Mantener la calma…
“Keep calm and carry on”. George Roberts —cofundador de KKR, uno de los gestores de activos más importantes del mundo— rescató esta frase, típicamente británica, para atemperar los ánimos en la conferencia global del Instituto Milken, celebrada esta semana en Los Ángeles, California. El mensaje estaba dirigido a inversionistas inquietos por la creciente inestabilidad geopolítica y la guerra arancelaria orquestada por Donald Trump. “Creo que habrá acuerdos comerciales; tiene que haberlos”, dijo.
Un llamado a la calma, sí. Pero también un síntoma del momento: cuando los líderes financieros apelan a viejas fórmulas de contención emocional, es porque saben que lo que viene no será fácil. La reconfiguración del orden comercial global ha dejado de ser hipótesis para convertirse en urgencia. Y aunque los acuerdos seguramente llegarán —como señaló el secretario del Tesoro, Scott Bessent, al afirmar que Estados Unidos mantiene conversaciones con 17 socios comerciales—, para México, lo que viene es una renegociación cuesta arriba.
En días recientes, tanto Donald Trump como la presidenta Claudia Sheinbaum han insistido en que el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) no está muerto. Pero mientras Sheinbaum subraya el diálogo y la continuidad, Trump lo califica como un “acuerdo transicional” que deberá renegociarse pronto —si acaso se mantiene—, y advierte que hay que cumplirlo. Lo esencial no está en el qué, sino en el cómo: la amenaza arancelaria ya no es campaña, es estrategia. La renegociación que viene será técnica, áspera y políticamente delicada, especialmente para sectores clave como el automotriz.
En 2016, la amenaza de invocar el artículo 2205 del TLCAN —que permitía a cualquier país salirse del acuerdo con seis meses de aviso— encendió las alarmas. Pero esa amenaza provocó una reacción inversa: una coalición de intereses industriales, agrícolas y políticos que defendió el tratado y permitió su renegociación. El resultado fue el T-MEC: una versión modificada, sí, pero también una reafirmación de la integración económica de América del Norte.
Hoy podríamos estar ante un momento similar… y no.
Similar, porque en distintos foros —como la conferencia global del Milken a la que referí al inicio— figuras como Marc Rowan, CEO de Apollo, han sido enfáticas al subrayar la necesidad de una asociación comercial sólida entre Estados Unidos y México. Sus declaraciones han reforzado la idea de que una guerra comercial global podría convertir a México en un beneficiario inesperado en medio de la incertidumbre. Las bondades de la integración son innegables, pero no están garantizadas. Exigen preparación institucional, reglas claras, cumplimiento técnico y una diplomacia comercial proactiva.
Y no, porque el más reciente informe de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) es contundente: México enfrenta crecientes cuestionamientos por sus prácticas regulatorias en sectores sensibles como energía, telecomunicaciones, agricultura, farmacéutica e incluso propiedad intelectual. El documento identifica múltiples obstáculos que afectan a los exportadores estadounidenses: desde barreras no arancelarias y retrasos regulatorios hasta ineficiencias aduaneras y un acceso desigual a los mercados. Estos son algunos de los temas que, tarde o temprano, volverán a la mesa de negociación.
México —como Estados Unidos y Canadá— ha incumplido compromisos del T-MEC. Pero eso no hará más fácil el proceso. La narrativa de “los demás también fallan” no suele funcionar en negociaciones donde uno de los actores tiene mucho más poder relativo. En 2016, el miedo al fin del TLCAN unió a sectores dispares en defensa de la integración. Hoy, ese mismo miedo ronda de nuevo, pero esta vez nadie puede alegar sorpresa. Y aunque es necesario mantener la calma, también lo es prepararse para cualquier escenario: el bueno, el malo… y el peor.