¿Por qué es Europa tan débil?
LONDRES – Con un Estados Unidos desquiciado, una China cada vez más autoritaria y una Rusia en pleno modo Dr. Mal, el mundo desesperadamente necesita un buen tipo en el que se pueda creer. Existe tan solo un candidato capaz de desempeñar este papel: Europa. No hay otra región o país que sea libre, próspera, dotada de los valores correctos -y suficientemente grande como para ser un ejemplo para el mundo-.
Pero no basta con que los buenos sean buenos. También deben ser fuertes y decididos. Y aquí es donde, me temo, Europa falla. En este momento, Europa parece lo opuesto a fuerte: parece débil.
Primero firmó el supuesto acuerdo comercial con Estados Unidos, el que, tal como escribió mi colega de LSE, Luis Garicano, “no fue un acuerdo, sino una rendición”. Europa hizo una serie de concesiones, entre ellas aceptó aranceles del 15% en sus exportaciones clave, a cambio de nada.
En agosto se realizó la reunión de líderes europeos en la Casa Blanca. Si hay un arte que Donald Trump practica a la perfección es el montaje de una escena. Tomó asiento en su gran sillón reclinable, detrás de su enorme escritorio, mientras los líderes de Alemania, Francia, Italia, Finlandia, Ucrania y el Reino Unido, además de la presidenta de la Comisión Europea y el secretario general de la OTAN, se encogían al otro lado, como suplicantes que esperan conseguir un papel en su antiguo reality show de televisión, The Apprentice. Ninguna imagen podría retratar mejor la marcada asimetría en la desfachatez -y el poder real-.
Pero no existe razón alguna por la cual Europa esté condenada a arrodillarse ante un presidente estadounidense que se comporta como un rufián. Europa tiene un número de habitantes mucho mayor que Estados Unidos. Y el producto interno bruto total de la Unión Europea, el Reino Unido y otras naciones ricas que no forman parte de la UE, como Noruega y Suiza, se aproxima al estadounidense.
La verdad es que la debilidad de Europa refleja sus propios errores. Partiendo por el más importante: la seguridad. Garicano lo dice bien: “No se puede ganar una guerra comercial contra el ejército que te protege”. Hace 60 años, la fijación del presidente de Francia, Charles de Gaulle, con que Europa contara con un sistema de defensa independiente parecía una porfía gala. Hoy, parece la postura de un visionario. La agresión rusa ha revelado que Europa está desnuda sin las garantías de seguridad que ofrece Estados Unidos -en las que no se puede tener confianza mientras Trump sea presidente-.
Europa no está haciendo lo suficiente para corregir su inseguridad actual. Es efectivo que el gasto en defensa ha ido en aumento. De los 28 integrantes europeos de la OTAN, 20 gastaron más del 2% de su PIB en defensa en 2024 -un aumento de 0.6 puntos porcentuales en solo dos años-. Pero esta cifra aún dista del 3.4% que gasta Estados Unidos y del 4.7% que proyecta Polonia para 2025.
Además, el sistema europeo de adquisiciones para la defensa está extraordinariamente fragmentado, ya que cada país trata de crear empleos adquiriendo armas a nivel local. Esto se traduce en ineficiencia y en demoras. El Mecanismo de Defensa Europeo, propuesto por el centro de estudios Bruegel, que incluiría a Gran Bretaña y serviría como una agencia conjunta de adquisiciones, sería un gran paso adelante. Lo mismo que la idea (por lo menos a corto plazo) de adquirir las armas estadounidenses necesarias para mantener seguras a Ucrania y Europa Oriental.
Todo esto lleva a la pregunta cómo puede Europa financiar su rearme. La UE no ha concretado una unión de mercados de capital (para permitir que las empresas se endeuden a menor costo dentro del continente) como tampoco una unión bancaria (para romper el llamado doom loop o círculo fatídico entre los bancos y los gobiernos nacionales). Tampoco ha creado de manera permanente una clase de bonos emitidos conjuntamente por la UE a nombre de todos sus miembros. Durante la pandemia de Covid-19, la UE emitió una gran cantidad de deuda en virtud de los poderes de emergencia, pero no está claro si esa deuda se renovará cuando venza, y menos aún si servirá como base para algo de mayor envergadura y más duradero.
Esto es una lástima porque un eurobono acarrearía enormes beneficios para Europa. No solo tiene perfecto sentido económico financiar la defensa conjunta del continente emitiendo obligaciones de deuda conjunta, sino que los eurobonos también convertirían el euro en un activo seguro global. Este es un cambio cuyo momento ha llegado.
Gracias a las payasadas de Trump, el dólar se asemeja cada vez más a una moneda de un mercado emergente, y los inversionistas de todo el mundo andan en busca de una alternativa. Desde el punto de vista de estos inversionistas, los bonos respaldados por la UE, que no estarían sujetos a los vaivenes políticos y económicos de los países individuales, serían más seguros y más líquidos. Y su tasa de interés sería menor, lo que permitiría a Europa ahorrar una buena cantidad de dinero.
Sin embargo, el hecho de que un euro global probablemente sea un euro más fuerte, les genera dudas a los políticos de economías orientadas a la exportación como Alemania y los Países Bajos. Pero tal vez un euro más fuerte sea la excusa perfecta para completar la otra enorme tarea que queda por terminar: el mercado único.
Se supone que la UE es un mercado unificado para el comercio de todo tipo de bienes y servicios, pero la verdad es que todavía existen numerosas barreras. Por cada 100 euros de valor agregado en los países europeos, solo 20 euros fluyen entre los países de la UE. En Estados Unidos, la cifra equivalente es 45 de cada 100 dólares. Esta costosa fragmentación fue uno de los temas principales del informe Draghi sobre la competitividad europea, lanzado en septiembre del 2024 y que ahora yace acumulando polvo en alguna repisa de Bruselas.
La debilidad externa de Europa es el resultado de la debilidad de su política interna. A pesar de las elevadas pretensiones europeas de ilustración, la política del continente sigue siendo tan mezquina y miope como la de cualquier municipio local. Cuando en 2012 la excanciller alemana Angela Merkel prometió que no existiría un eurobono “mientras yo viva”, su actuación no fue la de una estadista que mira a largo plazo, sino la de quien quiere complacer al nativista de la cervecería local.
Y hace poco el liberal internacionalista Emmanuel Macron hizo todo lo que pudo para bloquear el acuerdo comercial entre la UE y el Mercosur, intentando aplacar al agricultor típico de su país. Si ese es el liderazgo que Europa obtiene de sus figuras más prominentes, ¿qué pueden esperar los europeos de los políticos segundones del continente?
Con la amenaza de Trump por un lado y la de Putin por el otro, los europeos ya no pueden permitirse la pasividad de sus líderes. El único tipo bueno que queda en el mundo tiene que actuar de manera más vigorosa. Los demócratas del mundo lo esperan.
Traducción: Ana María Velasco
El autor
Andrés Velasco, exministro de Hacienda de Chile, es Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres.
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