Las pocas nueces de Bergoglio
A veces voy a misa. No soy religioso, pese a haber estudiado hasta los dieciséis con las hermanas de la Caridad, pero siento la advocación de ciertos santos, residuo supersticioso de haber crecido en un pueblo de ferviente fe hacia su patrona. Es objeto de mis rezos, por ejemplo, san Francisco de Sales, patrón de los escritores. Viví un año a unos metros de sus reliquias, a los pies de los Alpes franceses, y he de reconocer que todo lo que le pedí me lo concedió: las becas literarias, la publicación con Siruela, las traducciones a otros idiomas… Desde entonces, he visitado muchos templos para charlar con él, y siempre he salido con una misma imagen de ellos: no hay apenas jóvenes en misa; cada vez, menos.