Nuestras madres: el pilar invisible del humanismo mexicano y la economía
¿Podemos hablar de justicia económica en México si seguimos ignorando a las mujeres que han sostenido la vida sin paga, sin descanso, sin reconocimiento?
En México, las madres sostienen gran parte de la economía y del bienestar social a través de su trabajo no remunerado en el hogar y en los cuidados. No obstante, este aporte ha sido históricamente invisibilizado, subestimado y desvalorizado. Es imperativo reconocer y dignificar su labor, no solo por justicia social, sino como una estrategia urgente para reconstruir el tejido social y rediseñar el modelo económico nacional desde una base humanista y corresponsable en el cuidado.
El valor económico del cuidado: una riqueza ignorada
Según la Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México (INEGI, 2023), el trabajo doméstico y de cuidados realizado sin remuneración alcanzó un valor de 8.4 billones de pesos, equivalente al 26.3% del Producto Interno Bruto nacional ¿lo pueden creer?
De ese total, las mujeres aportaron el 71.5%, mientras que los hombres solo el 28.5%. ¿Y… todavía dudamos en reconocerlas?
Este valor supera al de sectores como la industria manufacturera (20.3%) y el comercio (18.6%). Si este trabajo fuera remunerado, las mujeres percibirían un salario promedio mensual estimado de más de 7 mil pesos, siendo poco con relación a lo que hacen y aportan. Estas cifras no sólo evidencian una contribución económica oculta, sino que revelan un profundo acto de injusticia estructura. Ese trabajo sostiene la vida y sigue siendo el menos reconocido y el más precarizado. Podríamos decir que es explotación y en algunos casos la nueva esclavitud.
La carga desigual del trabajo no remunerado
Las mujeres mexicanas dedican en promedio 40 horas semanales a labores de cuidado y del hogar, frente a solo 16 horas que dedican los hombres. Esta diferencia, documentada por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), limita profundamente el acceso de las mujeres al empleo formal, a oportunidades de formación, al emprendimiento y a los espacios de toma de decisiones. Muchas no tienen el privilegio para su desarrollo humano en comparación con otras personas; la igualdad de trato y de oportunidades es un derecho humano.
Además, más del 55% de las mujeres en México laboran en la economía informal, lo que implica una vida sin seguridad social, sin jubilación, sin licencias de maternidad o enfermedades. Esto perpetúa una exclusión sistémica que condiciona generaciones enteras y socava las posibilidades de movilidad social. ¿Y… si oficializamos el trabajo doméstico y de cuidado como empleo formal?
El cuidado como fundamento del Humanismo Mexicano
Desde la ética del cuidado, como ha planteado Joan Tronto, cuidar no es una opción afectiva, es una responsabilidad social y política. Cuidar es sostener la vida, asegurar su continuidad, dignificar su trayecto. Formar seres humanos y cuidar a la familia debiera ser una de las labores más importantes, significativas y valoradas en la actualidad.
Amartya Sen, por su parte, propone un enfoque de desarrollo centrado en la expansión de las capacidades humanas. Bajo esta mirada, el trabajo de cuidado –cuando es apoyado, compartido y visibilizado– se convierte en una plataforma para el florecimiento de las personas y de las comunidades.
Esta mirada está en el centro del Humanismo Mexicano que defendemos, es un modelo donde la dignidad humana, la disposición al servicio, la conciencia crítica y la responsabilidad social deben orientar toda acción pública y privada. Cuidar no es un favor, es justicia. Cuidar no es debilidad, es civilización. Cuidar es amor.
Hacia una economía del cuidado: propuestas para el cambio
La economía del cuidado no es una utopía ni un discurso teórico. Es una ruta concreta, documentada por organismos internacionales, por académicas feministas y por experiencias locales que han demostrado su impacto en la prosperidad colectiva. Desde esta columna proponemos:
La creación de un Sistema Nacional de Cuidados que garantice servicios dignos, accesibles y universales para la infancia, las personas mayores, personas con discapacidad y dependientes.
