Isabel II

Vuelvo a hacer referencia en este espacio a mi hermana Isabel, recién fallecida. Se trató de una mujer con muchas cualidades, entre ellas belleza física, talento artístico (pintaba muy bien al óleo) e inteligencia innata. A continuación, le disputaré al olvido algunos recuerdos sobre este último aspecto.

Después de abandonar su especialización como egresada de la carrera Historia del Arte, logró matricularse en la licenciatura de Relaciones Internacionales en el Colegio de México (Colmex). Se destacó mucho como alumna de ese programa y en el transcurso apareció en su ilusión la idea de convertirse en investigadora y docente del Centro de Estudios Internacionales. El problema es que se interpuso en su camino una mafia académica encabezada por el mafioso mayor, de nombre Rafael Segovia. Y aunque logró ingresar, terminó abandonando, ante el acoso y la animadversión recibida.

Había cobrado prestigio como catedrática, y en una de esas vueltas de la vida logró ser contratada para impartir clase en algún programa de posgrado que se impartía en el ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México). Pero también en San Juan soplan vientos de tormenta mafiosa y tuvo un desencuentro muy desagradable en la mencionada institución. La maestra Isabel se exigía mucho a sí misma y también a sus discípulos. Y hubo un caso en que pensó que algún alumno (o alumna) no merecía calificación aprobatoria. Sin embargo, intercedió el propio rector para que se enmendara el supuesto error. Pero la respuesta recibida fue la renuncia irrevocable de la docente.

Ya en calidad de intelectual independiente, Isabel se interesó mucho en el tema de los orígenes semitas de sus antepasados por la rama de su abuela materna. Se puso a investigar y cayó en la cuenta de la tragedia que había asolado por siglos a los habitantes “chuetas” de la isla, Palma de Mallorca. Aun habiéndose convertido al catolicismo y practicarlo con devoción, siguieron siendo objeto de una discriminación casi obsesiva, incluyendo persecuciones periódicas (“pogromos”). Y fue de la curiosidad por ese tema, del que emanó su novela histórica La aguja de luz.

También de su vocación como intelectual independiente surgió en Isabel su compromiso con el trabajo de editorialista en el diario Reforma. Elegía los temas para sus colaboraciones con gran cuidado y además dedicaba a su escritura una investigación exhaustiva y minuciosa. La calidad se notaba en aquellos editoriales de los domingos, que se consultaban con bastante atención por muchos lectores. Siempre teniendo como brújula la búsqueda de la verdad y la denuncia de la mentira.

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