No decidir, también es una decisión

Casi casi una pregunta digna de Shakespeare: ¿hacerlo o no hacerlo?, he ahí la cuestión… 

El problema es que no se trata de dramaturgia, no. No lo he escuchado en el teatro sino en la vida real y más frecuente de lo que creen.

En la actualidad -definida ya por muchos como la época de la ansiedad y de la incertidumbre– tomar decisiones se ha vuelto un ejercicio de alto riesgo. Vivimos en un mundo sacudido por la pandemia, la inestabilidad geopolítica, una transformación tecnológica imparable, la sobrecarga de información y redes sociales, todo, generando cambios profundos en los modelos tradicionales de vida. Todo esto, sumado, no sólo impacta la vida personal y social, también el día a día de las empresas, especialmente aquellas que integran a jóvenes profesionales en sus equipos.

En 2024, varios estudios abordaron la incertidumbre que enfrentan los jóvenes respecto a su futuro profesional. El informe Generación de Cristal, más allá de la etiqueta de la Fundación SM, reveló que 65% de los jóvenes en España ha aprendido a convivir con la incertidumbre de no saber a qué se dedicarán, y la mitad de ellos se sienten frustrados por no llevar la vida que desean.

En América Latina, estudios similares muestran una tendencia preocupante: los jóvenes se sienten presionados por factores económicos, sociales y educativos, lo que refuerza la sensación de que cualquier decisión es un posible error. Ante este panorama, no es raro que muchos opten por postergar decisiones importantes o simplemente se queden paralizados.

Pero si lo abordamos desde un enfoque estratégico, esta parálisis no es un defecto de carácter, sino una solución que no funciona: un intento fallido de evitar el error que termina generando más ansiedad. En vez de decidir, analizamos; en vez de actuar, dudamos. ¿Y el resultado? presentaciones eternas, equipos desmotivados y oportunidades que se evaporan mientras seguimos pidiendo “tantito más de tiempo”.

Este enfoque propone que si no se puede resolver desde la lógica tradicional, hay que usar la lógica estratégica. Eso implica actuar sin garantías absolutas, probar antes que perfeccionar y moverse aunque sea en medio de la niebla.

En el mundo corporativo actual, donde todo debe estar sustentado por datos, dashboards y reportes, se ha instalado una creencia peligrosa: pensar que mientras más información tengamos, mejores decisiones tomaremos. Pero la realidad es que los datos por sí solos no deciden. Y muchas veces, lo que se presenta como “análisis profundo” es solo una forma sofisticada de postergar. No es raro escuchar frases como “esperemos los resultados del siguiente trimestre” o “falta afinar el modelo de proyección”, cuando en realidad el equipo ya tiene claridad, pero nadie se atreve a dar el paso. El enfoque estratégico, en cambio, nos recuerda que la información es útil solo si nos lleva a la acción; de lo contrario, es solo ruido decorado con gráficas bonitas.

Ahora bien, no decidir también tiene consecuencias, y no menores. En el entorno empresarial, postergar decisiones clave puede traducirse en oportunidades perdidas, pérdida de competitividad, desgaste del equipo y hasta un daño a la reputación de liderazgo. Cuando una organización se acostumbra a la indecisión, se instala la confusión, se frena la innovación y se cultiva una cultura de temor al error. Es como querer conducir un coche sin mover el volante: puede que no choques de inmediato, pero tarde o temprano te sales del camino. Decidir implica riesgo, sí, pero no decidir es una forma silenciosa -y a veces elegante- de fracasar.

¿Y cómo empezar a decidir de forma estratégica? Aquí tres ideas simples pero poderosas:

  • Decide en pequeño, pero actúa en serio. No esperes a tener todo resuelto para dar el primer paso, comienza con acciones graduales que puedas ajustar sobre la marcha.
  • Usa la información como brújula, no como freno. Evalúa las opciones con información, pero reconoce cuándo ya tienes suficiente para actuar. No conviertas el análisis en una excusa para no moverte.
  • Observa la realidad y se flexible. Después de decidir, presta atención al efecto real. Si algo no funciona, cambia rápido. Adaptarse es parte de la decisión.

Y finalmente recordemos que no decidir también es decidir, sólo que dejamos que la realidad tome las decisiones por nosotros. En vez de buscar la elección perfecta, el enfoque estratégico sugiere dar pasos inteligentes, asumir que el error es parte del proceso y que la verdadera ventaja está en aprender más rápido que la competencia. Así que, la próxima vez que tu equipo entre en bucle con una decisión, recuerda: la valentía no está en tener todas las respuestas, sino en atreverse a avanzar cuando nadie sabe cuál es la correcta. Y si fallas… al menos será por actuar y estarás un paso más cerca del éxito.

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