Poner fin al estancamiento tecnológico europeo

WASHINGTON, DC – La revolución tecnológica se intensifica, pero Europa se encuentra en sus márgenes (sobre todo en inteligencia artificial), y ese problema no la afecta solo a ella, sino a toda la alianza occidental. Mientras otras regiones avanzan con ambiciones tecnocéntricas, la perspectiva de que Europa caiga en la irrelevancia digital es cada vez más cercana. Necesitamos con urgencia una relación transatlántica revitalizada, centrada en una agenda tecnológica audaz y positiva.

Como destacan análisis recientes, el panorama actual de la IA está dominado por las megatecnológicas estadounidenses, mientras que hay escasez de campeones europeos. El continente que lideró la revolución industrial no consigue alentar el surgimiento de gigantes tecnológicos con capacidad para competir en el mundo, y esto no se debe a falta de talento o espíritu innovador, sino más bien a una compleja mezcla de fragmentación de mercados, cautela de los inversores y un entorno regulatorio que sin quererlo asfixia la innovación.

El resultado es una creciente dependencia de tecnologías externas y menos capacidad para influir en el futuro digital conforme a los valores e intereses europeos. Este retraso en el ámbito digital es una vulnerabilidad estratégica, tanto como es un problema económico.

El déficit tecnológico de Europa debería preocupar a Estados Unidos casi tanto como a los gobiernos europeos. Una Europa debilitada en lo tecnológico será un socio menos capacitado en el combate a los desafíos globales, desde la competitividad económica hasta la seguridad. Además, Estados Unidos sabe que no puede contener por sí solo la marea tecnológica china. Y los europeos saben que no hay alternativa al poder estadounidense. De modo que cada una de las partes sigue necesitando a la otra.

Mientras Europa y Estados Unidos buscan una nueva relación tecnológica, países de Asia Oriental como Malasia hacen grandes avances motorizados por la inversión pública y el dinamismo del sector privado. Y también Medio Oriente aprovecha sus recursos para convertirse en un nuevo centro de innovación tecnológica y desarrollo de la IA.

Este surgimiento de nuevos centros de poder tecnológico es en sí mismo un hecho positivo, ya que fomenta la competencia y la innovación en todo el mundo, pero también pone de manifiesto la necesidad de que Europa recupere el lugar que le corresponde. Sin embargo, el mayor desafío procede de China, que no oculta su intención de lograr el dominio mundial de la IA en 2030.

Con su iniciativa “Ruta de la Seda Digital”, China ya está extendiendo su infraestructura tecnológica y su influencia por Europa, África y otras regiones. Y la cuestión aquí no es solo la cuota de mercado; también se trata de la incorporación de estándares técnicos, capacidades de vigilancia y, finalmente, el modelo autoritario de China en el ADN digital de los países. Si Estados Unidos y Europa no ofrecen una alternativa democrática convincente, gran parte de la infraestructura digital mundial terminará controlada por un rival estratégico.

La solución es definir una estrategia clara: un pacto tecnológico transatlántico para el siglo XXI, con la mirada puesta en 2030. Esta estrategia debe girar en torno a una agenda positiva en el área de la IA, que vaya más allá de los intentos de regulación o contención de riesgos. Tenemos que articular una visión de cómo la IA puede ser una fuerza para el bien, con capacidad para generar avances científicos, mejorar la atención de la salud, dar respuesta al cambio climático y crear nuevas oportunidades económicas. Este fue el espíritu que animó los proyectos de infraestructura conjuntos de Estados Unidos y Europa durante la Guerra Fría, que sentaron las bases de un mundo occidental conectado y próspero. Debemos recuperar esa ambición. Europa es consciente de ello: el informe Draghi sobre la competitividad de la Unión Europea, la Cumbre de Acción sobre IA celebrada en París y la reciente cumbre de la OTAN en La Haya son prueba de que se reconoce la necesidad de un cambio radical.