Incentivar la corresponsabilidad entre géneros, no solo desde la política pública, sino como cultura empresarial y comunitaria.
Reformar leyes laborales para incluir licencias parentales equitativas, esquemas de trabajo flexible y reconocimiento del trabajo doméstico como base de la economía.
Diseñar programas de formación para cuidadoras, reconocerlas como agentes de bienestar y profesionalizar su rol dentro del ecosistema social.
Implementar micropolíticas de corresponsabilidad de cuidado que permitan a los hombres visibilizar y responsabilizarle del apoyo a la formación familiar.
Ejecutar una estrategia genuina de riqueza distributiva (mejorar la compensación total) que le permita un ingreso extra a las mujeres y formalizar el pago por la corresponsabilidad del cuidado de los hijos y las hijas.
Estas propuestas han sido retomadas por CEPAL, ONU Mujeres y múltiples investigaciones mexicanas. Pero en la práctica, están aún lejos de ser realidad. La omisión ha sido histórica; es hora de que la reparación también lo sea.
El papel del empresariado en la transformación del modelo social y económico
Desde mi rol como empresario, desarrollista humano y consejero en empresas familiares, he sido testigo de que las organizaciones que priorizan el bienestar, la flexibilidad, la inclusión y el cuidado, son más resilientes, más humanas y más sostenibles.
Frederic Laloux lo anticipó y escribió que las organizaciones evolucionadas son aquellas que escuchan, contienen y adaptan sus estructuras al florecimiento de las personas. Raj Sisodia, desde el capitalismo consciente, nos recuerda que cuidar no resta rentabilidad, la multiplica. Y Riane Eisler ha demostrado que la “cultura de la asociación”, basada en la equidad y el cuidado, no solo transforma relaciones laborales, sino estructuras económicas enteras.
El empresariado mexicano tiene hoy la posibilidad histórica de liderar una reforma silenciosa, proactiva y creativa… contundente. Es necesaria una reforma y revolución del cuidado desde lo cotidiano, desde las decisiones que tomamos en los consejos de administración, en los presupuestos, en las políticas de maternidad, en los horarios, en la distribución justa del trabajo.
Dignificar para transformar: el sentido de lo que somos
El cuidado, como diría Roberto Assagioli, no es solo una función externa, es una expresión espiritual profunda. Es lo que nos recuerda que estamos ligados unos a otros. Es lo que convierte a una madre que cuida, en una arquitecta silenciosa del porvenir.
Negar ese valor es amputar el futuro. Invisibilizarlo es perpetuar la injusticia. Reconocerlo es el primer paso hacia una sociedad más sensata, más justa, más humana. Es una deconstrucción voluntaria para armonizar nuestra vida, honrar nuestras raíces y dignificar el futuro de las nuevas generaciones.
¿Qué tipo de país queremos si les negamos a las madres lo que han dado a todos: tiempo, salud, saber, amor, humanidad?
Hoy, como columnista, empresario, docente y ciudadano, levanto la voz para que el empresariado mexicano reconozca su rol no solo en la generación de empleos, sino en la reparación del tejido roto. Para que las madres, trabajadoras domésticas, emprendedoras, líderes o empleadas, no tengan que elegir entre criar y sobrevivir. Para que el cuidado deje de ser sacrificio silencioso y se convierta en política pública, cultura organizacional y símbolo de un país que empieza a entender de dónde viene la vida.
Y tú, ¿qué estás haciendo para dignificar la vida de quienes nos cuidaron y nos cuidan?
El desarrollo económico debe ser humanista, o no será digno.
A todas las mamás… las abrazo con mucho amor en letras.
Jaime Cervantes Covarrubias
*El autor es Doctorante en Desarrollo Humano, Universidad Motolinía del Pedregal, México; Master en Desarrollo Humano, Universidad Iberoamericana, México; Master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico, Instituto de Empresa, España. Licenciado en Comunicación Gráfica y Columnista en El Economista.
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