Poza Rica. La sangre de la tierra

“No debimos sacar la sangre de la tierra.” —Alicia Candiani

En Poza Rica, Veracruz, aparecieron unos gusanos con cola de rata en el lodo tras las lluvias.

Respiran a través de un tubo, un órgano delgado que busca oxígeno en medio del agua podrida, entre heces fecales, cuerpos de animales descompuestos, basura. Dicen que solo viven en aguas extremadamente contaminadas, donde la descomposición ya es ley. La imagen me persigue: esos cuerpos pequeños, sin rostro, sobreviviendo en la podredumbre. Son mis pesadillas y la desgracia ignominiosa de un pueblo que no fue advertido por las autoridades de lo que se venía.

El detalle es atroz: esa cola puede medir hasta diez centímetros, un tubo que se alarga como un cordón umbilical del horror, buscando aire donde ya no queda oxígeno.

Esa imagen me persigue porque recuerdo otra tierra.

Vengo de ese lugar donde, en mis tiempos, había árboles enormes de tamarindos, limones, mangos, y donde los ríos como el Papaloapan eran como el mar para mí. Avispas, trenes, noches con luciérnagas.

Yo nadaba en esos ríos y no puedo sino agradecer haber conocido esa limpieza, esa comunión, eso que se siente cuando uno toca la naturaleza que no ha sido mancillada, que no ha sido corrompida, que no ha sido intoxicada ni contaminada.

En esos días, la naturaleza era algo parecido a la felicidad.

Mi madre nació en Minatitlán, cerca de Poza Rica, otro punto del mapa donde la sangre negra de la tierra, el petróleo, fue extraída hasta dejar el suelo hueco. Mi tía Alicia solía decir que no debíamos sacar esa sangre, que el petróleo era el alma del planeta y que nos castigaría su ausencia.

Tenía razón. Minatitlán, Coatzacoalcos, Poza Rica: nombres de una misma herida, de un país que construyó su modernidad a fuerza de abrir el cuerpo de la tierra.

El primer campamento petrolero de Poza Rica lo levantaron ingenieros y técnicos extranjeros, sobre todo de la Compañía Mexicana de Petróleo “El Águila” —filial de Royal Dutch Shell— y de la Standard Oil of California (SOCAL). Aquella franja del norte veracruzano era una promesa: un territorio del que emanaba fuego. Poco a poco, el sitio se transformó en un gran centro de extracción y refinación.

Ir desde Poza Rica o Minatitlán a la Ciudad de México era casi una epopeya: se planeaba con semanas de anticipación y, entre transbordos del Ferrocarril del Sureste y la red de Ferrocarriles Nacionales de México, lluvias, derrumbes y averías, el viaje podía prolongarse varios días — y, según recuerdan muchas familias, incluso hasta una semana —. Quien llegaba a esa ciudad de torres metálicas sentía que entraba al corazón de la modernidad mexicana.

Cada país conserva sus heridas en un tipo distinto de archivo. El nuestro está hecho de lodo y petróleo. En ese archivo se guardan los documentos del progreso: refinerías oxidadas, ríos envenenados, ciudades levantadas para ingenieros extranjeros. Poza Rica fue una de ellas: diseñada por compañías petroleras para la extracción, no para la vida. Los obreros mexicanos dormían en barrios sin drenaje, mientras los técnicos ingleses jugaban tenis en zonas arboladas.

El archivo del lodo no es un recuerdo: sigue respirando. El subsuelo devolvió lo que enterramos. Brotan gusanos, burbujas de gas, materia que aún no termina de morir. La larva cola de rata es una forma de memoria biológica: vive en lo que otros consideran irrecuperable. Respira por nosotros, porque nosotros dejamos de hacerlo.

Mi madre se fue de Minatitlán para estudiar en la capital. Aprendió a respirar lejos del subsuelo. Muchos lo hicieron.

A veces pienso que los gusanos de Poza Rica son el alma de la corrupción que no quiere morir. Que vuelven del fondo para recordarnos que la tierra no olvida.

Y que nosotros tampoco deberíamos hacerlo.

Que somos idiotas por dejar nuestros destinos en manos de otros. De los políticos.

Y por callar los daños: las lluvias de octubre de 2025 dejaron más de 70 muertos y 72 personas desaparecidas. Una ciudad perdida.

La tierra sangra, y el archivo —como predijo mi tía— cobra su deuda.

Un presente indigerible.

X: @CandianiNalleli

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