No sabía
El argumento preferido del político que no está dispuesto a aceptar responsabilidad alguna por sus errores o fracasos es el de: “no sabía, no tuve conocimiento de los hechos y por ello no pueden juzgarme por algo que desconocía”. Es esta la mejor defensa de aquel que utiliza a sus subalternos como piezas a sacrificar para poder permanecer en el puesto.
Y si bien es cierto que los mandos medios sirven como amortiguadores de la cabeza; cuando se trata de temas que trascienden el ámbito de un error reparable no es posible utilizar el “no sabía, o no me informaron, o carecía de esos datos”, para culpar a los de abajo y lavarse las manos por las fallas ocurridas bajo su administración.
Así, ni Claudia Sheinbaum puede deslindarse de lo ocurrido con la Línea 12 del Metro, ni Adán Augusto López por los vínculos de su Secretario de Seguridad con el crimen organizado, ni tampoco Felipe Calderón por las acciones de Genaro García Luna. La acción de gobernar implica, desde su primer momento, el tener toda la información necesaria para tomar decisiones y una vigilancia constante en asuntos de seguridad que tan graves consecuencias tienen para la población.
Pero ningún político está dispuesto a aceptar sus errores a las primeras de cambio. Se requiere de un equilibrio de poderes que ejerza la presión debida para obligar a los funcionarios públicos a asumir su responsabilidad por los errores cometidos. Una prensa libre que denuncie las irregularidades y una sociedad civil que demande cotidianamente el cumplimento de las obligaciones de los que ejercen el poder. Por eso los autócratas como Trump, López Obrador o Netanyahu entre otros, jamás aceptan su incapacidad para cumplir con lo ofrecido a la ciudadanía. Siempre hay alguien que no acató la orden emitida, o quien no les proporcionó la información correcta para tomar una decisión adecuada. De esta forma terminan por auto convencerse de ser indispensables para gobernar el país, y por lo tanto reafirman su derecho a permanecer en el poder de forma permanente.
Estamos ante un embate de los autoritarios en contra de la democracia, la pluralidad y más que nada la rendición de cuentas. Se trata de no reconocer el derecho a disentir y de definir a los opositores como los enemigos del pueblo. Es por eso por lo que acuden al argumento de la infalibilidad y la asignación de culpas a los otros, al pasado o directamente a sus críticos cuyo único objetivo ilegítimo es pretender destruir el nuevo régimen de una sola persona.
Así, el famoso “no sabía”, termina siendo la tabla de salvación de los déspotas, y no el reconocimiento de la incapacidad de los gobernantes para cumplir con sus obligaciones. La ignorancia convertida en virtud.