La defenestración del príncipe Andrés aparta una de las mayores distracciones de Carlos III hacia una nueva monarquía

Han pasado ya casi cinco siglos desde aquel particular Brexit en el que Enrique VIII, empeñado en conseguir un divorcio de Catalina de Aragón que el Papa no le concedía, se dejó llevar por el viento revolucionario de la Reforma, soltó amarras con la Iglesia católica y decidió convertirse en el Supremo Gobernador de su propia religión, la anglicana. Desde aquella escisión, Carlos III será el primer monarca británico que rece junto al Pontífice, durante su visita de Estado de la próxima semana a la Santa Sede. La sombra escandalosa de un hermano de quien casi nadie duda ya que abusó sexualmente de una menor, y que nunca ha pedido perdón por ello —ni él, ni el palacio de Buckingham— era demasiado pesada en un viaje tan profundamente espiritual y moral.

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