Morena y la ilusión de invencibilidad
Cuando se trata de la Cuarta Transformación, como Sancho frente al Quijote, vale la pena distinguir entre percepción y realidad. “Mire vuestra merced […] que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento.” El gobierno morenista lleva siete años alimentando la idea de su propia invencibilidad, pero detrás de esa narrativa amenazante existe la posibilidad de un proyecto más frágil de lo que aparenta, un molino de viento.
La presidenta Claudia Sheinbaum heredó el impulso popular de su antecesor. Incluso lo habría incrementado, particularmente en la aprobación de los opositores. Las encuestas al término de su primer año, pese a un verano cargado de escándalos, seguían favoreciéndola. La fantasía del éxito de la 4T se presumía más viva que nunca: éxito presidencial, control del poder legislativo, un poder judicial a modo, gobiernos en dos terceras partes de los estados y, dicen, una oposición desdibujada.
Pero si uno se fija bien —entrecerrando un poco los ojos—, las costuras y los hilos aparecen.
A diferencia de la presidenta, Morena no goza de un incremento en popularidad. Según una encuesta de Enkoll sobre su primer año de gobierno, el partido tiene 16 puntos menos que ella y ha perdido al 6% de los mexicanos que antes se identificaban con el proyecto. Quizá influya el lastre de compañeros cuyas acciones contradicen los principios de honestidad y austeridad que el morenismo presume: Rocha Moya atrincherado en su oficina, Adán Augusto presumiendo vacas carísimas, Noroña enredado en sus contradicciones, Andy paseando por Japón o la gobernadora Nahle en Veracruz negando saber a cuánto le subieron el sueldo. Para colmo, ante dicho arsenal de personajes, apenas el 43 % de las y los mexicanos cree que Claudia Sheinbaum puede controlar a su propio partido.
Además, aquello de que la oposición no existe y tres cuartas partes del país son gobernadas por Morena apenas se sostiene con engrudo. Un zoom a los municipios ofrece un ángulo distinto: entre Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Verde gobiernan el 46 % de los municipios del país. En Puebla y Morelos, a pesar de que los gobiernos estatales son morenistas, más del 75 % de los municipios eligieron a la oposición. En Nuevo León, gobernado por Movimiento Ciudadano, el oficialismo apenas alcanza el 14 %. Dicho de otro modo: la mayoría de los municipios de México NO son gobernados por Morena ni sus aliados.
A su vez, se abre paso un cambio más profundo. La narrativa que eximía de culpas a Morena y vilificaba únicamente al pasado enfrenta su fecha de caducidad. Siete años de gobierno bastan para que los fantasmas cambien de rostro. La inseguridad, esa que intentaron estacionar en el sexenio de Calderón, volvió a tocar la puerta. Hoy, el 63% de los mexicanos reportan sentirse inseguros; las ciudades con peor percepción — según la ENSU publicada en julio de 2025 — son Culiacán, Ecatepec de Morelos y, claro, Uruapan. Todas ellas, dicho sea de paso, en estados gobernados por Morena.
Ante ese contexto, no debería sorprender que el relleno empiece a salirse por las costuras. En días recientes, con un cinismo desbordado, los bots morenistas iniciaron una guerra sucia para cuestionar la integridad de Carlos Manzo. ¿El argumento? Un video que muestra que el edil concedió una entrevista en la que interactuó con figuras de la oposición. Al ser incapaces de deslindar al gobierno del asesinato que sacudió al país, optaron por atacar la credibilidad del asesinado.
Más allá, la discusión sobre adelantar la revocación de mandato a la elección de 2027 tiene un solo propósito: sumar a la presidenta a la boleta. La esperanza del oficialismo es que su popularidad amortigüe el potencial rechazo que genera la marca o los desencantos ante candidatos cuestionables que puedan impulsar. Mientras tanto, el expresidente se prepara para presentar un nuevo libro, probablemente con gira incluida. ¿A qué le temen en 2027, que hasta a los que se fueron a La Chingada hay que sacar a pasear?
Si los molinos de Morena fueran gigantes, no necesitaría bots para difamar, ni reformas para asegurar una boleta, ni fantasmas editoriales para reavivar la fe. Al final, todo vuelve al principio. El morenismo se mira al espejo y se imagina gigante, cuando en realidad se sostiene principalmente sobre su propio relato. Ningún proyecto político, por más ruidoso o triunfante que parezca, es eterno. Y quienes se creyeron invencibles, tarde o temprano, también enfrentan sus propios molinos de viento.
