OCDE repite, brecha persiste

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) recientemente publicó su estudio “Cerrar las brechas de conectividad de banda ancha para todos: de la evidencia a la práctica”. Para quienes no están familiarizados con esta entidad, la OCDE es una organización intergubernamental que reúne a 38 países, principalmente economías desarrolladas, con el propósito de fomentar el diálogo y la cooperación entre sus miembros. El objetivo final es promover políticas públicas que mejoren el bienestar económico y social de las personas en todo el mundo. Sus detractores solo la definen como un club de países ricos, del cual México es miembro.

Regresando al estudio de conectividad y banda ancha, el mismo analiza las disparidades persistentes en el acceso a banda ancha entre zonas urbanas y rurales, tanto dentro de los países miembros de la OCDE como a nivel global. Entre sus “hallazgos” se puede mencionar que, incluso en países con redes LTE PRO y 5G, las velocidades de descarga y la calidad del servicio siguen siendo significativamente menores en áreas rurales. Obviamente, es un “descubrimiento” equiparable a decir que el agua moja y el fuego quema, pero ahora, como lo dice la OCDE, sí es dato citable y oficial.

Por ejemplo, el estudio menciona que en el cuarto trimestre de 2024, la velocidad media de descarga 5G en zonas rurales de los países OCDE fue de 173.5 Mbps, en comparación con 222.6 Mbps en zonas urbanas. Esta brecha se mantiene también fuera del ámbito OCDE, como en el G20, donde las velocidades urbanas promedio (63.8 Mbps) superan claramente a las rurales (48.5 Mbps).

Nuevamente, el estudio nos recuerda algo que hemos estado escuchando por más de tres décadas: las diferencias en conectividad entre el campo y la ciudad no solo afectan la calidad de la experiencia del usuario, sino que también limitan el desarrollo económico, la educación y el acceso a servicios digitales básicos para millones de personas.

Cualquier persona que haya visitado las zonas rurales de sus países ha notado que la infraestructura presente no es similar a la de las ciudades. También puede observar que el poder adquisitivo de los habitantes no es comparable al de las zonas urbanas o que las empresas que ofrecen servicios básicos en ocasiones no son conocidas y frecuentemente no cuentan con competidores.

Todo lo anterior son descripciones de un entorno que se reconoce en desventaja con las zonas urbanas en la atención de los tomadores de política pública. Ante este panorama, es bastante lógico pensar que los niveles de elasticidad en consumo de los habitantes de estas zonas, generalmente más pobres que sus vecinos citadinos, son mucho más altos. Sorpresa sería que en el campo y la ciudad los servicios de telecomunicaciones tuviesen un consumo idéntico.

Como era de esperar en cada buena historia, luego de un sorprendente diagnóstico lo que llega es la receta, esas medicinas que lograrán eliminar obstáculos que tal vez la miopía local no permitía visualizar. De esta forma, el informe enfatiza la necesidad de adoptar políticas públicas sólidas y adaptadas para garantizar una conectividad de alta calidad y asequible para todos. Estas políticas deben enfocarse en reducir las barreras de entrada al mercado, facilitar el despliegue de infraestructura y gestionar eficientemente el espectro radioeléctrico, asegurando un entorno competitivo que promueva la inversión del sector privado.

Ahora prepárense, porque entre las medicinas llega algo verdaderamente disruptivo: formular asociaciones público-privadas (APP) con enfoques comunitarios y financiamiento directo como instrumentos clave.

Mirando a América Latina, la historia de las APP ha sido tortuosa, con emprendimientos que no llegaron a cumplir con sus objetivos en Colombia y Perú en la forma de redes nacionales de fibra óptica; una en México que, dependiendo del interlocutor, ha sido un éxito o un fracaso; y una segunda en Perú, apoyada por Meta, el BID y hasta hace poco Telefónica, que se ha convertido en el ejemplo mencionado hasta la saciedad en todos los eventos de telecomunicaciones latinoamericanos como caso de éxito en un entorno rural.

Tampoco es que se esté hablando de una fórmula novedosa, pues hasta se puede considerar a la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (Dutch East India Company) como una especie de APP. Si el ejemplo es demasiado rebuscado en los libros de historia, entonces nos trasladamos a Londres de 1992 con el lanzamiento de la Iniciativa de Financiación Privada (PFI, por sus siglas en inglés). Aunque hay que ser sensatos y admitir que lo importante no es cuán novedosa es la fórmula para solventar los problemas, sino que funcione y los arregle.

Otros temas cubiertos por el reporte incluyen resaltar el valor de los modelos de infraestructura compartida y acceso abierto, especialmente en regiones con limitaciones económicas o geográficas. Por ejemplo, las redes de fibra óptica neutrales, que permiten ampliar cobertura sin comprometer la competencia. También se destaca la necesidad de mapas de conectividad para poder identificar con precisión las áreas sin cobertura o con baja calidad de servicio.

Finalmente, el estudio considera como neurálgico para el desarrollo de las tecnologías digitales el poseer un marco institucional robusto, que asegure la implementación eficaz de políticas de conectividad. La OCDE es bastante explícita al momento de recomendar fortalecer las capacidades de las autoridades reguladoras, garantizar la independencia de sus decisiones y evitar la concentración de poder en actores únicos o sin contrapesos técnicos.

El gran valor del estudio es que fue publicado por la OCDE, lo que le otorga cierta credibilidad ante diversos actores del sector de las telecomunicaciones. Otro punto importante es que muestra cifras actualizadas para modernizar un discurso que ya lleva alrededor de 40 años formulado. Ni las deficiencias de conectividad, ni las respuestas que se mencionan son nuevas o desconocidas. Simplemente son publicadas en 2025 para atender a esa memoria rota que aparentemente tienen los tomadores de decisiones de política pública y recordarles que hay una tarea por hacer.

Ahora lo que queda es lo de siempre, lo difícil, lo que no gana palmaditas en la espalda luego de un bonito PTT: trabajar por conectar a las zonas remotas y rurales, pero escuchándolas. Tomar en cuenta la opinión de quienes viven e invierten en estas zonas y las conocen mejor que cualquier funcionario citadino. Asignar presupuesto, hacer consultas públicas, involucrar alcaldes, gobernadores, sociedad civil, academia y sector privado. Tratar de establecer un acuerdo entre las partes y continuar trabajando con el objetivo de que el proyecto sea autosustentable. Eso es lo que falta, esa es la parte que hace sudar porque no es fácil de conseguir.

Sin este último elemento, el más reciente reporte de la OCDE es otro libro de referencia que será utilizado para escribir sobre conectividad, citando los mismos problemas y formulando las mismas conclusiones. Con razón la enorme motivación para bailar de Godot.

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