La esperanza de México

Lo que todavía duele… pero no nos derrota

Hay días en los que me pesa escribir. No porque me falten palabras, sino porque me sobran preocupaciones.

En los últimos meses, recorrí el país en las noticias, conversaciones y redes sociales con la mirada puesta en la empresa familiar, en mis aulas, en los hospitales, en mi comunidad. Y cada vez que pienso en lo que México podría ser, me sacude lo que México aún no logra resolver. No soy ajeno a los informes técnicos, ni a los reportes institucionales. Pero lo que más me mueve no son las cifras: son las personas, sus rostros, su corazón.

Hace unas semanas hablé con mi equipo en la Fundación Lilo y me compartieron la historia de una mujer que se despidió de su hija de 5 años a causa de una cardiopatía no diagnosticada a tiempo. Su corazón no alcanzó a cumplir su sexto cumpleaños. En pleno 2025, cuando sabemos que las cardiopatías congénitas son la segunda causa de muerte en la infancia mexicana, con entre 16 y 20 mil nacimientos al año afectados, no puede ser que el sistema no actúe como debe. No puede ser que el Estado, el empresariado, la sociedad civil, sigamos tolerando lo intolerable.

Lo escribo con temblor porque no es que no sepamos qué hacer. Es que no lo hacemos. Y eso duele, es inconcebible.

Me duelen nuestras infancias, nuestras niñas.

Hay un momento en que ya no puedes quedarte callado. Y para mí fue este año, cuando vi el informe de El País sobre el embarazo infantil en México: más de 56 mil niñas de 16 años o menos dieron a luz en 2024. Mil seiscientas eran menores de 14 años. ¿Sabes qué significa eso? Significa que vivimos en un país donde la infancia no está a salvo. Que esas niñas, en muchos casos, no fueron madres por elección, sino por violencia, silencio o abandono.

Como padre. Como desarrollista humano, simplemente no lo entiendo. Y me duele como mexicano.

Éste no es un dato para un gráfico. Es una alarma ética y moral que debería retumbar en cada Consejo de Administración o Educativo, en cada gabinete de gobierno, en cada sala de maestros, en cada familia.

No puedo evitar preguntarme: ¿qué hicimos o dejamos de hacer en el sistema familiar, escolar, comunitario; en el empresariado; en la promoción de salud? Porque si hay niñas siendo obligadas a ser madres, hay adultos que están fallando en ser humanos.

Lo que callamos como país

Uno de los grandes vacíos de nuestra sociedad es lo que callamos. Lo que sabemos, pero dejamos pasar. Uno de esos silencios es la trata de personas y muchas otras atrocidades asociadas. Este 2024, más del 77% de las víctimas identificadas fueron niñas y mujeres adolescentes, según la Red por los Derechos de la Infancia. A veces, ese dato se queda como algo abstracto. Pero basta con acompañar un caso para saber que detrás hay cuerpos rotos, infancias robadas, futuros interrumpidos. La trata no es ajena a nadie. Se alimenta de la impunidad, la pobreza, la corrupción y la desmemoria.

Desde mi experiencia como consejero sistémico y como líder empresarial, tengo la convicción de que la trata no es sólo un problema de seguridad: es un síntoma de una sociedad que se desliga de su deber de cuidado o simplemente omitimos sin querer ver lo que está sucediendo y callamos. Basta, necesitamos un grito de guerra social en contra del crimen organizado de la trata de personas e infancias mexicanas.

El Estado fragmentado y el dolor familiar

En las familias —sin generalizar— existe abuso, violencia estructural y el daño provocado a sus integrantes, principalmente menores y mujeres. Un sistema disfuncional vulnera la autoestima de las hijas y muchas de ellas se relacionan con hombres que se aprovechan del desequilibrio familiar. Los feminicidios por noviazgo van en aumento. Hace días fui testigo de una historia oscura, la hija de 16 años de una familia desapareció, aún no la encuentran. A pesar de todos los esfuerzos de mamá y papá, nadie del Ministerio Público les ha dado una respuesta clara. No hay carpeta completa. No hay rostro en papeletas del responsable y la alerta amber no es suficiente. Solo hay silencio institucional, social y una mirada de lástima por lo sucedido. Hay complicidad burocrática intencional y negligencia social silenciosa.

Más de 116 mil personas están desaparecidas en México. Pero para esa familia, su hija no es un número. Es su nombre, su olor, su cuarto cerrado, su ausencia… su espíritu.

En mi modelo de intervención Humanista sostengo que no puede haber desarrollo sin reconocimiento del sufrimiento. Debemos hablar de nuestros problemas, encabezar un activismo dialogal maduro, serio y proactivo. Y en México hoy, cada familia que busca a su hijo, a su hija, a su madre, a su hermana, nos está recordando eso: no se puede construir un país sobre la negación del dolor, la complicidad silenciosa y la negligencia sistémica.

Yo sí creo en México

No obstante —sí, a pesar de todo esto— yo sigo creyendo en México.

No con la fe ingenua del que idealiza. Sino con la esperanza lúcida del que ha visto de cerca tanto el dolor como la grandeza.

Porque también he estado en reuniones de empresa donde personas talentosas me explicaron cómo diseñaron un prototipo tecnológico nuevo para sustituir un corazón por uno artificial. También he visitado empresas familiares donde el amor filial, abuelos y abuelas, padres y madres escuchan a las nietas como socias, no como “ayudantes o mujeres abnegadas a servir sin derechos de propiedad”, sino con amor filial profundo y armónico. He acompañado a organizaciones que dedican sus días a desarrollar con dignidad a su gente de forma genuina y cuidarles en lugar de explotarles. Y he compartido mesa con empresarios/as que dejaron de medir su “éxito” solo en utilidades y comenzaron a preguntarse cómo construir bien común para mejorar a la sociedad.

