Mujeres restauradoras

En La Paz, B.C.S., conocí a las Guardianas del Conchalito. Sus historias de vida, su persistencia y el amor por el lugar que viven y en el que han crecido a sus hijas e hijos son maravillosas y conmovedoras.

Martha, Chela, María Dionisia, Rosa María, Guadalupe, Adriana, Daniela, Claudia, Vero, Ana Martina, Araceli y Erika plantean de forma clara y sin tapujos los retos que aún tienen con los hombres a los que quieren, con los que quieren continuar la vida, pero bajo una forma distinta: donde ellas son parte, donde ellas también lideran, donde ellas también deciden, porque se saben fuertes, sabias, libres y con la responsabilidad de construir una forma diferente de cuidar su vida, la de sus hijas e hijos y la de su manglar.

Estas 12 mujeres se convirtieron en las guardianas de su comunidad. Con un trabajo férreo, intenso y convencidas de que solo así les abren futuro a sus cachorros, han ido limpiando y recuperando poco a poco el ecosistema de manglar que estaba gravemente degradado.

Aún les falta trabajo, lo saben ellas y sus hijos; pero saben también que la restauración es así: picar piedra, levantar lodo con toneladas de basura que llega por los arroyos o que la gente, indolentemente, ha arrojado en lo que consideraba un sitio sin valor.

Están construyendo proyectos productivos, imaginando formas amigables con el medio ambiente para mantenerse y mostrar que saben hacerlo mejor que muchos hombres.

Las historias como la de las Guardianas del Conchalito se repiten en otras partes de México. En Yucatán, desde hace cerca de 10 años, sucedió lo mismo con las mujeres pulperas en Sisal, o en Sonora con las mujeres restauradoras del estero de la Cruz en Bahía de Kino para recuperar a la almeja arrocera. O las Lobas del Manglar en Sinaloa, en la zona de Altata y la Ensenada del Pabellón.

En todos los casos, han ido contra viento y marea; sus propios esposos viéndolas con recelo, sin saber que son las mejores aliadas. Las instituciones también, diseñadas para defender los principios del patriarcado, negándoles concesiones o desconociendo su capacidad y personalidad jurídica para constituir cooperativas: “protegiéndolas del trabajo duro”.

Estas mujeres, las del Conchalito, las de Altata, la Ensenada del Pabellón, las de Sisal y las de Bahía de Kino, no solo revitalizaron sus ecosistemas, han transformado sus vidas, sus relaciones, su visión del mundo y están construyendo una forma de vida donde el liderazgo femenino es respetado, querido e incluso buscado. Un modelo de gestión ambiental inclusiva y colaborativa.

Las mujeres siempre hemos trabajado, pero, en muchos casos, en trabajos relegados, minimizados o invisibilizados. Hoy estas iniciativas tienen en común la combinación de conocimiento con el empoderamiento femenino, con una perspectiva novedosa y más abierta sobre el cuidado ambiental y de los recursos naturales. Saben, sabemos, que solo así podremos dejarle un mundo a nuestra descendencia y también que solo así estaremos más cerca de alcanzar nuestros sueños.

*Subsecretaria de Biodiversidad y Restauración Ambiental, de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales del Gobierno de México

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