La velada del año, el reality del algoritmo
La denominada velada del año realizada esta vez en el Estadio La Cartuja de Sevilla, España, ha dejado claro que es algo más que un evento deportivo, musical o una concentración de gamers e influencers. Es la suma arquitectónica de todo lo anterior más roles de influencia entreverados con el diseño ingenieril de detonantes emocionales perfectamente sembrados en las pantallas, tales como rifas cada 15 minutos de guantes de boxeo firmados por celebridades, peleadores apareciendo en el escenario a ritmo de la música más convocante, agrupaciones y cantantes del momento, falsas peleas al estilo WWE y la entrega de un pedido de hamburguesa para el organizador Ibai a través de un jetpack . Retención e interacción. Todo un despliegue de captología 360 con arrastre digital hiperdifundida vía streaming y a través de la tercerización del evento, tanto de asistentes como de interactuantes, con el propósito atizar la domiciliación de la velocidad emocional entre los screenagers, estableciendo al mismo tiempo la atención comercial sobre la atención humana, comercializando el desahogo de los instintos humanos más básicos tales como pelear y correr, elementos clave en la conservación de la especie.
Aún Lamine Yamal no despertaba de su cruda cumpleañera y repercusión mediática y Nerón, Ibai y Piqué declaraban el cenit del neuromercado como imperio, programando para el público todo aquello que este no puede obtener si no es a través de las pantallas. Estamos ante el reality del algoritmo, donde la captología resulta eficiente para canalizar las horas de ansiedad de atascos en el tráfico a bordo de un Ford Figo, de discusiones en torno a la corrupción política y a la corrección política, así como de silencios en las conversaciones más banales por temor a ser funados. Todo esto es lo que explica el crecimiento de producciones como estas que permiten a la comunidad digital evadir reflexiones que, en otro momento inhibirían el consumo de las grandes marcas.
La velada del año puede verse también como un gran evento de sobrecalibración, en este caso emocional, un concepto desarrollado por Douglas Rushkoff quien la describe como un intento, podríamos decir desesperado, por comprimir escalas temporales masivas dentro de otras mucho más escuetas, como quien comprime todo un año de compras en un Buen Fin, otro evento capaz de provocar estampidas mortales.
Recientemente vi un video de Gerard Piqué -colega y socio de Ibai, artífice de La velada del año-, en el que señala que los deportes deberían cambiar sus reglas de juego para ser más veloces, más emocionantes, dinámicos y atractivos para las nuevas generaciones. Aquí solo diré que Adam Sandler tiene ya una respuesta contundente al respecto. Me pregunto en todo caso ¿Por qué ese afán de eliminar la pausa, la escucha, la espera, el cálculo y los momentos de concentración en los deportes? ¿Por qué alimentar desenfrenadamente ese culto a la velocidad en la comunidad juvenil que hace de escenario? La técnica y la economía perfeccionando el producto. Un producto cuyo procedimiento separa a las personas contribuyendo al aislamiento y a la privación sensorial.
Mientras tanto, otras generaciones vimos el réquiem de cuerpo presente y a viva voz de Ozzy Osbourne difundido en un esquema tradicional y con un escenario que, para la magnitud del evento podría parecer austero, pero que, en todo momento, a través de pantallas verticales, estableció una interfaz cómoda para plataformas como Tik-Tok e Instagram. Sharon Osbourne se aseguró de que El Príncipe de las Tinieblas siguiera facturando.
En este mismo sentido, pero al otro lado del Reino Unido, la banda Oasis, en medio de su pleito familiar planeaba una jugosa gira de regreso para seguir facturando a través de un esquema radicalmente diferente en el que la disposición, el tamaño y el formato de las pantallas impide que exista una visión estandarizada de lo instagrameable y obligaba al espectador a elegir qué aspecto de la experiencia desea compartir en sus plataformas. Lo decía el maestro Neil Postman, cada medio impone un estilo específico de receptividad.
Resumiendo, este verano hemos visto cómo el espectáculo se centra en las plataformas; se abre a las plataformas o se expande para trascender a las plataformas. En esto siempre puede aparecer Máximo Décimo Meridio, quitarse la máscara y obligarnos a pisar la arena. Quizá lo cuestionable, en particular de La velada del año, sea la potenciación del circo ante el abandono del foro, el predominio del sudor sobre la palabra, del golpe sobre la idea y del conflicto sobre la razón. En un contexto además en el que la vida para las nuevas generaciones de screenagers se ha convertido ya en el videojuego más aburrido de la historia. Cuestionable porque para eso están los estudiosos de la conducta que saben bien cómo retener la mirada en las pantallas a través de la captología. Tienen laboratorios enteros dedicados al diseño de la conducta humana para seguir alimentando estos vicios nuevos que son la velocidad y la tercerización de las emociones.
Por cierto, Spotify lanzó en esta Velada del año la playlist oficial del evento, ligándose así a este reality del algoritmo. Casi al mismo tiempo, su fundador y CEO Daniel Ek, invertía 600 millones de euros en una empresa alemana de drones militares, pasando así de fabricante de software a fabricante de armas. Otro asunto cuestionable.