La educación financiera comienza con hablarle claro a las personas
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Mantener el foco humano al dirigir una empresa es más difícil de lo que parece. Las metas, los procesos y la operación diaria pueden nublar el propósito original: mejorar la vida de las familias. Recordarlo cada día, en cada decisión y en cada producto es lo que marca la diferencia entre una empresa que crece, como cualquier otra y una que trasciende, con todo lo que esto implica. En México, millones de personas enfrentan un mismo desafío: hacer rendir el presupuesto. Si consideramos que sólo 11% de los adultos en el país tiene acceso a una tarjeta de crédito (ENIF 2024-INEGI + CNBV), entendemos por qué tantas familias recurren a opciones informales o inseguras para financiarse: tandas, préstamos con intereses desproporcionados o esquemas que ponen en riesgo su patrimonio.
Esta realidad nos obliga a repensar cómo se ofrece y cómo se explica el crédito. La transparencia y el lenguaje sencillo son, en mi opinión, la base de la ética y la educación financiera. Hablarle a los usuarios con claridad, sin tecnicismos ni letras chiquitas, es un acto de respeto. Decirles cuánto van a pagar, en cuántos plazos y qué compromisos implica su compra no debería ser una novedad; sin embargo, en el ecosistema financiero actual todavía lo es. Hoy, muchos consumidores desconocen los detalles de su tarjeta de crédito, cuándo se liquida su deuda o las fechas exactas de corte o las comisiones. Esa falta de información genera ansiedad, desconfianza y, en muchos casos, endeudamiento innecesario. Cambiar esto requiere una nueva manera de relacionarnos con las personas: con honestidad y empatía. Hablar de crédito responsable no es hablar de límites o restricciones, sino de comprensión del contexto de cada individuo. Hay que entender que la innovación no está solo en la tecnología, sino en usarla para evaluar el presente de cada persona, su comportamiento, capacidad de pago y realidad económica actual, más que solo su pasado financiero. Este enfoque permite conocer a las personas y, en ocasiones, decirles que no es el momento de realizar la compra que buscan. La inclusión crediticia no busca que la gente gaste más, sino que compre mejor. Se trata, en muchas ocasiones y como inicio de democratizar el acceso al comercio electrónico, donde existen más opciones, mejores precios y mayor transparencia. Cuando una persona descubre que antes pagaba más por falta de alternativas, entiende el verdadero valor de tener opciones seguras y accesibles. Esto abre los ojos de las personas. El ecosistema de pagos en México está evolucionando y cada vez más jugadores impulsan modelos que priorizan la claridad, la flexibilidad y la confianza, lo que implica un cambio en la relación entre las empresas financieras y los usuarios, generando un círculo virtuoso donde educación financiera y tecnología responsable se complementan. En esta línea, el acceso a la información actúa como catalizador y habilitador, permitiendo que las campañas de educación financiera y la comparación abierta entre servicios empoderen a los consumidores. Hoy, las personas tienen más herramientas para elegir y cuestionar, y eso eleva el estándar de todo el sector.
En este contexto, los líderes de empresas financieras tenemos una responsabilidad clara: poner a las personas en el centro siempre. Cuidar la relación con los usuarios y clientes no es una estrategia de retención, sino la mejor inversión a largo plazo. Un cliente que entiende, confía y crece contigo, se convierte en un aliado, no en una transacción. El crédito, bien entendido, no debe ser una carga, sino una herramienta de desarrollo personal, familiar y hasta empresarial. Cuando una familia puede comprar lo que necesita, sin comprometer su estabilidad, se está cumpliendo el propósito. _____ Nota del editor: Ángel Peña es CEO y cofundador de Aplazo.mx, empresa mexicana líder en BNPL. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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