Las bocinas no dejan de sonar
A simple vista, todo en la mina parece funcionar de forma habitual. Los camiones no dejan de avanzar; el trayecto es claro entre las retroexcavadoras y las zonas de vertido de las toneladas de carbón. La rutina se repite una y otra vez, sin parar. Las bocinas de los camiones no dejan de sonar.
Lo que pareciera una danza muy ensayada de máquinas gigantes es en realidad una operación sumamente cuidada entre retroexcavadoras amarillas operadas por personas en terreno y un centenar de camiones blancos eléctricos y autónomos con capacidad para 90 toneladas supervisados desde una sala de control a distancia.
En la mina de carbón a cielo abierto Yimin, en el norte de China, en la región de Mongolia Interior colindante con Rusia y Mongolia, conviven en una rutina definida de forma casi milimétrica máquinas operadas por seres humanos y por inteligencia artificial.
Recién en mayo entró en operación la totalidad del modelo digital, automatizado y verde diseñado por Huawei en alianza con otras empresas chinas para esta mina. Pero los ensayos iniciaron a partir del 2019 e implicaron, además de toda la tecnología puesta en marcha, la reconversión de habilidades de los 400 conductores que antes manejaban los camiones.
Más allá del desarrollo tecnológico que implica la mina, la transformación en la operación busca responder a una realidad compartida a nivel global: la escasez de talento especializado. En el caso de Yimin, explicó Shao Qi, director general de la división de hidrocarburos, gas y minería de Huawei, para los jóvenes el sector ya no es atractivo, la edad media de los operadores es de 45 años y el relevo generacional casi nulo.
Los trabajadores desplazados de la conducción directa no fueron expulsados del sistema, se capacitaron para tareas como el mantenimiento de los vehículos eléctricos y la operación desde la sala de control. Esta transición redujo el número de conductores en campo de 400 a apenas 50, pero abrió nuevos roles de supervisión, logística y seguridad.
La convivencia entre humanos y camiones autónomos exigió también un nuevo código de operación. Los vehículos tripulados deben ceder el paso a los autónomos, y los más ligeros, a los más pesados. En intersecciones, los algoritmos se coordinan con operadores humanos, mientras que los sensores de las máquinas detectan irregularidades del terreno y envían alertas a los equipos de apoyo. En palabras de los ingenieros, se trata de “un proyecto sistemático” que combina reglas de gestión con la capacidad de percepción de la IA.
Y a pesar de los cambios en la logística, en Yimin, cada camión, sea autónomo o tripulado, está obligado a mantener el código que se usa en la industria minera para alertar sobre movimiento de unidades y peligros. La bocina es la señal mínima de convivencia entre ambas partes, un recordatorio sonoro para mantener la distancia de seguridad.
El modelo tecnológico desplegado en Yimin está lejos de ser un ejercicio aislado. En todo el país, la Asociación de la Industria del Carbón de China estima que a finales de este año habrá más de 5,000 camiones mineros autónomos en operación, con una expansión acelerada hacia 2026.
El caso chino pareciera ser la antesala de lo que se avecina en otras latitudes, incluida América Latina: industrias duras, poco atractivas para las nuevas generaciones, que enfrentan la necesidad de combinar automatización con esquemas de reconversión laboral. Lo que se está probando en Yimin podría replicarse pronto en minas de México, Brasil, Perú y Chile.
La discusión es tecnológica, pero también social/laboral, pues implica definir cómo garantizar que la introducción de la IA no expulse a quienes han sostenido por décadas sectores estratégicos, sino que abra nuevos espacios de trabajo. Éste será el gran dilema de los próximos años en múltiples industrias.
Por ahora, en Yimin, la rutina parece un concierto ruidoso y bien coreografiado de excavadoras y camiones autónomos. Y mientras las bocinas no dejen de sonar, habrá esperanza para que la convivencia entre humanos y máquinas no sea una amenaza, sino una promesa compartida de futuro.