Nostalgia de otras fiestas

Resígnese y conserve arriba el ánimo. Es verdad que el mes de la patria está a punto de acabarse, que todo termina, que no hay un solo instante igual al otro ni fecha que se repita. Pero la memoria es necia y la literatura infinita, lector querido. Siempre es capaz de invitarnos a otra fiesta.

La ocasión se pinta sola: hace un siglo, en 1925, apareció una novela considerada una joya de la literatura universal: El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, autor que, si estuviera vivo, este 24 de septiembre cumpliría 129 años. Es decir, estamos, por lo pronto, ante un doble festejo.

Fitzgerald, considerado como uno de los grandes narradores del siglo XX y la voz más reconocible de lo que él mismo llamó la Era del Jazz, nació en Saint Paul, Minnesota, en el seno de una familia de clase media que aspiraba a la respetabilidad social –nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras, dijo alguna vez–; su primer libro A este lado del paraíso le dio fama inmediata, El Gran Gatsby fama eterna.

A su muerte, algunos reclasificaron a Fitzgerald como representante de la llamada “generación perdida” de la literatura estadounidense y lo incluyeron en la serie de escritores que alcanzaron la juventud durante la Primera Guerra Mundial, que con frecuencia prefirieron buscar sus particulares paraísos en ambientes europeos, (como el París de Gertrude Stein y Ernest Hemingway) aceptando todo exceso, creando sus obras entre el fulgor y la fractura y dejando tras de sí un montón de bellísimos cadáveres.

El Gran Gatsby, con el tiempo se convirtió en “la gran novela americana” un mito literario donde muchas generaciones miraron su propio reflejo y dijeron que la prosa luminosa y precisa de Fitzgerald, había compuesto no sólo una novela, sino la descripción de un destino y una verdad que el famoso “sueño americano” siempre había sido una pesadilla.

La primera frase del libro dice así: “En mis años más jóvenes y vulnerables, mi padre me dio un consejo que desde entonces no ha dejado de dar vueltas en mi cabeza: cuando sientas deseos de criticar a alguien –fueron sus palabras–recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú”.

Así comienza una fiesta que se antoja interminable y promete contarnos la historia de un misterioso magnate que, por lo menos cada sábado en la noche, en su lujosísima mansión a orillas de la playa, organiza unas reuniones que no tienen medida ni clemencia; repletas de luces, baile, música, harta bebida y comida e invitados tan importantes como poderosos y elegantes. Todos ellos disfrutando a rabiar de las deslumbrantes exuberancias que ofrece ese anfitrión que casi nunca participa en la fiesta, pero todos saben que está allí.

El narrador, Nick Carraway, empieza compartiéndonos la lección moral heredada de su padre, pero al mismo tiempo anuncia que lo que nos va a contar no se trata sólo de Jay Gatsby –que por cierto es su vecino– sino también de sus reflexiones sobre la vida, las apariencias y las aspiraciones. Sin embargo, también se declara dispuesto a participar en el buen fin de una historia de amor que incluye a su prima Daisy. A estas alturas, con los personajes principales presentados y las mejores sospechas clavadas en nuestra mente, imposible no aceptar la invitación.

Desde su publicación en 1925, El gran Gatsby ha seducido no sólo a lectores, sino también a cineastas. La novela de Fitzgerald, con su aire de misterio, lujo y desengaño, ha tenido varias versiones cinematográficas, cada una un reflejo de la época en que se produjo.

La primera adaptación llegó en 1926 y hoy está perdida, Luego vendrían otras: una de 1949, otra en 2000 para televisión y la más reciente la del año 2013, dirigida por Baz Luhrmann, con Leonardo DiCaprio protagonizando y “marcada por el exceso visual y la estética del videoclip”, dijeron sus críticos,

Sin embargo, y he aquí la tercera razón para festejar, lector querido, la mejor versión cinematográfica de El gran Gatsby es la película de 1974, dirigida por Jack Clayton, con guion de Francis Ford Coppola, y donde Robert Redford encarna a Gatsby “con la elegancia melancólica de un hombre que brilla hacia fuera y se consume por dentro”, como seguimos pensando los fanáticos y fanáticas que nunca nos repondremos de su muerte.

Como fin de fiesta, lector querido, el final de la historia:

“Y así seguimos adelante, barcas contra la corriente, arrastrados incesantemente hacia el pasado”, dice la última página del libro y se escucha terminando la película. Una de las frases de cierre más célebres de la literatura universal, tal vez porque condensa la paradoja central de la novela y la vida misma: el impulso de avanzar hacia un futuro, junto con la imposibilidad de escaparse del peso del pasado y la nostalgia de otras fiestas.

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