La desalinización del agua, una alternativa que busca ser sostenible
El Día Mundial del Medio Ambiente fue creado para reflexionar sobre cómo construir un futuro sostenible para todos. Impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y celebrado anualmente desde 1973, se ha convertido en la mayor plataforma global de divulgación ambiental para presentar además de los problemas, soluciones reales a nivel mundial.
Este 2025 se hace un llamado específicamente para hablar sobre la contaminación por plásticos. Cada año se producen más de 430 millones de toneladas de plástico, y una gran parte termina como residuo tras un solo uso. El problema no es sólo la cantidad, sino cómo lo consumimos y, sobre todo, cómo lo descartamos, uno de los principales focos está en los océanos. Cada año se vierten millones de toneladas de plástico en los océanos, degradándose en microplásticos y generando un problema de contaminación persistente.
Esta fecha –5 de junio– nos invita a abordar el problema no sólo desde la prohibición o la alarma, sino desde la educación, el análisis crítico y la búsqueda de alternativas sostenibles, para ello han sido clave muchos avances científicos e innovación tecnológica.
La desalinización de agua
Un ejemplo está en Israel, donde en los últimos 20 años ha ocurrido un hecho paradigmático. A inicios del siglo en este país se hablaba de carencia de agua, aunque contaban con acuíferos, la poca agua que antes se podía beber, dejó de ser potable, esto por un tema de calentamiento global donde cada vez hay menos lluvias y más calor, por lo que el agua subterránea absorbe más minerales dejando de ser funcional.
La gestión del agua entonces se volvió indispensable, por lo que en el 2000 el gobierno de Israel tomó la decisión de construir cinco megaplantas de desalinización, un recurso que estaba a la mano y que además permitía menores costos. No hay otro país en el mundo que haya tomado una decisión así en un periodo tan breve.
Hay que explicar que la desalinización elimina la sal del agua de mar, pero también puede eliminar microplásticos, aunque la eficiencia varía, esta respuesta entonces atacaba diversos problemas medioambientales, por un lado el abastecimiento de agua potable, y por otro lado mantener los mares libres de microplásticos.
La ósmosis inversa
Mark Damatov, director financiero de la planta Sorek Operation And Maintenance Company, en Tel Aviv, platica que hasta hace ocho años, Sorek era la mayor planta desalinizadora del mundo. Esta planta logra convertir el agua del mar Mediterráneo en potable y se utiliza para abastecer 80% de los hogares israelitas (el consumo doméstico), el restante 20% se obtiene a través de otras fuentes como la lluvia o el río Jordán.
El proceso de la planta desalinizadora consiste en recolectar el líquido del mar y más tarde purificarlo a través de diversos filtros. Se deja reposar para permitir la separación de los elementos ajenos y más tarde se realiza un proceso de ósmosis inversa, es decir, la separación a presión al llevar el elemento de un punto a otro a través de una membrana semipermeable, separando la sal y otras impurezas del agua. La ósmosis inversa es el método más utilizado para desalinizar agua, ya que consume menos energía que otros métodos y es altamente efectivo.
En un proceso de una hora, miles de litros tomados del Mediterráneo son transformados en fluido potable y enviados a Mekorot, que es la compañía nacional de agua de la nación.
El proceso de ósmosis inversa es hasta ahora una forma redituable de utilizar el agua de mar y a la vez proteger los mares de contaminación, pues se trata de un método eficaz para eliminar microplásticos del agua potable. Además genera hasta 4.5 veces menos emisiones de efecto invernadero que el resto de tecnologías, no produce impacto ambiental en el ecosistema marino y es capaz de recuperar gran parte de la energía que utiliza en el proceso, sin embargo aún presenta retos, como la descarga de la salmuera tóxica y el mismo uso de energía.
Israel cuenta hoy con suficiente agua potable para abastecer a sus ciudadanos y proteger sus mares, apoyado por una cultura a favor de la innovación y del cuidado del líquido desde la infancia, que ha logrado tener un desperdicio menor a 10% del líquido, y también puede suministrarla a países en la región, ahora mismo lo hace con Jordania.