Esos son los México posibles. Y están aquí. Solo hay que querer verlos. Y atreverse a elegirlos. Reconocer a la gente que vive y hace humanismo mexicano.

Lo que me dice mi corazón como mexicano

Veo el país herido, sí. Pero también lo veo lleno de atributos y oportunidades que otros países envidiarían.

Somos la segunda economía más fuerte de América Latina. Tenemos una juventud vibrante —con edad mediana de 30 años—, una red de empresas familiares que aportan más del 80% del PIB y sostienen la mayor parte del empleo formal. Contamos con una cultura única, una biodiversidad inmensa, y —lo más importante— con una sociedad que no se resigna, una resiliencia soberana estratégica.

Como bien decía Amartya Sen –economista–, el desarrollo no es solo crecimiento económico sino expansión de libertades reales. Es preguntarnos qué puede ser una persona, y qué necesita para llegar a ser. Es comprometernos con su Desarrollo Humano. Y eso, para mí, es el centro de la esperanza, un México donde cada quien pueda ser quien está llamado a ser y desde ahí aportar su esencia hacia el bien común.

Lo que me sostiene como líder humanista y empresario, mexicano apasionado por lo que somos son los atributos que sí tenemos.

  1. México es la duodécima economía más grande del mundo por Producto Interno Bruto. Exportamos más de 549 mil millones de dólares al año, y nuestras manufacturas sostienen cadenas globales. Pero no basta con crecer, es urgente diseñar una estrategia de riqueza distributiva equitativa y con justicia social.
  2. Nuestra juventud es oro: literal y simbólicamente. En México, la edad mediana es de apenas 30 años. Tenemos una de las poblaciones más jóvenes del mundo emergente. Esa fuerza vital —si se canaliza bien, esperanzada— es una mina de oro demográfica. Pero si se desperdicia, si se margina, si se ignora, si se mal educa, se convierte en frustración o fuga de talento. Debemos crear plataformas de Desarrollo Humano Juvenil: la familia, la escuela, la empresa familiar.
  3. Empresas que cuidan, he ahí mi esperanza más concreta, humanistas. El 90% de las empresas del país son familiares. Las familias empresarias sostienen más del 80% del PIB nacional y generan el 70% del empleo formal. Pero más allá del dato, hay una verdad que me conmueve: la empresa familiar mexicana todavía tiene espíritu. Y cuando decide cuidar, transforma, reeduca, hace tangible el bienestar colectivo.

La cultura que nos hace fuertes

La cultura mexicana es el antídoto a la fragmentación individualista. No estamos hechos para el sálvese quien pueda. Estamos hechos para la comunidad, para abrazar la interdependencia y florecer como nación. Y eso es parte de nuestra fuerza colectiva.

Si no hacemos lo correcto, sin cambios estructurales, para 2030 podríamos estancarnos en pobreza, inseguridad, informalidad y crisis ambiental. Para 2055, podríamos ser una promesa rota, con adultos mayores abandonados, violencia normalizada y un Estado rebasado.

Pero si hacemos lo correcto, podemos ser la sexta economía mundial, con pobreza extrema erradicada, salud y educación universales, energía limpia, justicia restaurativa y tejido social fuerte. Podemos lograrlo si actuamos ahora.

¿Qué camino prefieres construir? Esto no depende de papá gobierno o mamá patria, es una decisión mía y tuya. Yo prefiero hacer lo correcto, súmate y hagamos lo propio.

Con el corazón en la mano

Yo sí creo en mi país. Y lo digo con todo lo que soy: como empresario, como consejero, como docente, como padre, abuelo, como mexicano. Creo que podemos reconstruir nuestro tejido social si ponemos a la persona al centro y hacemos lo que somos responsables desde nuestro pedacito, desde tu lugar, desde esa trinchera en la que das el grito de guerra simbólico…

¡Que viva México y que viva bien!

La esperanza no es un gesto: es una postura frente al país y frente al otro. Y yo elijo creer, trabajar, proponer, construir, prosperar y florecer.

Hoy, más que nunca, la esperanza de México está en nosotros. Y no podemos darnos el lujo de fallar.

¡Viva México!

Y justo ahora, cuando las campanas de septiembre resuenan en el alma colectiva, cuando en cada plaza ondea nuestra bandera, cuando el grito de independencia vuelve a escucharse desde el Zócalo hasta la más pequeña comunidad rural, quiero invitarte a algo más que celebrar.

Celebremos, sí. Pero celebremos también la responsabilidad que implica ser libres, soberanos y nacionalistas. Celebremos el coraje de cuidar este país como se cuida a un hijo y a una hija. Celebremos que todavía podemos cambiar el rumbo si lo hacemos juntos/as.

Este septiembre no solo gritemos “¡Viva México!” como consigna tradicional…

Hagámoslo como una promesa viva. Una promesa de justicia. De memoria. De cuidado. De reconstrucción. De futuro.

¡Viva México con dignidad, con conciencia, con esperanza!

¡Viva el México que florece desde sus heridas y abrazando sus bondades!

¡Viva el México que no se rinde jamás!

¡Viva el México resiliente e inteligente!

Que tengas unas fiestas patrias llenas de reflexión, alegría, unión y sentido. Celebra con orgullo, con amor y con compromiso. Nuestro México lo merece. Y tú también.

Un México sin esperanza no será digno.

Abrazo esperanzador en letras.

* El autor es Doctorante en Desarrollo Humano, Universidad Motolinía del Pedregal, México; Master en Desarrollo Humano, Universidad Iberoamericana, México; Master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico, Instituto de Empresa, España. Licenciado en Comunicación Gráfica y Columnista en El Economista.

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