximizan entregas o asignan tareas cotidianas en la oficina, el precio lo pagan quienes trabajan jornadas extendidas, bajo supervisión constante y con ingresos que no compensan necesariamente el esfuerzo.
El informe de la OIT identifica riesgos adicionales: problemas musculoesqueléticos por ritmos acelerados, trastornos de sueño, fatiga visual provocada por interfaces digitales, pérdida del equilibrio ergonómico en el teletrabajo, e incluso tecnoestrés, una forma moderna de agotamiento psicológico por la interacción permanente con dispositivos tecnológicos.
En teoría, la tecnología debería liberar a las personas de las tareas más duras o peligrosas, pero en la práctica, y sin regulación adecuada, el mal clima laboral, reflejado en la baja autonomía y las sobrecargas de trabajo, puede adoptar nuevas formas.
El gran dilema
Uno de los grandes dilemas éticos que plantea el informe es quién asume la responsabilidad en un entorno donde las decisiones laborales no las toma un supervisor humano, sino un sistema automatizado. Si un trabajador sufre un accidente o un desgaste crónico porque el algoritmo intensificó su carga laboral, ¿quién responde? ¿La empresa? ¿El desarrollador del software? ¿El propio trabajador?
En México, la reciente reforma que incluye en la Ley Federal del Trabajo a los choferes y repartidores de apps es un primer paso importante, pues reconoce la existencia de una relación de subordinación que antes era invisible en la normatividad y obliga a las plataformas a difundir sus políticas algorítmicas. Pero es eso, un primer paso.
Sin embargo, falta mucho camino por recorrer. La regulación del trabajo en plataformas y de la gestión algorítmica debe garantizar principios fundamentales: transparencia en los algoritmos, derecho a la desconexión, apelación de decisiones automatizadas y participación de los trabajadores en el diseño de las tecnologías que los afectan.
El futuro del trabajo no debería ser una jungla digital sin reglas. Debe construirse sobre un principio básico: la tecnología al servicio de las personas, y no al revés.
Como bien señala la OIT, la transformación digital debe ser inclusiva, participativa y centrada en los trabajadores. La innovación no puede servir de excusa para diluir derechos conquistados a lo largo de décadas de luchas laborales.
Porque, al final, detrás de cada algoritmo sigue habiendo una vida humana: un trabajador que necesita reconocimiento, descanso y protección… pero que también se enferma, ahora con nuevos padecimientos asociados a la tecnología.
Y si no cuidamos a las personas trabajadoras, ¿de qué nos sirve tanto avance tecnológico?