La cultura del multitasking, el síntoma de confundir productividad con sobrecarga

Ser multitasking es una habilidad y un plus en el mundo laboral; sin embargo, ser eficiente ya no basta en el contexto actual. En un mundo cada vez más acelerado, la capacidad de resolver rápido, responder a tiempo y atender varios temas a la vez es vista como una señal de compromiso y eficiencia. Pero en 2025, también vale la pena preguntarnos, ¿cómo está impactando esta dinámica en la manera en que trabajamos, nos relacionamos y nos sentimos?

Vivimos en la era de la competitividad, en un entorno en el cual trabajar más horas parece mejor, y donde se ha normalizado que hacer dos o tres tareas a la vez te vuelve más efectivo. Hemos caído en la trampa de creer que más es siempre mejor, más productividad, más rapidez, más multitasking, siempre todo con buena actitud y “disponible”. Todo al mismo tiempo, todo perfecto, todo en el momento, ¿pero a qué costo?

Vivimos en una cultura laboral que, sin mala intención, ha ido normalizando ciertas conductas que pueden no ser sostenibles a largo plazo. Trabajar mientras comemos, atender mensajes fuera de horario o tener siempre “algo pendiente” se ha vuelto parte del día a día. Para muchos trabajadores, dar más se ha vuelto lo esperado. Y para muchas empresas, cumplir metas en contextos cada vez más competitivos también implica estar en constante movimiento. Nadie tiene la fórmula perfecta, pero justamente por eso es importante poner este tema sobre la mesa.

No se trata de señalar culpables. Las empresas también enfrentan retos enormes, objetivos, competencia, responsabilidades financieras, una digitalización constante y regulaciones más exigentes. Y aun así, buscan cuidar a sus equipos y cumplir con sus obligaciones. Pero también es cierto que muchas veces no se habla lo suficiente de lo que está pasando dentro de los equipos de trabajo, el agotamiento, la ansiedad y la desconexión emocional. Justo por eso vale la pena abrir el diálogo y replantear cómo se puede lograr un entorno que proteja tanto los resultados como a las personas que los hacen posibles en el día a día.

Y tampoco se trata de idealizar la posición del trabajador. También hay responsabilidad de su lado, aprender a organizar mejor los tiempos, a comunicar los límites, a reconocer que el bienestar no depende solo de lo que da la empresa, sino también de cómo se participa en esa cultura laboral. Humanizar el trabajo es un reto conjunto.

El problema no es solo la sobrecarga de trabajo, sino la expectativa de que nuestro cuerpo y mente deben adaptarse al ritmo de las máquinas. Que no se nos olvide que somos personas antes que puestos, padres, madres, hijos y amigos. La tecnología ha permitido una mayor interconexión, pero estar siempre conectados no debería traducirse en disponibilidad total. Hoy en día, el multitasking se ha vuelto casi una exigencia. En entrevistas laborales, una de las primeras preguntas es sobre la productividad y el rendimiento. Y aunque tener esa capacidad puede ser útil, también puede convertirse en una receta para el desgaste si no se equilibra.

Este tipo de experiencias no son aisladas. El burnout ya está reconocido por la Organización Mundial de la Salud como un fenómeno en el mundo laboral. Y aunque en México se ha avanzado mucho en materia de salud mental en el trabajo, desde la NOM-035 hasta esquemas de flexibilidad o programas de bienestar, la implementación no siempre es sencilla, especialmente para las pequeñas y medianas empresas que también están haciendo lo mejor que pueden con los recursos que tienen.

Muchas veces la intención está. Lo que falta es el espacio para dialogar, para ajustar, para construir una cultura donde no se confunda el compromiso con la disponibilidad absoluta. Donde un trabajador pueda decir “me siento saturado” sin miedo a parecer flojo, y donde un empleador pueda poner límites claros sin temor a ser visto como insensible, porque ambos extremos son dañinos.

La reforma sobre el teletrabajo de 2021, por ejemplo, fue un paso importante. Permitió mayor flexibilidad y mejor balance tanto para las empresas como para los trabajadores. Pero también trajo retos, horarios no definidos, dificultad para desconectarse, sensación de estar siempre en modo “on”, y no fue porque alguien lo impusiera así, sino porque todos, tanto empresas como trabajadores, estamos todavía aprendiendo a adaptarnos.

Hablar de salud mental en el trabajo no es hablar de debilidad, flojera o falta de compromiso. Es hablar de permanencia, de productividad real, de relaciones laborales sanas y duraderas. Una persona desgastada no puede ser creativa, una mente ansiosa no resuelve con claridad, y una empresa con alta rotación y metas ambiciosas tampoco puede perder de vista que detrás de cada resultado hay personas.

La eficiencia verdadera, la que realmente permanece, no viene del multitasking, sino del enfoque. No se trata de trabajar menos, sino de trabajar mejor. De encontrar formas de crecer cuidando el talento, de cumplir objetivos sin perder el enfoque humano. Porque cuidar a las personas también es cuidar a las empresas.

Hoy más que nunca, la cultura laboral necesita escucharse, ajustarse y construirse de manera conjunta, como una oportunidad para avanzar juntos y crear mejores relaciones laborales. La clave está en dejar de pensar en “ellos” y “nosotros” y empezar a preguntarnos cómo queremos que se vea, se sienta y se viva el trabajo.

Porque al final, todos, patrones, trabajadores, líderes, compañeros de trabajo, queremos lo mismo, que lo que hacemos todos los días tenga valor, sentido y futuro.

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