La macroeconomía del Plan México
Durante décadas, la discusión macroeconómica en México ha girado en torno a tres pilares: estabilidad inflacionaria, disciplina fiscal y apertura comercial. Sin embargo, pocas veces se ha hablado con suficiente seriedad sobre lo que podría ser el cuarto pilar: la transformación productiva. El Plan México, presentado a inicios de este sexenio, coloca este tema en el centro de la política económica. Y aunque no es una solución mágica ni una garantía de éxito automático, puede, si se implementa con consistencia y claridad de objetivos, contribuir a fortalecer la solidez macroeconómica que durante décadas ha caracterizado a la economía mexicana.
México ha sido un país fiscalmente prudente. Pero muchas veces esa prudencia ha tenido un carácter defensivo: gasto contenido, inversión pública limitada y una economía que se ajusta a los ciclos externos sin lograr incidir en ellos. El Plan México propone una estrategia distinta: aprovechar la oportunidad que representa la reconfiguración de las cadenas globales de valor para inducir inversión privada, aumentar el contenido nacional en sectores clave y fortalecer el desarrollo regional. Este enfoque, si logra consolidarse, puede tener implicaciones macroeconómicas relevantes. Por un lado, un mayor contenido nacional implica que una porción creciente del valor exportado se quede en el país, en lugar de salir como pagos al exterior por insumos, licencias o utilidades. Por otro, una base productiva más diversificada y articulada puede elevar el producto potencial y, con ello, fortalecer los ingresos públicos.
Durante años, México ha dependido de la Inversión Extranjera Directa como fuente de financiamiento y de las exportaciones como motor de crecimiento. Pero cuando esas exportaciones están altamente ensambladas con insumos importados, el efecto sobre el ahorro interno es limitado. Lo que plantea el Plan México -y que ya comienza a observarse en algunos sectores- es una estrategia de sustitución inteligente de importaciones. No se trata de cerrar la economía, sino de profundizar su integración interna: construir eslabones intermedios, desarrollar capacidades tecnológicas locales y multiplicar los encadenamientos productivos. Cada punto porcentual adicional de contenido nacional representa más valor agregado interno, más empleos formales, más ingresos fiscales y eso tendría que repercutir eventualmente en un mayor ahorro interno. No es un cambio inmediato ni automático, pero puede marcar una diferencia importante si se sostiene en el tiempo y se acompaña con medidas complementarias.
Ese posible aumento del ahorro interno tiene implicaciones directas sobre la política fiscal. Una economía que genera más excedentes internos necesita depender menos del financiamiento externo y tiene mayor margen para invertir sin comprometer la estabilidad. Además, cuando la política pública se orienta hacia sectores con potencial de escalamiento y economías de aglomeración, su efecto multiplicador se amplifica. En un contexto donde los márgenes fiscales siguen siendo estrechos, no se trata solo de gastar más, sino de gastar con dirección y visión de largo plazo.
Desde luego, nada de esto está garantizado. Los riesgos son reales: problemas de ejecución, cuellos de botella en infraestructura, rezagos en la regulación, ausencia de financiamiento adecuado para pequeñas y medianas empresas. Pero si estos obstáculos se enfrentan con decisión y coherencia, el Plan México puede convertirse en una pieza clave de una estrategia macroeconómica más robusta y menos dependiente del entorno externo. No basta con preservar la estabilidad; se requiere construir un modelo que permita crecer de forma sostenida, con bases internas más sólidas y equitativamente distribuidas.
México ha sido históricamente una economía abierta, estable y con fundamentos razonablemente sólidos. Pero también ha cargado con una estructura productiva frágil, bajo contenido nacional y una base recaudatoria limitada. El Plan México no reemplaza esa historia, pero puede ayudar a corregir algunas de sus inercias. Una economía más integrada internamente, con mayor valor agregado nacional, no solo será más competitiva, sino que puede contribuir a fortalecer la solidez macroeconómica que durante décadas ha caracterizado a la economía mexicana. La transformación productiva no es un lujo ni una aspiración abstracta, puede y debe ser parte de la nueva política macroeconómica.