Katabasis, el descenso a los infiernos de manos de R.F. Kuang

Hace unas semanas en este mismo espacio escribí sobre R.F. Kuang, una joven autora sino-americana que escribe como alma que lleva el diablo. En menos de diez años Kuang ha publicado una trilogía de fantasía, una crítica social al racismo en el mundo editorial y un par de sátiras del mundo académico (además de escribir, a Kuang le da tiempo de cursar un doctorado en Yale sobre literatura china).

Yellowface, su novela sobre el racismo editorial, me parece su mejor obra. Es divertida y aguda, casi demasiado estricta para ser escrita por una veinteañera. Yo diría que un autor madura firmaría con gusto una novela de observación social como Yellowface. Kuang tenía 25 años cuando la publicó. O está loca o es una iluminada.

Pero su nueva novela, Katabasis (en español publicada como Catábasis por editorial Hidra) se queda atrás. No soy académica pero tengo amigos que sí lo son. Todos concuerdan en que los posgrados son la muerte. En Katabasis Kuang nos lleva de ese infierno al infierno: de matarse estudiando a bajar al hades al estilo Dante. El catábasis es el descenso de los héroes clásicos, como Heracles, Orfeo o Teseo al inframundo. Aunque los héroes sobreviven, los mortales van sin perdón al más bajo de los sótanos de la Eternidad. Viaje sin vuelta, nena.

¿O quizá sí hay boleto de regreso? Saber eso es vital para Alice Law, doctoranda en magia analítica en la universidad de Cambridge. Sí, en el mundo propuesto en Katabasis la magia existe pero olvídense del aire inocente e easy going de la magia en el mundo de Harry Potter and the like. Acá la magia no lo soluciona todo, más bien lo complica. La magia analítica es el equivalente a las matemáticas y la lingüística más abstracta, un puzzle que sólo los académicos más exigentes pueden resolver. Los estudiantes de doctorado en magia tienen que estar adivinando cuando no encuentran respuesta en la literatura académica. Los maestros son sádicos, torturan a sus alumnos con ideas que simplemente no tienen sentido para los que no somos del exclusivo club de los mascotas académicas. Ni Chomsky se atrevió a tanto con sus estudiantes.

Alice ha decidido bajar al infierno. ¿Para qué? Tiene que rescatar a su maestro, el doctor en magia avanzada Jacob Grimes, quien acaba de morir en situación sospechosa. Qué barbaridad el amor al mentor cuando se lleva hasta el extremo, qué maravilla ser una alumna tan dedicada.

Ay, no. La única razón por la que Alice quiere recuperar a Grimes es porque lo necesita para que apruebe su disertación final y pueda acceder a un posdoctorado que le permita vivir de academia, futuro único para los graduados en magia. Así es, a Alice le importa más terminar su doctorado que perder la mitad de su vida (precio por bajar al infierno) buscando a su tutor. Así de ciegos son los alumnos de posgrados. No me malentiendan, qué bueno que haya académicos, pero que alienados están del mundo real.

En Katabasis los magos hacen pentagramas diabólicos para poner en acción sus hechizos. Para esos pentagramas hace falta siempre tener gis a la mano y mala leche en el alma. Los estudiantes de magia se debaten entre diferentes marcas y estilos de gis, algunos prefieren las marcas inglesas, hay quien trae los suyos de Japón o lugares exóticos. Algo tan pequeño puede volverse asunto vital. El detalle de los gises es un elemento muy importante en la novela, no es sólo una sátira de los elementos sencillos pero salvajes que determinan la vida de los posgraduados.

Entonces están los pentagramas, los gises y los encantos. Y también están las rivalidades. Alice tiene su némesis en el genio de su generación: Peter Murdoch. Peter, un tipo bonachón que nació para la academia —a sus compañeros se les va la vida en asuntos que para Peter son mera intuición; como quien baila una coreografía que conoce desde pequeño, Peter va por el doctorado sin miedo ni neurosis—, y también tiene asuntos pendientes con el profesor Grimes.

Grimes es un monstruo, por cierto.

Entonces Alice está construyendo el pentagrama para ir al infierno cuando Peter se aparece en el laboratorio de magia. Corte a: ambos acaban en un páramo que no es otro que el Campo de los asfódelos de la mitología griega, la puerta de entrada al hades. Juntos tendrán que sobrevivir en ese lugar que se parece mucho a un campus universitario poblado de alumnos y profesores obcecados que no encuentran su camino ¿a dónde? ¿Una redención improbable? ¿Un descanso definitivo en el río Leteo, que absorbe todos los recuerdos para poder finalmente renacer? No hay fin, no hay camino, nada en el infierno tiene sentido. Armados con gises (por supuesto), un frasco al que por obra de magia nunca se le acaba el agua, y el nutritivo pan lembas de las fábulas tolkienanias, Alice y Peter tienen que encontrarle el método a esa locura. ¿O la locura a ese método? Los dos, hijos de la fórmula, están tan metidos en la visión de túnel del obseso que no se dan cuenta de sus comportamientos absurdos, enloquecidos.

Katabasis es una novela bien lograda: entretenida, inteligente, no obstante que a veces es difícil de seguir si uno no es fan total de los acertijos lógicos. He ahí otra cosa: la magia analítica, el campo de estudio de Alice y Peter, es una versión de los problemas de lógica que han obsesionado a la humanidad desde el inicio de los tiempos. En ese mundo es cuestión de magia resolver las paradojas de Zenón o entender la fábula de Aquiles y la tortuga. Estos son dos ejemplos sencillos, los problemas lógicos que conforman los hechizos de ambos doctorandos son todavía más peliagudos (y peligrosos).

No le faltan defectos a Katabasis. La premisa poco a poco se va disolviendo para convertirse en mero pretexto (¡pero si era buena idea!) para describir el mundillo académico, con su sexismo, racismo y otros ismos. Grimes hace cosas terribles a sus alumnos y poco a poco nos vamos enterando del alcance de su maldad. Un psicópata con gis a la mano, pero sin borrador.

R. F. Kuang conoce al dedillo la mecánica de la educación de posgrado. Después de todo fue desde niña parte de la élite educativa y si quisiera podría dedicarse exclusivamente a escribir, sus novelas han alcanzado sin esfuerzo las listas de los más vendidos y han recogido premios a pasto.

Pero Kuang, loca o iluminada, es de otra pasta. Me pregunto con qué otra historia nos deslumbrará pronto o qué ideas aportará al ámbito de los estudios literarios chinos. Mientras, algunos sólo miramos desde la barrera porque la academia no es para los débiles de corazón ni los fácilmente impresionables. Hay que desarrollar un cuero grueso y aguantar los latigazos. De vez en cuando hay que salir de la biblioteca, pero los dioses bendigan a los que todavía se mantienen pensando en asuntos complejos. Sin ellos nuestra raza seguiría siendo de lobos. Aunque en la academia la caza entre iguales todavía sea estrategia.

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