La involución china y México

Uno de los fenómenos globales más importantes y con mayores consecuencias es el proceso de involución que actualmente vive China.

El modelo de desarrollo chino, similar al “Estado desarrollador” acuñado por Japón o Corea del Sur, ha sido un éxito rotundo: en dos décadas sacó a cientos de millones de personas de la pobreza y convirtió a China en la segunda potencia económica mundial. Sin embargo, este modelo tiene límites.

Este esquema centralizado, en el que Beijing fija metas de crecimiento a gobiernos regionales y municipales, lleva inevitablemente a una asignación de recursos subóptima. Durante mucho tiempo, las provincias alcanzaron sus metas del PIB a través de una inversión gigantesca en bienes raíces. Se construyeron edificios y ciudades enteras para las que no había demanda. El resultado fue el colapso de Evergrande, el segundo desarrollador más grande de China, incapaz de pagar su deuda de 300,000 millones de dólares —tres veces la de Pemex.

El colapso del sector de bienes raíces, visible en ciudades enteras abandonadas, llevó a Beijing a empujar a las provincias a invertir masivamente en manufactura, con el fin de cumplir metas de crecimiento en sectores donde sí había demanda.

La sobreinversión se concentró en lo que Beijing llama las “tres nuevas” industrias que liderarán su crecimiento futuro. Esto provocó que una parte notable de la inversión manufacturera se dirigiera a la producción de paneles solares, vehículos eléctricos y baterías.

A nivel interno, el exceso de oferta ha desatado una guerra de precios que carcome los márgenes de las empresas, convierte inversiones millonarias en activos que generan pérdidas y tensa aún más el frágil sistema financiero chino. A esto se le conoce como “involución” ( ), un término que describe una competencia tan intensa que conduce a rendimientos decrecientes y al estancamiento. Como señala Michael Pettis, “fue la combinación de un aumento en la inversión manufacturera y la irregularidad de su distribución lo que finalmente determinó los contornos de la ‘involución'”.

A nivel global, la situación es todavía más preocupante. Para mover esta producción, China exporta a precios artificialmente bajos, generando un “dumping” masivo que destruye industrias locales incapaces de competir contra bienes subsidiados.

Esto es especialmente preocupante para México. Al igual que China, somos un país manufacturero, pero nuestra industria opera bajo una lógica de mercado en la que no puede operar a pérdida. El libre comercio en México no dio los resultados esperados, en gran medida porque coincidió con la entrada de China a la OMC. El efecto de la inundación de productos chinos ya es visible, particularmente en el sector automotriz, otrora joya de la corona de la industria mexicana. En los últimos dos años, la venta de coches chinos en México se ha disparado. No sabemos cuánto, porque no reportan datos al Inegi, pero basta con ver las calles. Esto ya está impactando a la industria más desarrollada del país: la que más exportaba, generaba empleos y añadía valor.

Ayer por la tarde se filtró que México incrementará los aranceles a productos chinos, tanto por iniciativa propia como por presión de Estados Unidos. Es una noticia alentadora y el camino que el gobierno mexicano debería seguir. El libre comercio, como lo describió Ricardo en el siglo XIX, es benéfico para las naciones cuando la competencia es leal; no lo es frente a empresas que operan a pérdida solo para cumplir metas centralizadas. Enhorabuena por esta decisión del gobierno mexicano.

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