Los datos del Inegi enfrían el optimismo oficial

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer el martes 3 de septiembre cifras que, aunque parecen rutinarias, dicen mucho sobre el estado real de la economía mexicana. En agosto, la venta de vehículos ligeros registró una caída anual de 3%, con un total de 124,167 unidades comercializadas. Entre enero y agosto, el descenso acumulado fue de 0.7%, con 957,993 autos vendidos. No es un detalle menor. La industria automotriz no solo pesa en el PIB y en las exportaciones, también refleja la confianza de las familias en su capacidad de asumir deudas a mediano y largo plazo. Que caigan las ventas significa que muchos hogares piensan dos veces antes de comprometerse con créditos costosos, lo que revela incertidumbre y falta de expectativas claras sobre el futuro inmediato.

A esta señal se suman los datos de la inversión fija bruta. En junio disminuyó 1.4% respecto al mes previo y cayó 6.8% en términos anuales. Este indicador mide la compra de maquinaria, equipo y construcción, en pocas palabras: la apuesta de los empresarios al futuro. Una inversión débil revela que, más allá de la retórica oficial, las empresas todavía no ven condiciones claras para expandir su capacidad productiva. Sin inversión no hay crecimiento sostenido ni empleos de calidad, y por eso su retroceso debería preocuparnos más que cualquier otra cifra publicada en los últimos meses.

El consumo privado, por su parte, mostró un avance modesto. En junio creció 0.8% frente al mes anterior y 1.1% respecto al mismo mes de 2024. Puede leerse como un dato positivo, pero habla de un dinamismo apenas suficiente para mantener en movimiento al mercado interno. En agosto, además, el Indicador de Confianza del Consumidor repuntó por segundo mes consecutivo, hasta 46.7 puntos, su mejor nivel desde diciembre de 2023. Es una señal alentadora, aunque todavía frágil, ya que acumula ocho caídas anuales seguidas. En otras palabras, el motor que hoy sostiene a la economía funciona, sí, pero a baja velocidad y con riesgos de apagarse si se encadenan más factores adversos.

En conjunto, los datos confirman lo que he señalado desde hace meses: la economía mexicana se sostiene más por inercias que por motores sólidos. El consumo privado evita un retroceso mayor, pero es frágil; la inversión se debilita y la confianza de los hogares en el futuro comienza a apagarse. Esto anticipa un escenario de bajo crecimiento para lo que resta de 2025 y quizá para 2026, sobre todo si el entorno internacional empeora con más aranceles de Donald Trump, un menor dinamismo global y nuevas tensiones en el comercio mundial.

Frente a este panorama, la presidenta Claudia Sheinbaum insiste en que “vamos bien e iremos mejor”. Es comprensible: todo gobernante necesita proyectar optimismo para sostener la confianza social y empresarial. Pero los números del Inegi invitan a la cautela. No desmienten el discurso oficial, aunque sí muestran que la economía avanza con pasos mucho más cortos de lo que sugiere la narrativa. El reto para su gobierno será transformar el optimismo político en resultados tangibles que convenzan no solo a los mercados, sino también a las familias y a los empresarios que hoy dudan en invertir y consumir.

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