Lenguaje autoritario

Uno de los instrumentos de poder es la palabra. La posibilidad de esconder o deformar la realidad se basa en la capacidad del político de convencer a la ciudadanía con una narrativa creíble y convincente, que distorsione lo hechos y los convierta siempre en elementos positivos y sin responsabilidad alguna en caso de fracasos evidentes imposibles de ocultar.

La tragedia de la Línea 12 del Metro, en una cadena de torpezas, corrupción y negligencia que debió involucrar a las últimas tres administraciones capitalinas, Ebrard, Mancera, Sheinbaum, terminó por definirse como un “incidente” en donde no hay la necesidad de rendir cuentas, ni dar explicaciones acerca de un evento en donde personas perdieron la vida y nadie fue declarado culpable por ello.

La fuerza de la narrativa surgida desde el poder, depende esencialmente de la credibilidad de quien la emite. Así, la 4T y la presidenta pueden hablar de “grúas desplazadas” cuando una maquinaria pesada se colapsa y cae sobre personas y propiedades, o definir a la violencia generalizada en el país como una consecuencia natural del “reacomodo de las fuerzas de los grupos armados” dispersos en el territorio nacional.

Si estas declaraciones que pretenden simplificar la realidad son creíbles para la mayoría de los mexicanos, es porque el poder de la palabra surgida de la voz de Sheinbaum o en su momento de López Obrador, se ha transformado en una especie de mensaje divino, incuestionable y poseedor de atributos de fe que no puede ser desmentido ni siquiera con los datos de una realidad comprobable.

El lenguaje autoritario parte del principio según el cual la verdad es aquella que pronuncia el líder carismático, y que cualquier crítica o postura opuesta es por definición falsa y carente de legitimidad. Es exactamente la misma lógica de los regímenes totalitarios como la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o la Unión Soviética de Stalin. Igualmente los populismos de Perón en la Argentina, o la Venezuela de Chávez y Maduro se sitúan en la misma línea.

El lenguaje político que ha prevalecido en México a partir de diciembre de 2018 es el de un nuevo autoritarismo populista que impide no únicamente la convivencia entre diferentes formas de interpretar el mundo, sino también la construcción de soluciones efectivas para los problemas nacionales.

Ni la pobreza se ha abatido, ni México es más democrático ni la desigualdad se ha reducido de forma tal que el sueño transformador de AMLO se ha convertido en una pesadilla para muchos mexicanos, mientras otros viven del asistencialismo y el culto a la personalidad de López y su continuidad.

El lenguaje autoritario puede esconder la realidad por algún tiempo, pero ésta terminará por imponerse de cualquier forma.

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