Innovación y competencia: lecciones del Nobel para el futuro económico de México

En 2025, el Premio Nobel de Ciencias Económicas fue otorgado a los destacados académicos Joel Mokyr, Peter Howitt y Philippe Aghion. Mokyr fue reconocido por sus estudios sobre los factores históricos que permitieron el despegue tecnológico sostenido. Aghion y Howitt, por su parte, fueron distinguidos por desarrollar un modelo de crecimiento basado en la “destrucción creativa”, concepto originalmente propuesto por Joseph Schumpeter.

En su libro The Power of Creative Destruction, Aghion describe que el crecimiento sostenido se basa en un proceso continuo de innovación, que implica que nuevas empresas, productos e ideas reemplazan a los anteriores, gracias a mejoras de productividad. El “ventarrón” de la destrucción creativa, como lo definió Schumpeter.

Una de las principales contribuciones de Aghion consiste en mostrar que la competencia puede ser un incentivo para la innovación. En contextos donde las empresas compiten por posicionarse en el mercado, tienden a invertir en investigación y desarrollo para mantener o mejorar su participación. Para que esta dinámica funcione, la política de competencia debe evitar la consolidación de posiciones dominantes, reducir las barreras de entrada y facilitar la circulación de recursos hacia los agentes y usos más eficientes. La competencia, según este enfoque, no solo mejora la eficiencia estática, sino que también contribuye al dinamismo económico.

Este planteamiento presupone ciertas condiciones: la existencia de mercados formales, un marco legal confiable, regulaciones neutrales y mecanismos de apoyo público que no introduzcan distorsiones. Desafortunadamente, en el caso mexicano surgen las limitaciones. Santiago Levy, en su libro de 2018, Esfuerzos mal recompensados, describe un entorno caracterizado por alta informalidad laboral y la aplicación de esquemas fiscales y de protección social que generan incentivos contrarios a la formalidad y la mejora de la productividad. Empresas informales pueden operar sin cumplir con obligaciones fiscales o regulatorias, mientras las formales enfrentan cargas más altas, expone Levy. Además, los subsidios y transferencias públicas no siempre están orientados a fomentar la eficiencia o la transición hacia la formalidad.

En este contexto, la competencia no necesariamente asigna recursos hacia los agentes más productivos. Las firmas con mayor productividad podrían no crecer si enfrentan restricciones institucionales, mientras que empresas menos eficientes pero en sectores altamente competidos pueden mantenerse si operan en condiciones informales o protegidas. El problema es que estas últimas carecen de incentivos para diferenciarse e innovar. Lo anterior nos conduce a una situación en que los mecanismos asociados a la destrucción creativa pierden efectividad. Levy lo identifica como un proceso Schumpeteriano invertido.

En México existen sectores en los que las condiciones permiten que la competencia y la innovación se desarrollen con cierta normalidad. Algunos segmentos de manufactura, tecnología o comercio internacional responden mejor a los incentivos del modelo. Otros sectores, en cambio, están marcados por la informalidad, la regulación inequitativa o la protección institucional. En este contexto, los efectos favorables de una política de competencia tradicional son limitados. De hecho, es posible que en ellos existe competencia intensa, más no progreso.

Por ello, en economías como la mexicana, se debe examinar aplicar la política de competencia bajo un enfoque diferencial. La regulación de competencia debe combinarse con reformas estructurales orientadas a reducir la informalidad, mejorar la calidad de las instituciones y alinear los incentivos hacia la asignación eficiente de recursos.

El planteamiento de Aghion aporta elementos útiles cuya efectividad está condicionada por el entorno institucional. En economías con distorsiones estructurales es necesario reforzar los fundamentos que permiten que la competencia cumpla su función asignadora y dinamizadora. El desafío consiste en proteger los espacios donde la competencia ya opera y construir condiciones para que emerja donde aún no es posible. Bajo estas condiciones, la destrucción creativa podrá convertirse en un mecanismo de renovación económica y asignación eficiente de recursos.

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