Los círculos de la política arancelaria de EU
Pistas de Aterrizaje
Puede ser tentador pensar que Donald Trump no tiene una estrategia, y que sus decisiones comerciales —aranceles, amenazas, salidas en falso, cambios súbitos de opinión, etc.— son simples ocurrencias. Pero si uno observa con más atención, comienza a surgir un patrón: EU ha empezado a administrar de manera selectiva y deliberada el acceso a su mercado, convirtiéndolo en una herramienta estratégica. En lugar de ofrecer ese acceso como parte de una visión global de libre comercio, como lo hizo durante décadas, ahora lo otorga como un privilegio para quienes se alineen con la agenda más amplia de Washington.
Tratando de entender esto, yo me imagino la política arancelaria de Estados Unidos como un sistema de círculos concéntricos. En el centro están los países más cercanos y útiles para los intereses estadounidenses. En los círculos sucesivos se ubican las economías según su grado de apertura, alineamiento o rivalidad. Cuanto más alejado esté un país del centro, más expuesto estará a tarifas, restricciones regulatorias, inspecciones, amenazas y presiones comerciales.
Este esquema de círculos concéntricos es profundamente útil para la agenda mercantilista y transaccional que persigue Donald Trump. Bajo su visión, el mercado estadounidense es el mayor activo de negociación que tiene el país, y debe administrarse como tal. ¿Quieres venderle a Estados Unidos? Entonces coopera con Washington en su política migratoria, en su lucha contra el fentanilo, en su competencia con China, en sus intereses energéticos. De lo contrario, el acceso a su economía estará en duda.
Algunos países (Reino Unido o Vietnam, por ejemplo) han aceptado esta dinámica y han comenzado a negociar acuerdos para estar en el primer círculo, más cercano al centro. En teoría, los países con los que EU tiene un tratado de libre comercio deberían también ubicarse en este espacio, pero no ha sido necesariamente el caso —por ejemplo, casi todos los países latinoamericanos fueron incluidos en la lista de aranceles “recíprocos” (sic) que anunció Donald Trump el pasado 2 de abril.
En un segundo círculo podríamos encontrar a países con los que EU tiene una relación comercial significativa, pero sin un TLC vigente. La Unión Europea y Japón son ejemplos claros. Hay comercio, inversiones, incluso coincidencias geopolíticas, pero también fricciones frecuentes.
En un tercer nivel estarían países como Brasil o Sudáfrica; es decir, economías relevantes que buscan integrarse más profundamente al comercio global, pero que enfrentan un trato errático por parte de Washington. A veces se les elogia como nuevos socios, otras veces se les humilla públicamente (la visita del presidente de Sudáfrica es un ejemplo claro), se les amenaza con sanciones o se les critica su activismo en otros foros regionales como los BRICS. Para ellos, la entrada al mercado estadounidense es incierta y siempre sujeta a revisión.
Finalmente, los rivales estratégicos están condenados al círculo más alejado posible. Aquí está China, por supuesto, pero también Rusia, Irán y, en general, los países que Estados Unidos considera competidores sistémicos en el tablero mundial. Contra ellos, las medidas comerciales son herramientas de presión geopolítica: controles a la exportación de semiconductores, restricciones a empresas tecnológicas, campañas para reducir la dependencia de sus productos.
¿Y México?
Creo que México, por ahora, está dentro del primer círculo. El T-MEC ofrece una base sólida para relacionarnos con EU, incluso si por momentos su efectividad se pone en duda y la relación bilateral es intensa y profundamente interdependiente. Pero estar en el centro no es garantía de inmunidad. Para garantizar nuestro estatus y nuestro lugar, México debe atender permanentemente los temas que Washington considera prioritarios —seguridad, energía, migración, industria automotriz, la relación con China, etc.—. Por encima de todo, debemos garantizar que la revisión del T-MEC sea exitosa y que la disposición de México de avanzar en todos los frentes sea debidamente reconocida y recompensada.
Entender la política comercial de Estados Unidos en estos términos ayuda a anticipar riesgos, diseñar estrategias y evitar lecturas ingenuas. Lo que Trump plantea, con su estilo característico, es una reorganización del comercio internacional basada no en reglas, sino en lealtades. Y en ese nuevo orden, el acceso al mercado más grande del mundo no se gana por eficiencia económica, sino por alineamiento político.
*El autor es profesor investigador de la Universidad Panamericana; previamente, colaboró por veinte años en el gobierno federal en temas de negociaciones comerciales internacionales.