La clave para liberar fondos para el desarrollo
RÍO DE JANEIRO – La era de las ayudas “generosas” al extranjero ha terminado. Los países ricos están cada vez menos comprometidos con las ayudas oficiales al desarrollo. Cambios en las prioridades nacionales, la polarización política y las exigencias de los halcones presupuestarios en Estados Unidos y Europa llevan a que los presupuestos de ayuda no crezcan (o incluso a que disminuyan). La financiación de la acción climática (que antes se pregonaba como prueba de solidaridad mundial) surge cada vez más de compromisos ya formulados, sin nuevos fondos que la respalden.
Pero la retirada de las ayudas es solo una parte de la historia. El problema más profundo y corrosivo es que los países ricos envían céntimos al sur global y este devuelve dólares. Según un nuevo estudio del Instituto de Investigaciones de Economía Política de la Universidad de Massachusetts en Amherst, entre 1970 y 2022 los países en desarrollo africanos sufrieron un egreso financiero de nada menos que 2,7 billones de dólares. En tanto, los ingresos por ayudas oficiales al desarrollo e inversión extranjera directa solo llegaron a 2,6 billones de dólares. A pesar de lo mucho que se habla de “movilizar capital” para promover el desarrollo, el sistema financiero mundial ha permitido una pérdida neta para África.
Una parte de esta pérdida no es nada nuevo; la fuga de capitales, la evasión impositiva y la práctica de las multinacionales de trasladar beneficios a jurisdicciones tributarias favorables son problemas conocidos. Pero la situación se agravó por las subidas de tipos de interés, el encarecimiento del servicio de la deuda y el creciente desinterés del sector privado en invertir en el sur global. Mientras los gobiernos donantes discuten si tienen margen para aumentar sus aportes, el sur global sufre una hemorragia constante de recursos.
La dura realidad es que la financiación del desarrollo no es solo cuestión de liberar más ayudas, sino también de cortar las pérdidas y dar a los países las herramientas para movilizar capital propio en condiciones asequibles. Esto demanda una reconsideración fundamental de la arquitectura de la financiación del desarrollo.
El primer paso es cambiar los términos del debate. En vez de solo pensar en la menguante generosidad del G7 o aferrarnos a la esperanza de que los países ricos asuman sus responsabilidades históricas, debemos reconocer el potencial ignorado de las instituciones financieras del sur global.
Entre ellas, los bancos nacionales de desarrollo (BND) todavía están muy subutilizados, aunque se sabe que los recursos públicos locales son la fuente más fiable de financiación del desarrollo. Los compromisos financieros internos suelen ser más estables que las ayudas internacionales, más fiables que el movedizo capital privado y más acordes con las prioridades locales de desarrollo. Pero para movilizar recursos a gran escala, los países necesitan intermediarios financieros públicos sólidos y bien equipados.
Los BND (cuando se los empodera lo suficiente) son las instituciones más indicadas para esta función. Gracias a su profundo conocimiento de los riesgos locales, pueden conceder préstamos en forma anticíclica cuando los bancos comerciales se ausentan y atraen fondos privados ocupándose de absorber riesgos en las primeras etapas de los proyectos. Algunos ya lo están haciendo: el Banco de Desarrollo de Brasil (BNDES), el Banco de Desarrollo de África Austral y el indonesio PT Sarana Multi Infrastruktur han demostrado como los BND pueden promover el desarrollo de infraestructuras, la innovación y la resiliencia climática.
¿Por qué estas experiencias no se trasladan a una escala mayor? El problema en muchos países es que los BND enfrentan altos costos de endeudamiento, porque están limitados por la calificación crediticia soberana del país al que pertenecen. Los altos tipos de interés que enfrentan como deudores los obligan a aplicar tipos todavía más altos como prestamistas. Además, tienen acceso limitado a la financiación internacional, mandatos que a menudo son estrechos y estructuras de gobernanza desactualizadas.
Felizmente, los bancos multilaterales de desarrollo (BMD: el Banco Mundial, los bancos regionales de desarrollo e instituciones como el Nuevo Banco de Desarrollo) pueden ayudar a resolver estos problemas. En vez de proveer financiación directa a países y sectores individuales, los BMD deberían centrarse en reforzar y capitalizar los BND. Con la provisión de financiación concesional, capital, garantías de préstamos y apoyo técnico, pueden ayudar a los bancos nacionales a otorgar crédito en mejores condiciones, ampliar sus operaciones y asumir más riesgos en materia de desarrollo.
Un trabajo reciente del Centro de Política de Desarrollo Global de la Universidad de Boston defiende este modelo de “financiación mixta desde la base”. Cuando los BMD asumen riesgos desde el principio (inyectando capital o deuda subordinada en los BND), pueden liberar el ahorro interno, atraer inversiones de fondos de pensiones y crear carteras de proyectos basadas en las estrategias nacionales de desarrollo y no en las preferencias de los donantes. No es un mero retoque tecnocrático, sino un cambio fundamental: de tratar al sur global como receptor pasivo de fondos a reconocerlo como timonel de su propio desarrollo.
Es verdad que todavía se necesitan otras reformas. Los BND deben garantizar más transparencia, mejorar sus estrategias de gestión de riesgos y aumentar la alineación de sus préstamos con los objetivos medioambientales y sociales. Por su parte, los BMD deben trascender el uso de modelos de riesgo uniformes y tomarse en serio la inversión en capacidad institucional, no solo en megaproyectos.
Los beneficios potenciales son enormes. Imaginemos un mundo en el que los BMD aprovechen el billón de dólares en capital que tienen a su disposición no para conceder unos pocos préstamos más, sino para movilizar más de diez billones de dólares en inversiones públicas y privadas de origen local en todo el sur global. Tendríamos una financiación del desarrollo guiada por las prioridades locales, respaldada por el capital mundial y centrada en lograr transformaciones a largo plazo.
Ahora que delegaciones de todo el mundo acuden a Sevilla para la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, hay cada vez más consenso respecto del papel fundamental que pueden tener los BND en la movilización de recursos locales y la promoción del crecimiento inclusivo. La tarea ahora es convertir este reconocimiento en un cambio de paradigma.
No se trata de si hay más o menos ayuda. La cuestión es sustituir el sistema actual por otro más justo y eficaz que corte la salida financiera neta y garantice una auténtica soberanía económica. El sistema que necesitamos ya existe en estado embrionario; ahora hay que darle vida plena.
Traducción: Esteban Flamini
La autora
Laura Carvalho es directora de Prosperidad Económica y Climática en Open Society Foundations y profesora asociada de Economía en la Universidad de São Paulo.
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