El nuevo pacto debería centrarse en fomentar actividades conjuntas de investigación y desarrollo en modelos de IA fundacionales y tecnologías de base críticas. Esto implica aunar recursos y talento para poder competir a gran escala. Tenemos que pensar en la disponibilidad futura de mano de obra y tal vez también en estrategias tendientes a importar el capital humano necesario.

Mecanismos que ya existen, como la Iniciativa Conjunta Europea para la Disrupción, el Fondo de Innovación de la OTAN y el Acelerador de la Innovación en Defensa para el Atlántico Norte, pueden servir como plataformas para la investigación y el desarrollo conjuntos en tecnologías estratégicas de uso dual. Con un esfuerzo coordinado centrado en tecnologías de vanguardia y apoyado por ecosistemas de innovación (desde la compra pública hasta el banco de pruebas), Estados Unidos y Europa podrán mantener la competitividad en la carrera tecnológica mundial. Se necesitará una provisión de financiación adecuada según una metodología centrada en una asunción audaz de riesgos, máxima velocidad y métricas claras.

También hay que dar importancia a la interoperabilidad, sobre todo en las tecnologías relacionadas con la defensa. El giro que se está dando a ambos lados del Atlántico hacia la reindustrialización ofrece una oportunidad estratégica para alinear los esfuerzos en torno a sistemas digitales y de hardware interoperables, fortalecer las cadenas de suministro en el área de la defensa y evitar la duplicación. El uso de estándares compartidos y el desarrollo conjunto de capacidades críticas (computación en nube, modelos de IA, ciberseguridad y computación cuántica) garantizarán la resiliencia transatlántica frente a futuros conflictos.

Hay que invertir en la infraestructura digital conjunta del futuro, desde redes de próxima generación hasta centros de datos seguros. La IA y los próximos sistemas de “inteligencia artificial general” supondrán demandas inmensas de energía, poder de cómputo y almacenamiento. Estados Unidos y Europa deben garantizarse la disponibilidad de la base física y digital necesaria para respaldar sus ambiciones en lo referido a la IA, coordinada en torno a las cadenas de suministro de semiconductores y tecnologías de computación avanzada.

Aquí pueden tener un papel crucial asociaciones público‑privadas que reúnan a los gobiernos, la industria y el mundo académico. La seguridad de las infraestructuras críticas (incluidos lugares estratégicos como Taiwán) debe ser una prioridad compartida, ya que la estabilidad digital y la geopolítica son inseparables.

Un objetivo importante de la cooperación transatlántica debe ser ofrecer una alternativa al expansionismo digital de China, sobre todo en los países en desarrollo. Esto implica la provisión de financiación en condiciones competitivas, tecnologías de código abierto y programas de capacitación que estén alineados con los principios democráticos y promuevan sistemas abiertos e interoperables. Solo la acción conjunta permitirá a Estados Unidos y Europa ofrecer al mundo una alternativa convincente al modelo chino basado en la vigilancia.

Por último, debemos rejuvenecer nuestras democracias para adaptarlas a la era tecnológica. De las decisiones que tomemos (o no tomemos) en los próximos años dependerá que Estados Unidos y Europa lideren la próxima ola de avances tecnológicos o se contenten con reaccionar a un mundo diseñado por otros. Con independencia de la administración en Washington, una Europa próspera y tecnológicamente avanzada redunda en interés de los Estados Unidos, y la cooperación tecnológica transatlántica supone un gran beneficio para Europa. Una Europa que sea mera consumidora y no creadora de tecnologías críticas será una Europa con menos voz e influencia.

El autor

Ylli Bajraktari, ex jefe de gabinete del asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos y ex director ejecutivo de la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial de los Estados Unidos, es director ejecutivo del Proyecto de Estudios Competitivos Especiales.

El autor

André Loesekrug-Pietri es presidente y director científico de la Iniciativa Conjunta Europea para la Disrupción (la agencia europea de proyectos de investigación avanzada).

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