México no tiene quién le escriba

Somos el socio incómodo: demasiado cerca para ignorarnos, demasiado útil para abandonarnos. El hermano trabajador al que se culpa cuando las cosas salen mal, pero del que se depende cuando hacen falta resultados. Nuestra relación oscila entre la hermandad comercial, cultural, social, y el desprecio político conveniente. Con Trump de regreso, la ecuación se repite: con una mano nos golpean, con la otra nos señalan. Somos noticia constante, pero nunca prioridad. Y hasta ahora, hemos perdido la oportunidad de tener mayores acercamientos y afinidad. 

En Washington, pocos hablan de México. En el gobierno de Sheinbaum, las interacciones con Trump y sus funcionarios son reactivas: cuando surge un señalimento, la presidenta brinca y sus funcionarios se movilizan. De lo contrario, todo se pierde en el nacionalismo insulario de la 4T y su vista al ombligo como política pública.

Exembajadores, periodistas y analistas me han confirmado que la presencia de México en Washington es escasa, no obstante nuestra importancia geoestratégica y económica. México está en boca de pocos, fuera de los problemas que les representa. No hay mirada hacia el futuro, ni narrativa visionaria o estratégica, aunque pronto viene una renegociación del T-MEC. La relación se limita a una rumorada llamada semanal entre presidentes, primcipalmente por temas se seguridad.

La sede de la embajada, inaugurada en 1989 durante el gobierno de Salinas de Gortari, es ahora pequeña e incómoda para nuestra principal representación ante el exterior. El gobierno de López Obrador realizó recortes a nuestras representaciones en ese país y politizó los nombramientos diplomáticos. Adentro de la embajada, desde hace años, todo es grilla.

En contraste, otros socios estratégicos de Estados Unidos tienen presencia en Washington más relevante. Canadá tiene una embajada imponente, también inaugurada en 1989, símbolo de la importancia de su alianza, ubicada en la avenida Pennsylvania, el corredor histórico entre la Casa Blanca y el Congreso.

Mientras nos ensimismamos, perdemos terreno real. El nearshoring que nos correspondía naturalmente migró a Vietnam e India. La incertidumbre en México ante tanto capricho legislativo y constitucional ha ahuyentado las nuevas inversiones.

En energía, la cerrazón del gobierno anterior, y el temor del actual a enojar al exPresidente, detuvieron todos los proyectos de inversión necesarios para no solo darle autosuficiencia al mercado nacional sino poder exportar energéticos, la fuente de ingresos que mantenía a flote a Pemex. En aviación, lo mismo: las decisiones por capricho mantienen saturado al mercado de vuelos internacionales en un aeropuerto Benito Juárez obsoleto y vergonzoso. Lo mismo en industrias como la agricultura, manufactura, tecnología y otras donde somos competitivos pero que no crecen lo suficiente.

La paradoja es cruel: invocamos soberanía mientras hipotecamos autonomía real. Soberanía no es discurso nacionalista, es capacidad de decisión sustentada en fortaleza económica. Irlanda atrae inversión tecnológica sin renunciar a su identidad. Singapur es socio estratégico de Estados Unidos sin subordinación. Corea del Sur negocia desde la fuerza productiva, no desde la retórica.

El pragmatismo no es traición; es supervivencia. Mientras nos regodeamos en superioridad moral ideologizada, otros países escriben el futuro que pudo ser nuestro.

Mientras tanto, en Washington, México no tiene quién le escriba.

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