Políticas de muerte IV
“Los niños son el futuro”, dice el discurso oficial en México y otros países. “Niños y mujeres primero”, se decía en naufragios y desastres… Palabras que se lleva el viento y vacía de substancia cuando las razones de Estado, el pragmatismo o la “eficiencia” dictan presupuestos y decisiones políticas en un mundo donde la ética y la empatía se han extraviado. Ante el vaciamiento moral que conllevan las políticas de muerte, ante el afán de poder de los gobiernos autoritarios y la codicia voraz de los ya billonarios, preguntarnos por el futuro es preguntarnos qué futuro estamos construyendo para quienes están naciendo, para las nuevas generaciones.
Si los niños son el futuro, en efecto, si en ellos confiamos la posibilidad de cambio, para la mayoría de niños y niñas en el mundo el futuro es ominoso. No es necesario pensar en el peligro atómico como potencial apocalipsis. Bajo el predominio de políticas de muerte sin freno entre las actuales potencias, el peligro no es sólo la liquidación inmediata de grandes o pequeños sectores de la humanidad, la devaluación de la vida humana adquiere formas más lentas o silenciosas cuyos efectos se hacen visibles años después, cuando ya es demasiado tarde.
A la inútil y dolorosa pérdida de vidas emergentes o jóvenes por la invasión de Ucrania, el ataque terrorista en Israel, o la embestida necropolítica contra Gaza, que han recibido relativa atención de los medios tradicionales, o las guerras internas que han desangrado Sudán o la República Democrática del Congo, menos mediatizadas, se van sumando ya cientos de miles de muertes prevenibles, gracias a los recortes financieros impuestos desde la cima político-tecnocrática que gobierna Estados Unidos. La desaparición de USAID, en efecto, implica no sólo la supresión de programas de apoyo a la democracia (que ojalá hubieran instrumentado en ese país), sino también la súbita desaparición de suministro alimentario urgente para poblaciones devastadas por la hambruna en Etiopía, Sudán y otros países africanos; o la disolución de programas de salud que incluían cuidado prenatal, vacunación infantil, prevención y atención del VIH/SIDA, por sólo nombrar algunos. Según cálculos citados por una excolaboradora de la agencia, la mitad de quienes mueren por hambruna en el mundo son recién nacidos/as y niños/as pequeños/as (NYT, 30. VI.25). En Sudán, donde millones dependían de la asistencia humanitaria internacional, en particular USAID, el hambre y la enfermedad están haciendo estragos. Sin fondos, sin personal capacitado y pagado, las poblaciones más necesitadas quedan a su suerte en un contexto de violencia y miseria.
El sinsentido para la humanidad de esta necropolítica económica es aún más patente si consideramos que los recortes a la alimentación de niños/as y adolescentes en condiciones precarias se va a imponer también en Estados Unidos, donde millones de familias pobres han contado con vales o comida distribuida en las escuelas para subsistir. Desentenderse de la salud y alimentación de sus propias poblaciones más vulnerables para reducir los impuestos a la hiper-riqueza refrenda la política de la crueldad que caracteriza al nuevo gobierno.
El panorama para las infancias es desolador. Europa también va recortando fondos de ayuda humanitaria, Naciones Unidas analiza cómo reducir costos, lo que implicar ya adelgazar programas. Como si no bastara la constante sangría al sector educativo en muchos países occidentales, el inmediatismo favorece la militarización de la U.E. a costa del ya disminuido Estado de Bienestar mientras el cambio climático impone desafíos urgentes.
En México, nos hemos ido acostumbrando a la militarización, a los recortes en salud y educación, a la degradación de ésta. La falta de medicamentos para niños con cáncer, la menor cobertura de la vacunación y en general la sobrecarga de un sistema de salud deficiente han afectado a millones de personas. Perder el presente es grave, horadar el futuro de la niñez es cruel y criminal. Actuar hoy aquí para cambiar estas políticas depende de nosotros, la ciudadanía.