Nuestras abuelas trans: Historias poco reconocidas, desatendidas e invisibilizadas

Nuestras abuelas trans: Historias poco reconocidas, desatendidas e invisibilizadas

Las abuelas trans son parte de una narrativa que sigue siendo ignorada y frente a eso, debemos actuar como sociedad ya que hay mucho que se les debe.  Aunque cada vez existe un mayor reconocimiento dentro de la comunidad LGBTQ+ el que se identifiquen como madres de nuestro movimiento a Marsha P Jonhson y Silvia Rivera – ambas mujeres trans trabajadoras sexuales y latinas – al ser claves en impulsar los disturbios de Stonewall en Nueva York; en nuestro país se sigue invisibilizando a las que hoy son abuelas y que sin ellas, no hubiéramos podido disfrutar de los derechos y privilegios que hoy gozamos los que formamos parte del arcoíris.

Como parte de este contexto es importante saber, que México es el segundo país con el mayor número de transfeminicidios, sólo por debajo de Brasil (Transgender Europe 2024), y que la edad promedio de vida de una mujer trans en México es de 35 años (Comisión Interamericana de Derechos Humanos), por lo que llegar a los 60 se convierte en un acto de resistencia y sobrevivencia frente a todo un sistema. Es así que nombramos a aquellas que lograron cumplir cierta edad, como abuelas trans.

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A lo largo del camino, en los encuentros que hemos tenido en Tejiendo Pueblos con las abuelas trans y que incrementamos considerablemente desde el 2024, hay experiencias que se repiten constantemente, como un eco que aún no encuentra respuesta. Nos hablan de las injusticias y violencias sufridas por la sociedad y autoridades especialmente en la década de los 70s y 80s. En la Ciudad de México por ejemplo, en el periodo de el Negro Durazo, jefe del Departamento de Policía y Tránsito del Distrito Federal en el sexenio de López Portillo, eran golpeadas, humilladas y asesinadas de forma sistémica.

Hoy, asociaciones como Justicia Histórica Trans y Deuda Histórica, buscan lo que sus pares en países como Uruguay y Argentina ya han conseguido y es que el Estado reconozca el daño que les hicieron sufrir y que debe existir una reparación histórica como sobrevivientes de dicha represión institucional. Muchas nos repiten lo mismo: “Nos dejaron sin opciones”.

Una preocupación y queja aún vigente, es la situación actual de su salud. En su mayoría son discriminadas cuando llegan a un hospital y los médicos no tienen ni el conocimiento, ni la empatía o experiencia, para ofrecerles una atención adecuada ni especializada para sus cuerpos, ni para sus historias de vida. 

Muchas de ellas además sufren distintas problemáticas a causa de los modelantes y otros que se inyectaron, necesitando intervenciones o cuidados médicos, difíciles de pagar. También vivimos junto a ellas, la inquietud de su vejez, al ser una etapa que les llega sin garantías. Sin una pensión con la que puedan subsistir, tampoco cuentan con una vivienda asegurada. 

“Las mujeres trans de la tercera edad lo que más necesitamos es vivienda, ya que muchas estamos en situación de calle o en riesgo de estarlo, y es que no tenemos ni para pagar un cuarto” nos dice Rubí.

Cifras de Conapred señalan que únicamente 11% de las personas trans alcanzan estudios universitarios y sólo 5% consiguen ejercer una profesión en una empresa. Esta cifra ha sido especialmente visible en las mujeres trans que sin opciones, recurren al trabajo sexual, al estilismo o a las fonditas para sobrevivir. 

Sin seguridad social y en muchos casos sin redes de apoyo, ya que muchas fueron expulsadas de sus hogares desde muy jóvenes, únicamente cuentan con sus “hermanas” o “compañeras” de la misma comunidad para apoyarse. Estas cifras, historias y experiencias, son las mismas que se escuchan en Latinoamérica y en otras latitudes.

En nuestro país ya hay empresas con manuales para incluir a personas trans – tanto hombres como mujeres – en sus espacios laborales, sin embargo, siguen siendo en su mayoría puestos de baja jerarquía. Algunos avances como éste, actualmente son amenazados por la saña que vemos por parte de gobiernos como el de Trump y otros de ultra derecha, que han buscado limitar los derechos de la comunidad trans a como dé lugar.

Aunque ha habido avances, debemos seguir incentivando cambios desde lo familiar, social, cultural, institucional, laboral, etc. Las infancias – juventudes trans al ser expulsadas de sus hogares, tanto en pequeños pueblos como en grandes ciudades, son limitadas a acceder a una educación continua, orillándoles a tener que elegir el trabajo sexual como única opción. 

Y aunque hoy podemos escuchar la voz de activistas trans trabajadoras sexuales que han encontrado en el trabajo sexual un proyecto de vida, debemos impulsar mayores libertades y derechos para que cualquier ser humano, sin importar su identidad de género o preferencia sexual, pueda ejercer el trabajo que desee. 

Como me dijo alguna vez Sandra Montiel, activista, sobreviviente de violencia ácida y trabajadora sexual del Colectivo Esquina Libre: “las personas trans no nacimos para pararnos en una esquina, merecemos también poder sentarnos en un escritorio”.

En Tejiendo Pueblos desde el año pasado nos hemos concentrado en atender a nuestras abuelas trans, organizando convivios con el apoyo de donantes y seguidores para entregarles despensas, llevarles comida, y desarrollar actividades que se vuelven intergeneracionales, donde tanto ellas aprenden de los más jóvenes y nosotros de ellas. Los espacios se abren para compartir libremente experiencias, historias e incluso conceptos, que surgen dentro de los distintos miembros de la comunidad LGBTQ+.

En este mes del orgullo, no pararé de aplaudir y reconocer la valentía de todas esas mujeres trans que decidieron vivir con autenticidad desde jóvenes y que resistieron desde estéticas, cocinas económicas o desde las esquinas en silencio y en la invisibilidad. Gracias a esas madres, hoy abuelas, mí mundo y el de muchos otres es más fácil de vivir.

*Director de Aldebarán Comunicación y co-fundador de Tejiendo Pueblos.

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