La hormiga, el escarabajo y el búho, una historia de procesos innecesario

En muchas organizaciones, lo he visto repetirse una y otra vez, equipos con talento de sobra comienzan con fuerza… y terminan perdiéndola. No por falta de capacidad, sino por el peso de estructuras mal diseñadas, reglas innecesarias o decisiones que se toman lejos de donde ocurre el trabajo real.

A veces, lo que comienza como una mejora bien intencionada —ordenar procesos, dar seguimiento, medir mejor— termina alejándonos del propósito original. En el intento por profesionalizar, muchas organizaciones se llenan de estructuras que no suman, controles que nadie cuestiona y reportes que solo existen para justificar.

Como consecuencia, se pierde la agilidad, pero sobre todo, se pierde la confianza. Lo que antes avanzaba porque había compromiso, ahora se paraliza porque todo debe validarse y pasar por filtros que pueden desgastar el propósito y con él la motivación de quienes sí hacen que las cosas pasen. Déjenme explicarlo con un cuento breve, pero demasiado real.

Un cuento que no lo es

Había una vez una hormiga feliz. Llegaba temprano, trabajaba en silencio y cumplía con todo. No necesitaba supervisión ni aplausos. Solo trabajaba. Y lo hacía bien. Hasta que un día, alguien en dirección dijo: “¿y si organizamos mejor esto?”

Y trajeron a un escarabajo como supervisor. El escarabajo no sabía bien qué hacer, así que pidió reportes. Cada vez más largos incluso inútiles. Luego llegó una cigarra a coordinar la eficiencia. Llenó la agenda de juntas y presentaciones.

Después vino una araña a mejorar los flujos. Agregó procesos, autorizaciones y correos con copia a todos. Para completar, sumaron a una libélula experta en datos. Quería más tablas, más gráficas, más colores. Aunque nadie las usaba, “había que tenerlas por si alguien preguntaba”.

Como todo eso empezó a costar mucho y no se veían resultados, trajeron a un búho consultor. El búho miró todo desde arriba y dijo: “esto no es rentable. Hay que recortar.” ¿Y a quién despidieron? A la hormiga: la única que realmente trabajaba.

¿Qué pasó en realidad? Cada nuevo insecto no solo le agregó tareas a la hormiga, sino que le quitó algo. Primero, el tiempo: llenaba reportes en vez de trabajar; luego, la energía: cada reunión era para explicar lo mismo. Después la voz: las decisiones ya no se tomaban en el campo, sino en comités lejanos. Y al final, el sentido: ya no importaba si hacía las cosas bien, solo que todo se viera “alineado”.

La hormiga pasó de ser feliz a estar desgastada, frustrada e invisible, hasta que un día, simplemente estuvo de más.

Parece un chiste, pero se parece demasiado a lo que pasa en muchas empresas. La historia se repite: alguien trabaja, otros piden reportes sobre el trabajo, nadie entiende realmente qué pasa… y al final el que sostiene todo es el primero en caer.

Y luego vienen las caras de sorpresa: ¿por qué se nos cayó el proyecto? ¿Por qué nadie ejecuta como antes? ¿Qué pasó con el compromiso?

Lecciones aprendidas

Detrás de cada meta cumplida, cada crisis resuelta, cada cliente satisfecho, hay una Laura —o un Luis, o una Mariana— que no sale en las fotos, pero saca adelante el trabajo. Y cada vez que una empresa desgasta a su gerencia media en lugar de apoyarla, no solo pierde talento: también pierde alma, afectando el entorno.

Esta historia nos deja tres verdades incómodas:

» 1. Organizar demasiado mata la productividad. Más niveles no significan mejor trabajo. A veces, significan más pretextos.

» 2. Pedir información no es liderar. Si no usas los datos para mejorar, solo estás haciéndole perder el tiempo a quien sí trabaja.

» 3. La gente que sostiene la operación no pide aplausos. Pide que no la aplasten.

Las empresas que sobreviven no son las que más reportes entregan. Son las que protegen a sus hormigas antes de que se quemen o se vayan. Porque en esta época —donde un día tienes que vender alta tecnología y al otro sobrevivir vendiendo tomates— el talento que sostiene, ejecuta y resuelve no puedes darte el lujo de perderlo.

Y sí, hay que decirlo: la hormiga no era perfecta, pero sin ella, no había empresa.

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